¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Tu querida...

Rozar tu piel apenas con la yema del dedo… y sentir que se aleja tu espalda. Un suspiro mío… uno tuyo…

No me dejas acercarme, no me dejas alejarme. ¡Maldito seas mil veces por convertir mi vida en el juego loco en el que se ha transformado! Desearte y no poder siquiera imaginar cómo sería estar, por un solo minuto, enredada a tu cuerpo desnudo…
Toma mi mano, que ya es tuya, y haz con ella lo que quieras… La otra no te pertenece…

¿La quieres? ¿Quieres la otra? Pues ven a cogerla, que aunque tiene dueño, quiero ofrecerla. Tal vez de ese modo, mi amado, puedas cambiarle el nombre…
¿Asusta? Yo tiemblo todas las noches… y mis días se hacen eternos, mirando mis manos, tan iguales, y para mí, tan diferentes… Besa el interior de las muñecas que te ofrezco, y márcalas con tu nombre, que yo no puedo. Ya soy tu querida, hazme dichosa…

Date la vuelta y mírame a la cara. Desea mis labios, desea mi lengua. Recuérdame lo que es sentirme verdaderamente amada, y no solo la pantomima que entierro en mis carnes desde hace tantas lunas. Apiádate de lo que siento, y no pidas más de lo que puedo dar. Comprende mi existencia maldita, y reza conmigo para que tu cuerpo, fundido con el mío, sea capaz de hacerme un ángel, y no el demonio que me siento.
Lame mi piel, besa mi alma…

Pronuncia mi nombre…
No te apartes, que yo no puedo seguirte. No me dejes atrás, que quiero acompañarte. Hunde tu cabeza en mi pecho, deja que te abrace. Llora sobre mi piel, que necesito lavar mis pecados…

Ámame…
La distancia que nos supera ahora puede no serlo en breve. No puedo ofrecer más que lo que tengo, porque hay una parte de mí que entregué hace tiempo. Recuperarla puedo, más no sé si debo… Sé que no es fácil, ni para ti ni para mí. Pero tal vez que no lo sea es lo que nos ha unido en alma, aunque no en cuerpo.

Deja que seque tus lágrimas, quiero mezclarlas con las mías…
Dame la vida, no me la quites. Si debo saltar sabes que estoy dispuesta. Necesito tus brazos al final del acantilado para que me sostengan. Mi cuerpo se cuartearía si no llegas a esperar mi descenso… tu descenso… nuestro reencuentro.
Quiero lamer tus heridas para curarlas, no para hurgar en ellas. Las mías también necesitan atenciones, y sé que tu lengua es experta en la materia.

No es solo sexo, vida mía… pero por algo se empieza…


lunes, 28 de noviembre de 2011

Cabalgar...

La tira de cuero curtido le aprieta el cuello… fuerte, de forma contundente, con decisión. Eso es lo que verdaderamente le excita. El con las piernas a ambos lados de sus nalgas, en cuclillas, perforándole el culo con la polla férrea en ritmo frenético. En vez de usar la cama como tantas otras veces, hoy, por algún extraño motivo, han decidido acabar en el suelo. Un perro los mira a un lado, olisqueando el ambiente. Huele a sexo y parece que él lo sabe, porque no quita ojo de la escena.

Ella continúa a cuatro patas, estirando el cuello hasta donde su elasticidad se lo permite. Es para ella tan excitante sentirse dominada por un simple cinto que ha decidido que ese va a ser su mejor polvo, de momento… Y que él haya mantenido el morbo de sujetarla, amordazarla, obligarla a  humillarse y a ofrendar su culo sin siquiera bajarse los pantalones la dejó completamente mojada.
Un movimiento seco y él se había quitado el cinturón.

Su rostro cuadrado y serio la observaba con lascivia al llegar a casa. Un día como otro cualquiera, pero él había entrado en el dormitorio con ganas de follar. No de hacer el amor, no con simple necesidad de caricias. Esa noche, mientras ella se quitaba la toalla mojada tras secar su cuerpo y buscaba la crema hidratante, su pareja había llegado hasta el dintel de la puerta y la había mirado en silencio. Sopesaba si ella aceptaría lo que a él le había mantenido la polla tiesa todo el santo día. Se la imaginaba negándose, y se le ponía aun más dura pensar en tener que someterla.   Su verga había reaccionado a los verdaderos impulsos que llevaba días mitigando, pero por una vez había decidido que debía darle ese gusto a su sexo. Tal vez, solo tal vez, ella le siguiera el juego.
-          Zorra…
Ella levantó la cabeza, sorprendida de escucharse llamar así. Miró al hombre en la puerta, y sonrió abiertamente. Le encantaba que llegara temprano a casa, porque por norma general eso implicaba ganas de irse pronto a la cama… Y mucho más le gustó intuir el bulto que le deformaba la bragueta del pantalón vaquero. Su hombre venía con ganas de juegos. Continuó aplicando la crema en las piernas; una de ella la tenía sobre una pequeña butaquita que utilizaban a modo de descalzadora, (un trasto que atrabanca el dormitorio, según él.) Siempre le han gustado sus pies, y a su pareja también. Allí se detiene ella, pulcramente, para aplicar la crema, sin saber que su pareja hoy la quiere sumisa, dominada, jadeante como una guarrilla. Le encantaría verla ahora separar las piernas, meter los dedos entre sus labios húmedos y ofrecerle su esencia con la cabeza gacha y los ojillos implorantes de atenciones. Así la quiere él, y no sabe cómo avanzar ahora.
Y algo intuye ella, porque que su marido ahora la mire de esa forma mientras se quita el cinto no es habitual. Hay en su rostro algo que lo transforma en una mueca que no conocía. Y no sabe decir si le gusta o no lo que está viendo. Y ha de decidir, rápidamente, porque él avanza con el cinto en una mano y los dedos de la otra en la cremallera de la bragueta. Él nunca le pegaría… Por lo tanto, si es solo una azotaina en las nalgas, tal vez hoy se lo merezca…

Y es que hoy ella ha mirado a otros hombres.
Los chicos del gimnasio andaban con las mancuernas exhibiéndose delante de unas chiquillajas, y ella ha disfrutado de la visión ofrecida y sin ningún pudor ya que nadie la miraba. No es que tenga mal cuerpo, pero ya no es una niña, y aquellos muchachos parece que aun no saben lo que se pierden teniendo sexo con una madurita.

Si, tal vez se merezca que su pareja ahora le azote el culo con el cinturón. Y cree que puede gustarle. Si esa erección se mantiene como la está observando ahora mismo las marcas en la piel valdrán la pena. Y total… es invierno, no va a lucir el cuerpo enrojecido en la playa…
-          ¿Soy tu zorra?

-          Eres mi zorra… sí que lo eres- contesta él, loco de lujuria al ver que su mujer no se niega al juego.
Le ha llegado al lado y la ha sujetado por la quijada, obligándola a mirar para arriba. Ella no le teme, siempre ha sido correcto en el trato, y en la cama lo ha dejado hacer, en parte incluso para no perderle. Pero es cierto que le gusta que la maneje, que la utilice y que disponga de su cuerpo. Ella tiene mucha menos imaginación, y aunque sea sexualmente activa prefiere que el hombre sea el que la guíe. Nunca se había posicionado como sumisa… Y ahora así se sentía.

Mientras él la sujetaba por el cuello con el cinturón se sintió una zorra sumisa.
Y le gustó.

Le gustó tanto que inmediatamente sintió su entrepierna húmeda y latente. Se excitó de forma brutal cuando la obligó a hincarse de rodillas y abrir la bragueta. Notar el bulto duro y pleno bajo la tela elástica del calzoncillo la hizo estremecer, y que él le apretara el rostro contra la polla y se restregara contra ella casi cortándole la respiración fue ya la última tecla que tenía que pulsar para rendirse como buena guarra.
-          ¡Dámela, cabrón! No te hagas de rogar…
Él sacó su miembro, exultante, y le golpeó los pómulos y los labios entreabiertos con contundencia. Ella gozaba con cada toque. Empezó a salivar para regarle la polla a su macho, y éste, entendiendo las intenciones, le penetró la boca de un empellón mientras la sujetaba para no caer de espaldas con el cinto. El tirón en el cuello la enceló al máximo, sintiéndose su perra. Y se dejó follar la boca con el movimiento de caderas una y otra vez, chocando el capullo contra el paladar hasta sentirlo casi correrse. Se retiró entonces, ya que tenía otros planes.
Quería cabalgarla…

La montaría y la domaría con el cinto. Estaba tan cachondo que necesitaba hacerlo de inmediato, pues solo imaginarlo sentía que se derramaría en el suelo delante de ella, con el cuello unido a sus deseos por el cinturón.
-          A cuatro patas, perra. Te vas a enterar de lo que es reventarte el culo.
La mujer se estremece. Su culo también…
Y se echa al suelo, sin pensarlo, pues el sitio de una perra salida como ella siempre está a los pies del amo. Eleva el culo, ofreciendo sus placeres a su macho, que con la polla tiesa entre los dedos se la casca con morbosa lentitud. Ella, con ambas manos, separa las nalgas para facilitar la visión de su agujero prieto, y a él le parece que le va a reventar la verga antes incluso de penetrarla.
-          ¡Fóllame, cabrón! Dame por culo hasta que me corra.
La primera embestida le aplasta la cara contra el suelo. Él ruge de gusto cuando sus pelotas se estrellan contra el coño empapado de ella. Se aprieta contra sus nalgas en cuclillas, aferrando con una mano el cinto y con la otra la cintura femenina, para no perder el equilibrio. Y la empala una vez, y otra, y otra… hasta que el culo está tan dispuesto que comienza a moverse como un loco contra ella, sintiendo que se muere por correrse en sus nalgas blancas. Ella gime con cada embestida, las disfruta como la guarra que es, mientras se tortura la entrepierna con la yema de los dedos, que se turnan entre su clítoris y su vagina empapada.
-          Mastúrbate, zorra- le dice él, sabiendo que no le falta mucho para correrse-. Quiero sentir como te corres cuando aun la tengo dentro.
Y la mujer, que está loca por correrse con la verga de su pareja en el culo y sintiendo como el cinturón se entierra en las carnes tiernas de su cuello, se deja llevar hasta estallar y brindar su orgasmo, con contracciones rítmicas que le recorren la vulva, y se extienden a su culo, como él quería. Gime y maldice, blasfema de gusto con el cuello estirado por deseo del macho, y se rinde a la satisfacción de ser la perra de su amo, que por prolongación de un cinturón la obliga a mirar al techo ofreciendo su rostro con la espalda arqueada en difícil postura. La embiste casi con crueldad, destrozándose la polla en cada envite, hasta que la corrida se hace inminente. La saca y se la menea sobre el culo de ella, y se derrama sobre la piel de sus nalgas con un largo gemido que extasía los oídos de ella. El puño aun aferra el cinturón, y la obliga a rendirle pleitesía a su miembro con la lengua, para limpiarlo y calmarle el capullo hinchado. Ella lo lame con placer, y recoge entre los labios varias gotas que desde sus nalgas han caído al suelo de madera, recién lavado…


sábado, 26 de noviembre de 2011

Desconocido

Dos pasos más y tendré que decirle que llamo a la policía.

El tipo lleva uno de esos gorros oscuros para la nieve, enfundado hasta las orejas. Tiene los ojos duros, rasgados pero grandes al mismo tiempo. La nariz aletea con cada respiración, y la boca es una línea recta que intimida incluso más que los ojos. En definitiva, ese hombre me da miedo.
Me está mirando como si valorara mi capacidad para salir corriendo. Le complace que lleve tacones, sin duda, pues le brillan los ojos al mirarme los pies, y no creo que sea por fetichismo. El pantalón no le gusta. ¿Difícil deshacerse de él? Estoy prensada dentro, casi seguro que no se puede quitar deprisa si no es rajándolo. La camiseta no le importa, y la cara ni me la mira.

¡Por Dios…! ¡Mírame a la cara! ¡Ten los cojones de mirarme!
Tengo el teléfono móvil en la mano, pero no creo ser lo suficientemente rápida para marcar el número de emergencias y pedir ayuda. En contraposición, creo que él es lo suficientemente rápido para abrir la navaja que sospecho que lleva en la mano, porque algo metálico lleva escondido en el puño, seguro, y colocarlo en mi cuello y rajarlo de un solo movimiento.

Tengo miedo.
El desconocido está empalmado. Teniendo en cuenta el tamaño de su cuerpo es comprensible que su verga tenga unas dimensiones considerables. Aunque eso de que las proporciones no suelen corresponder en este caso no me consuela nada, ya que lo mire por donde lo mire el bulto que asoma es más prominente que a lo que estoy acostumbrada. Aun así, no creo que la mejor forma de persuadir sus intenciones sea mirar la bragueta a ese tipo, la tenga del tamaño que la tenga. Que el pantalón vaquero lo lleve hinchado en esa zona es un problema, no un motivo de júbilo. La mujer que hay temblorosa debajo de la ropa se congraciaría de excitar a un macho, pero ahora está aterrada.

Este macho no viene con buenas intenciones.
No es solo miedo, es autentico pánico. Y lo peor de todo, que no logro entender… estoy excitada.

¿Qué coño le pasa a mi cuerpo que ante una amenaza tan clara se pone a mojarme la entrepierna? Pediría ahora mismo un par de buenos bofetones si tuviera a quien hablarle, pero a falta de eso a lo mejor vale que me pellizque el muslo hasta dejarme un buen hematoma, para que se me quite la tontería. El corazón me late con fuerza y me intento engañar pensando que es por el puto miedo… pero no es verdad. Estoy mojando las bragas por ese tipo desconocido que se me ha plantado delante y no me deja continuar el camino.
No dejo de mirarle la bragueta a ese jodido gigante, por más que me tiemblan las piernas.

Y él se está riendo en mi cara, sabiendo que estoy aterrada y a la vez siento calor en mis bajos fondos. Se le curva de forma casi imperceptible esa línea que tiene por boca, y mientras lo veo hacerlo parece que decide hacerme un regalo de última hora… Saca la lengua y se lame el labio inferior con perversa lentitud.
Y da un paso más.

Busco con la mano la tecla de llamada, rellamar a cualquier número con tal de decir quién soy, donde estoy y que necesito ayuda. Si hay suerte descolgarán al segundo toque y podré gritar socorro al menos una vez antes de tener la navaja apuntando a la garganta. Con suerte solo me amenazará para que me quede calladita mientras me desnuda y me empotra contra la pared para bajarme los pantalones, rasgar las bragas, separar las nalgas y penetrarme con rudeza en un coño que se moja por su polla tiesa. Solo amenazarme con no gritar, solo decirme que si grito me mata. Dejarlo hacer, sentirlo bombear contra mi culo y estrellarse sus pelotas contra el chapoteo de mi coño, morderme el labio para no gritar mientras me taladra las entrañas y me desgarra por dentro. Incluso disfrutarlo si no me hace demasiado daño… Cualquier cosa con tal de salir con vida de esa calle, de volver a ver a mis padres, de abrazar a mi perro y suspender el examen de mañana de inglés.
Sé que me está follando ahora mismo en su mente. Planea como hacerlo, como lanzarse sobre mí de la forma más eficiente. Probablemente sabe que no intentaré huir con los tacones si no es por puro pánico, y que me alcanzaría si lo hiciera en un par de metros debido a los zapatos. No sé si se imagina lanzándose sobre mí y estrellando mi cuerpo contra el asfalto sucio y maloliente, cayendo yo de bruces y dando la mejilla contra el suelo, raspándola. Su cuerpo sobre el mío, aplastándome dolorosamente con el golpe. Su mano buscando mi boca para taparla y evitar mis gritos, su otra mano con la navaja apuntando a mi garganta y cortándome la piel a un lado para que entienda que no es una broma lo que está pasando. Escucharle decir que si hablo me mata…

Y da el segundo paso…
Echo mano al móvil, desesperada. Histérica, le doy a llamar mientras avanzo un paso hacia atrás, sin decidirme a darle la espalda a ese tipo tan amenazante. Mi tacón resuena como uno de mis latidos en la oscura calle, seguramente casi con la misma velocidad porque siento que mi corazón de están deteniendo del susto. El segundo paso hacia atrás mío propicia que el desconocido avance uno, y entonces ya pierdo el control de mi cuerpo y acerco el móvil a la oreja para gritar a todo pulmón, esperando que alguien me escuche. Mi cerebro no es capaz de relacionar a quien estuve llamando por última vez para saber a quién llamo yo a esas horas, pero ni importa porque al acercarlo a mi rostro todavía se escuchan los pitidos de los toques sin descolgar del otro lado. Me da tiempo de dar un tercer paso hacia atrás antes de verle sacar la navaja, y es cuando empiezo a llorar de forma descontrolada. Cierro los ojos y me hago un ovillo en el suelo, sabiendo que es una tontería correr cuando está a escasos dos metros de mí. Mi cuerpo, al fin y al cabo, ha reaccionado de la peor forma posible, rindiéndose ante la amenaza. Nunca me imaginé que no sería capaz de salir corriendo, esta era la única opción que me parecía inaceptable. Echarme al suelo como una maldita cobarde. La rendición no entraba dentro de mis planes.

Veo sus zapatos pararse al instante a mi lado, y escucho su respiración contra mi cabeza. Ha debido agacharse porque su aliento me roza la nuca. Huele a tabaco y a sudor rancio, trazas de alcohol y carburante. Grasa… Tal vez mecánico…
El teléfono ha caído al suelo, se ha abierto la tapa y ha perdido la batería, distinguiéndose las tres partes a mi lado. No sé si mis llantos y gritos fueron escuchados por alguien antes de estrellarse y desconectarse, aunque no tengo ninguna esperanza de que haya sido de esa forma. Y si lo fuera de nada serviría, no he dicho donde estoy. Para cuando me encontraran puedo estar muerta, rajada de parte a parte… o gravemente herida. O violada…

Me doy cuenta de que esa idea me alivia. Si solo salen perjudicadas mis partes nobles y mi orgullo seré la mujer más dichosa de la tierra. Vivir, al fin y al cabo, era la mejor opción. Y quiero salir viva. No es deseo por ese gigante, es deseo de supervivencia. Si se la tengo que chupar se la chuparé, si me tiene que reventar a pollazos le dejaré hacer, si quiere que gima lo haré como una buena guarra. Si veo amanecer bien follada habré sido.
Me enseña la navaja poniéndomela delante de las narices. Aprecio el largo aunque hay muy poca luz, y mis gritos y llantos se agudizan. Tengo los brazos rodeando las piernas, y la barbilla apoyada en las rodillas. Al ver la navaja oculto más la cara, apoyando la frente en el mismo sitio.

-          No me hagas ir a buscarte…
Sus primeras palabras; su voz ronca, la entonación lasciva y amenazante.
Y aunque no puedo ni articular una sílaba de forma coherente intento incorporarme, pero las piernas no me responden. Y entonces él hace lo que había prometido… buscarme. Me agarra de los pelos y tira de mí hacia arriba con tal fuerza que creo que me va a arrancar la cabeza. Apoyo las manos en el suelo para incorporarme y afirmo los pies para no perder el equilibrio, y en un momento estoy erguida sujeta por los pelos. Me empuja contra la pared y choco violentamente al llegar al cemento empapelado de anuncios viejos y pintadas de grafitis. La forma en que pega su cuerpo al mío me indica que no me equivocaba para nada en sus intensiones; había estado rogando para que solo quisiera la cartera, los pendientes y el reloj de pulsera. Pero ese enorme bulto que ahora me insinuaba en el abdomen pegado me lo deja todo claramente plasmado.

-          No me haga daño, por favor…
Su rostro me respira en el mío, calentando la piel que tiembla, empapada en lágrimas. Un horrible tic se ha apoderado de mis labios, que no dejan de moverse, y casi rezo por lo bajo que me toque una teta y se olvide de la puta navaja. Pero esas manos me han aprisionado contra la pared, impidiendo mi huída colocándose a ambos lados de mi cuerpo… y no me toca. La navaja está a mi izquierda, al menos la tengo controlada.

-          Doy más placer viva…
Esa observación parece que sí lo ha sorprendido, ya que algo en su postura contra mi cuerpo cambia sutilmente. Ahora la erección es imposible de controlar, me supongo que le tiene que doler metida la polla en esos pantalones. Casi querría avanzar una mano para agarrar la cremallera e iniciar la maniobra de distracción, pero no me atrevo ante el miedo a que mi mano acabe con varios cortes en la muñeca y empiece a perder sangre. No me queda otra que seguir temblando entre sus brazos.
Y por fin sus dedos se acercan a mi pantalón, con la navaja salta los botones de la entrepierna y entre grititos de histeria por mi parte siento la tela ceder ante la presión de la navaja. Lo raja de parte a parte, separando las dos perneras, dejando las bragas al aire, que observa con poco interés. Ni se molesta en acercar el acero… con ambas manos aferradas a las tiras del tanga lo desgarra de un solo movimiento. Las lágrimas vuelven a agolparse en mis ojos mientras siento sus manos hurgar en mi coño, y oírlo reír.

-          Importa poco si estás muerta cuando lo tienes tan mojado, guarra.
Y es jodidamente cierto. A no ser que le guste que me resista o que lo abrace y lo anime poco problema iba a tener para meterme la enorme polla en la raja y empujar con ganas hasta correrse. Me quiere aterrada, eso sin duda. Y si así me quiere así me tiene, eso tampoco tengo que fingirlo.

-          Quiero vivir… haré lo que sea.
Y se ríe…

-          Pues llora como la estúpida guarra que eres.
Tampoco me cuesta mucho que se me escapen las lágrimas.
De un movimiento me carga sobre sus caderas y estrujándome el culo me empala hasta el fondo. Duele, y lloro de miedo. Pero sobre todo porque él quiere que llore, y le diría que lo amo si me lo ordenara. Con una mano me agarra ahora un muslo para mantenerme en el aire mientras me empotra contra la pared, fuerte y si contemplaciones, haciéndome daño cada vez que profundiza, dejando mis carnes marcadas con la palma que me aferra. Con la otra sujeta la navaja, y la ha colocado justo bajo la mandíbula, para que note su presencia. Ese fue el peor momento, el instante en el que sentí que se enterraba pero no sabía hasta donde, ni si llegaría a cortar la carne. Cuando dejó de presionar contra la piel casi podría haberme corrido de lo aliviada que me sentí.

-          Me encanta tu jodido coño, guarra. Sigue llorando, suplica por tu puta vida.
Y entre envestidas y jadeos yo lloro para contentarlo, a veces por puro dolor en mi entrepierna y a veces por miedo a sentir nuevamente la navaja clavarse con fuerza en la garganta. Incluso hay momentos en los que lo disfruté, porque su pelvis rozaba directamente en mi vulva abierta, pero era tan efímero el placer que no cortaba en absoluto el llanto. Ese hombre no quería que me corriera, y yo no tenía ningunas ganas de hacerlo.

-          Me voy a correr, zorra de los cojones.
Me imaginé su pollón corriéndose en el interior de mi coño, con lo dolorido e hinchado que lo tenía, y casi me siento humedecer después de tantas embestidas brutales. Su miembro golpea un par de veces más mientras gime contra mi cuello, y la navaja se aleja para ceder el puesto. Respirando aliviada cuando eso sucedió reconozco que tuve un pequeño orgasmo, y que mis paredes vibraron acogiendo el esperma que el hijo de puta del gigante había esparcido en mi interior. Me abría puesto roja de vergüenza, pero lo importante era que hasta ese momento estaba viva, y que cada minuto que había ganado podría ser decisivo para mi supervivencia.

Se separa entonces de mí y observo su gran polla saliendo de la bragueta de los pantalones. Yo chorreo semen muslos abajo, y él observa también el estado en el que ha dejado mi entrepierna.

-          Eso por ser una guarra…
Su verga aun gotea cuando la mete dentro del pantalón, dura como seguí estando.

-          Que te cunda, zorra.
Tan tranquilo se da la vuelta y echa a andar hacia la oscuridad de la calle. Se agacha y recoge mi móvil, y con una señal hacia la navaja me da a entender que tal vez, si hablo, la próxima vez no tenga tanta suerte. Y yo, que me siento dichosa de solo haber perdido unos cuantos minutos, el orgullo y unos pantalones, echo a correr en dirección opuesta, sin importarme la guisa que llevo, ya que a esas horas poca gente voy a encontrar rondando por las calles.


lunes, 21 de noviembre de 2011

Sentirme Puta

Dos o tres veces al año me visto de puta. Minifalda indecente de plástico imitando el cuero, botas de fino tacón incómodas como la madre que las parió, de esas que terminan en chúpame la punta y te rozar la parte de atrás de las rodillas. Y sujetador de cortinilla en vez de camiseta. Sin bolso, cabello recogido en una cola muy alta y la cara pintada como si fuera carnaval. Al tener el culo grande la parte baja de las nalgas se escapan de la falda, y sin inclinarme ya se ven mis redondeces plenas. Eso vuelve locos a los hombres que pasan por la calle; de noche, caminando o en coche, se paran a mirarme. Mi vestimenta es tan burda que piensan que puedo chupárselas por 20 euros, y hacerles un completo por poco más del doble.

Pinta de furcia viciosa…
Me miran las tetas y piensan en correrse en ellas. Miran mi rostro e imaginan en cómo lamerían mi cara desdibujando el carmín rojo de los labios. Me miran el culo y se les van las manos a azotarlo, una y otra vez…

Me encanta sentirme suciamente deseada.
Un par de veces al año quiero sentir que los hombres quieren solo usarme…

Se me acercan ya con un par de euros en la mano, con palabras guarras en la boca y los ojos desnudando lo poco que queda por desnudar. Mi cuerpo se insinúa bajo la tela y con movimientos sensuales ofrezco el género que vendo. Si el tío no viene marcando una buena erección abultando la bragueta ni le miro a la cara. Empalmada hasta reventar, así quiero la polla que busco…  Es el sentimiento que necesito, lascivia, lujuria, vicio… No quiero solo sexo… quiero algo más.
Se para un coche y de él sale un tipo elegante, de esos que me cortarían el hipo si fuera con mi ropa cara y del brazo de mi novio, abogado. Me jode que aun así vestida me busquen los dandis, que no vayan a gastar sus sueldos con las putillas de largas piernas abiertas que esperan entregadas sobre la colcha de seda de una habitación de hotel. Mi rostro pierde la sonrisa invitadora que hace un momento asomaba, y el enchaquetado entiende la indirecta y deja de avanzar. Sabe que no me voy a subir con él al coche, ni le mamaré su polla perfumada escondida bajo unos calzoncillos de Calvin Klein. No lo entiende, eso sí se ve a simple vista. No comprende que prefiera esperar a la intemperie vestida de esa guisa en vez de disfrutar del asiento de cuero y del trozo de carne limpia que me ofrece. Una polla, al fin y al cabo, como la que tengo en casa…

Quiero unos jodidos dedos encallecidos… Tanto por utilizar las manos con unas sucias herramientas como de machacársela todos los días.
Trabajo duro durante la jornada, olor a sudor en la ropa. Cerveza en la boca, orina en el pantalón vaquero. Tierra en las botas…

Quiero que un hombre me folle el coño hasta reventarlo, que me diga guarradas mientras me escupe entre las dos nalgas y mira como resbala su saliva hasta su polla tiesa. Quiero un hombre que me azote el culo con rudeza, que me estrelle los huevos contra los muslos y me deje tan mojada que pueda escuchar el ruido que hace su pelvis al chocar contra mi cuerpo por encima de sus propios gemidos. Quiero un hombre rudo que se corra entre embestidas y me siga follando porque no se ha saciado. Quiero alguien que me muerda las nalgas y que me deje los colmillos marcados.
Quiero ser usada como objeto sexual por el mero hecho de serlo, por unas horas…

Puta bajo la ropa de saldo del rastro…
Esa polla que aparece ahora al bajarse un macho de una moto embarrada es la que me enciende. Pantalón gastado y manchado de aceite, pinta de no haber sido lavado en varias semanas, de haber aguantado varias corridas y varios revolcones por el suelo, arremolinado en los tobillos. Me mojo los muslos, ya que no llevo bragas, en un momento al imaginar esa bragueta restregada contra mis nalgas. Me caliento, y nadie sabe de qué forma, cuando la mano dura y vellosa se recoloca la verga al poner los dos pies en el suelo. Camisa de franela a cuadros, chaqueta de imitación a cuero. Casco integral con varios golpes, al igual que la moto. Pinta de leñador, fuerte y descarado.

Respiración agitada, la suya y la mía. Boca seca y lengua que se muere por lamer el sudor de la piel que está a punto de frotarse con la mía. Quiero ese cuerpo estrujando el mío contra la pared de un sucio callejón, que me eleve las piernas y me las coloque rodeando su cintura, y me sujete contra sus caderas. Que mis tetas se estrujen en su cara y sus manos se pierdan en mis nalgas, separándolas y ofreciendo mis entrañas a su polla tiesa. Quiero que me perfore en su primera embestida, y en la segunda, y en la tercera… Quiero sentirme dolorida porque su verga sudada y viciosa me ha destrozado el coño durante minutos interminables, hasta correrse dentro, y gotear contra sus botas llenas de tierra. Quiero gemir en su boca y que él gima en la mía. Quiero morderle los labios y que él me los devore con fiereza. Me muero por correrme en su miembro desconocido, restregar mi vulva contra su pelvis hasta arrancarme mi propio orgasmo… Necesito sentirme sucia, necesito sentirme puta.
No quiero una polla fina. Quiero la verga viciosa de ese hombre que ni se ha quitado todavía el casco de la cabeza. Quiero la sensación de ser una furcia sintiéndolo metido entre mis piernas. Quiero volver a casa y no bañarme cuando me meta en las sábanas de seda. Conservar su saliva y su semen corriendo por mis piernas… eso quiero. Oler a macho, como yo ahora huelo a hembra en celo.

Vuelve a tocarse la polla… Esta vez es una invitación.
-          ¿Tienes otro casco?


lunes, 14 de noviembre de 2011

Donde tus deseos me lleven

Morirme entre tus dedos, que arañando la cordura, me invitan al desmayo. Morirme entre tus labios que me deleitan con el hambre de un buen amante, atento y entregado. Rendirme por la necesidad de rendirme, sin importar las consecuencias. Caer en la inconsciencia del abandono del propio cuerpo, desear perder la piel a tiras bajo tu hechizo maldito…

Arquearse mi espalda de dolor y anhelo. Perder la voz bajo la necesidad del grito que me niego a dar. Cerrar los ojos e impedirme recordar tu sonrisa ante la impotencia y el delirio febril de mi frente. Sudar y estremecerme, quejarme de mi dicha, maldecir tu alma. Humedecerme…
Entregar algo más que mi cuerpo en cada latido de mi coño, en cada punzada que me recorre el cuerpo y de las que ya no quiero alejarme. Sufrir mi condena y aceptarla, porque se hayan convertido tus actos en el camino que quiero recorrer aferrada a tus caderas.

No dejar que la mundanidad altere mis sentidos. A tu lado, en esa cama que huele a ti, en esas sábanas en las que está tu piel envuelta…. allí el tiempo no nos toca. ¡Qué mi vida se  escape entre los orgasmos que me calientan el alma y me desdibujan como mujer! Entre tus brazos, fundida contigo, confundida como persona… soy solo sentimiento y jadeo, y así me gusta verme…
Morirme para renacer siendo la hembra que te encele…

Piel contra piel, no importa cómo ni dónde. Iniciar la lucha, y dejarme vencer. Querer ser la sumisa que altere tu polla, despierte el fuego de tu entrepierna y quemarte hasta que tengas que apagar las llamas que me lamen derramando tu simiente. Atormentarme con tus vicios porque soy en la única que piensas cuando se te levanta la verga. Ser la que irrita tu ser…
¡Mírame, no huyas! Quiero tus ojos en los míos clavados cuando maldigo al dueño de la boca que no me deja descanso. Quiero tus manos rasgando la piel de mis muslos cuando intento escaparme de la dulce tortura, quiero que esta frustración que me produces sirva realmente para que mi alma quede partida en mil pedazos. No me importa cuánto dure la noche, porque sé que al llegar el alba querrás nuevamente enterrarte entre mis piernas para perderme por completo en el deleite de tu polla tiesa.

¡Fóllame ahora! No lo dejes para más tarde. Si no quieres que me corra… te regalo mi disfrute, para ti mi orgasmo inalcanzado. Si es una tortura la acepto, porque de mi sexo insatisfecho contigo nacen mis mejores calenturas para continuar deseando ser inundada por tu polla en cada recorrido de la carne compacta contra mi entraña fundida y mojada. Pero sabes que te rendirás en algún momento, porque al igual que a mí me gusta verte derramado sobre mi abdomen agitado tú disfrutas al sentirme estremecerme entre tus brazos.
Por eso… por eso ahora me rindo a tus deseos, a esos que persiguen que esté horas deseando un placer no consumado. Tengo la dicha de saberme dueña de todos los que me has proporcionado, y de los venideros. Si ahora reniegas de mi disfrute porque has aprendido a hacerme desearte hasta rendir mi alma a tu maldita perversión ya llegará mi turno. No me importa esperar hasta que quieras dejarme desmadejada, confundida, sudorosa y exhausta…

Pero, por favor, cruel diablo mío, que sea esta noche…


domingo, 13 de noviembre de 2011

Una cama vacía

Darse la vuelta en la cama, en la inmensa cama de matrimonio, y no encontrar nada… Así, tantas noches; así, tantas madrugadas…
Las sábanas enredadas en mis piernas como único vestido de noche. Dormir desnuda por costumbre, arrimada al calor del cuerpo del ser amado. Se me hace extraño que haya llegado la frialdad del invierno y torture la tranquilidad de mis carnes, y al posar la mano en la almohada ajena  no percibir en ella sino recuerdos. Gemidos de otras épocas, confidencias pasadas. Amores perdidos… Dolor en el alma.

Echarte de menos, con toda la fuerza que puede hacerlo mi corazón partido en pedazos, y que no logro recomponer por tu ausencia. La sensación de pérdida es inmensa, y lo noto en mi espalda falta de tus caricias. Era demasiado hermoso tener tus dedos siempre dispuestos a la tortura de mis sensibilidades, esas que ahora te lloran y reniegan de la vida que les espera.
Mi cama vacía…

Me da miedo la soledad de mi cama, me ahoga la frialdad del colchón y el silencio de las paredes. Lloro, y mis lágrimas no encuentran tus labios, que antes las recogían… La ansiedad que atenaza la garganta y que hoy afecta a mi voz no es sino fruto de tu partida, y ese llanto amargo que empaña mis ojos nubla solo los recuerdos que en imágenes imprecisas tengo de tu cuerpo en mi dormitorio. Tu presencia en las cosas que tocaste, tu voz gimiendo contra mi piel caliente, tu olor impregnando la ropa de cama… Todo eso me desgarra las entrañas.
Amor mío… créeme que te quiero…

Si ahora me faltas, espero recuperarte. Si ahora me pierdo en la necesidad de tu abrazo quiero que sepas que es por mi anhelo de abrir los ojos otra vez y verte sonreír a mi lado. Mirar tus labios curvarse en sensual mueca, saberte mío pase lo que pase. De nada sirve mi piel sobre los huesos si no recibe tus atenciones. Está sin vida, pálida y fría. No la quiero sin el calor de tu mirada desnudándola a cada paso. Me la arrancaría por los pocos placeres que me reporta ahora. Tal vez, bajo ella, encuentre el calor y la sangre que me indiquen que aun sigo viva.
Te marchaste y no dejaste sino sombras. Me dejaste vacía y es así como sigo. No hay forma de levantarse de la cama sabiendo que no te encontraré en algún rincón de la alcoba sin derramar lágrimas que mojarán el suelo de madera. No entiendo cómo llegamos a estar tan separados que tu partida fue únicamente la prolongación lógica de tus sentimientos. Dijiste que hacía tiempo que mi ser no te decía nada. No sabes lo que duele perder tu cuerpo, pero perder tu alma junto a la mía… ¿Cuándo ocurrió eso?

¿Cuándo tu cuerpo dejó de estremecerse junto al mío, amor mío, que no me di cuenta?
La noche antes de tu marcha recuerdo tus manos en mis pechos, tus caderas entre mis piernas, tu sexo en mis entrañas. Tus labios en mi boca, tu lengua entregada…  Recuerdo y vivo tus jadeos a cada minuto del día, aquellos que me dedicaste en tu última corrida, hace ya tantas lunas. Los cortinajes de la ventana ahora cubren mi vergüenza de cara a la calle, me esconden de las murmuraciones y de la especulación referente a tu marcha. Permanecen corridas, porque ya solo me asomo para observar que tú no vuelves a casa por las noches, que mi cama va a volver a echarte de menos.

Nuestra cama… que ahora es solo mía.
Ya me siento seca por dentro, y sabes que también por fuera. Al quitarme las bragas no hay restos de la excitación que antes sentía. Si algo mojara mi entrepierna, sabes que ahora sería el llanto que por ti derramo. Nada me excita en las sombras de nuestro cuarto, nada me eleva hasta donde tu cuerpo lo hacía. Mis orgasmos te los llevaste escondidos entre tu boca y la bragueta, se engancharon en tu maleta arrancados de igual forma que tu voz pidiéndome que me corriera. Esa boca perversa que me pedía que me estremeciera con sus movimientos de cadera ahora ya no tiene más palabras para mis oídos que un triste y seco adiós lanzado desde la puerta de entrada.

Y el espejo del dormitorio, que antes nos devolvía la imagen de dos amantes fundidos y entregados a la lasciva tarea de encontrarse en el cuerpo del otro, ahora me dice que mi rostro no se maquilla, que mi cuerpo lleva las prendas sin gusto y que mis hombros cargan con un hondo pesar. Me fascinaba observarnos follar al llegar el alba, me encantaba verme abrazada a ti, con mi cabeza en tu pecho y sus dedos perdidos entre mis cabellos, tras hacerme sudar y gritar tu nombre. Confieso que anoche lo cubrí con un plaid para no ver mi reflejo acurrucado entre el butí y el colchón. No puedo soportar mis emociones, pero es mejor si también evito a mis sentidos… Y ya tengo bastante con el tacto y el olor, como para también dejarme dañar por la vista.
El alcohol no ha sido un gran consuelo, y ahora ni lo miro. Tampoco resolvió mis problemas, y la narcolepsia producida no me ayudaba sino a parecer más lenta aun en mis actuaciones. No me ayudaba a no sentir, solo a llorar sin importarme quien estuviera delante. Tal vez lo que debía haber hecho era simplemente perder la consciencia, así las horas pasarían sin dañarme en exceso. Al final, la resaca no puede ser tan mala como la pérdida. Al final, la bebida no me ayuda a engañarme al decirme que solo era sexo.

Pero… ¿va a ser así siempre? ¿Y si no te recupero? ¿Y si esta sensación me acompaña en cada una de mis noches, sin encontrar la forma de sobrellevar mi pérdida? ¿Mi amor era tan hondo, y no me di cuenta antes de que desaparecieras?
¿Y si no vuelves?

¿Si no vuelves, amor mío…? Mi alma está rota ante la pregunta. Y si no vuelves… ¡qué será de mí!  Y si al final te he perdido para siempre…



sábado, 5 de noviembre de 2011

Infiel


La pregunta que nunca debí hacerte…

- ¿Dónde se deja de ser fiel?
Y la respuesta que nunca debiste darme…

- Probemos…
Bajar la cremallera de mi vestido negro dándote la espalda, mostrando la piel del hombro, sacando una manga. Terminar de bajarla sabiendo que tus ojos acompañan mis dedos en el proceso. Pensé, y dije después, que desnudarme delante de ti no era ser infiel… Y tú, cómplice, no dijiste nada.

Sacar el otro brazo y dejar caer el vestido a mis pies, para mostrarte la lencería que en mi intimidad para ti había comprado, fantaseando con algún día poder mostrarte. Negras braguitas de topitos blancos, sujetador a juego con el escote engalanado en encaje desdibujando la línea de los pechos abultados. Separar las piernas para que las braguitas se hundan en mi raja y quede la mayor porción de nalga expuesta a tus ojos malditos. Inclinarme para mejorar mis vistas, y para verte devorarme a su vez…
Que te abras la bragueta en dos movimientos puede que tampoco sea ser infiel…

Y ver tu polla tiesa entre tus dedos supongo que tampoco. Esbelta, tersa, con el capullo rosado hinchado y babeante. Puede que saber que si no hubiera un anillo en mi mano esa verga estaría ahora recorriendo mis entrañas calientes sea aun más endemoniadamente excitante. Ojalá las ataduras y los juramentos desaparecieran tan convenientemente como se puede esconder por unas horas un anillo… ¡Qué digo unas horas, unos simples minutos! No me hace falta más para saciar la sed que me atormenta la garganta que unos simples y maravillosos minutos, entregada a los placeres de tu carne traviesa.
Puede que tampoco sea considerado infidelidad apartar un poco las bragas para enseñarte mi coñito rasurado y mojado…

Y al hacerlo comprendo que el hecho de que te masturbes mirando como muevo la tela negra sobre mi entrepierna estimulando mis zonas nobles no puede ser tan malo… ¡Cómo va a ser malo si me está gustando tanto! Eso no es ser infiel, es disfrutar de mi imaginación mientras hay otra persona que hace lo mismo con la suya. Ahora me la estás metiendo fuerte… lo sé, lo intuyo…la siento menearse en mi interior como si en verdad lo hiciera. Deliciosa plenitud contra la que apretarse mientras me torturo el clítoris con la yema de los dedos a través de la tela de las braguitas elegidas.
No, definitivamente verte masturbar no puede considerarse serle infiel a mi marido… no te estoy tocando…

Ver cómo te la machacas con la mano cerrada contra la carne dura es lo más excitante que he hecho en años. Brindarme tú tu imagen empalmada mientras te muerdes los labios y me clavas tus ojos en las nalgas como harían tus dedos si te estuviera permitido… ¡Maldita moralidad la tuya! Horrible sensación de impotencia al saber que si me acerco un poco huirás con la polla tiesa metida entre las piernas a la carrera… O tal vez no…
Invitarte a que entres… invitarte solo a tocarme.

Me acuesto en la cama y separo las piernas. El dormitorio de la casa de tu amigo es tan impersonal como puede ser cualquier otro de un hombre que solo lo usa para follar. Aun así la cama es cómoda y amplia. Una pena que los dos seamos fieles a nuestras parejas… Aunque esté boca abajo puedes ver mis dedos entrar y salir de mi coño, y escuchar el chapoteo. De eso estoy segura, porque yo lo escucho y sé que se te sigue endureciendo porque te veo a través del espejo que hay al lado de la cama. Me miras tocarme, te miro yo hacerlo… Me excito con la idea de que me poseas y me retuerzo entre las sábanas de la cama.

Te enseño mi anillo de casada… juego con el oro mientras lo deslizo de mi dedo y enmarco mi clítoris con él para hacerme sentir más atada a algo que ahora mismo no comprendo. En anillo cae a la cama con el juego, y tú lo observas entre mis piernas, depositado en las sábanas de tu amigo.
¿Gemir pensando en otro es ser infiel? Porque estoy gimiendo…

Empiezo a no ver la línea y me doy cuenta de que no me molesta tanto.
Pero, sobre todo, te escucho gemir.

Me estremezco al verte temblar a mi lado, ya que te has acercado a la cama. Estás parado a un lado, con la verga en la mano dura como una roca. Me duele el cuerpo de la impotencia, me duele el alma por la falta de contacto y el coño porque está vacío… Y me duele el dedo porque he perdido el anillo. Aun así estoy tan excitada que no puedo contenerme, y me pregunto si un avance más será posible estando tan cerca tu cuerpo del mío.

- ¿Se puede considerar infidelidad ofrecerte mi culo para que lo huelas?
Te he herido de muerte, y lo sabes…

Elevo las nalgas, hinco las rodillas en la cama y te ofrendo mi culo… tal como siempre quisiste.
Sé que estás a punto de caer, y no sé si podré sostenerte. Provocarte hasta ese extremo ha sido peligroso, pero sabía que no podía dejar de ofrecerte mi olor, con lo que te gusta. Tal vez, solo tal vez, sea miedo lo que brilla en mis ojos, al mismo tiempo que deseo. Pero tú te inclinas con toda tu mala leche, y me dices, con tu rostro junto a mi culo, que si no hay roce, no hay pecado…

Y tus palabras retumban en mi cuerpo mientras te escucho olerme, aspirando fuertemente mi aroma. Y pareces satisfecho, porque se te ha puesto la polla tan dura que estoy segura que te falta poco para eyacular encima de mí. Aun recuerdo tus primeras palabras, cuando nos conocimos…
- Sexo telefónico no se considera infidelidad, ¿no? 

- Depende… - te había contestado yo.- Si es solo decirme que me harías o si te tocas mientras lo haces… 

- ¿Y qué diferencia habría, si no es a ti a quien mis manos tocan?

- ¿Y a quien tocarías, a tu esposa?
La idea te había encantado… follarme por teléfono mientras te imaginabas haciéndole lo mismo a tu esposa. Hasta que por fin conseguiste que me escondiera del mío para correrme con tu boca perversa… No, había pensado entonces… masturbarme con tu voz no es ser infiel…

 Follar con nuestros respectivos después, con los olores despertados en los sexos por el otro… Escucharte decirle las cosas que me has dicho a mí a tu esposa, porque dejas el móvil encendido en la mesilla de noche. Escucharte gemir por lo que ella te hace, aunque sea pensando en que es mi coño y mi boca. Y yo… preguntarme… ¿Estoy siendo infiel al escucharte?

Follar con mi marido haciendo lo mismo… Llamarlo como a ti te gusta que te llame. Gemir para que me oigas, hacerlo correr de forma sonora para que lo disfrutes tú desde el otro lado de la línea telefónica. Ponerle tu cara y tus gestos… ponerle tu morbo y tus actos. Follarte a ti estando con él, dejarme joder por ti en el cuerpo de tu mujer…

 Y ahora… después de tantas noches haciendo el infiel sin serlo a nuestros ojos; ahora, que tu polla está tan cerca, tu boca tan dispuesta junto a mi culo y tus manos se contienen por algo que creo que es más deseo de continuar con el morbo que por el motivo de sentirte atado por una boda. Mi carne tiembla por la espera, sin ver hacia donde se inclinará la balanza.

- Cabrona, puta y jodida cabrona…
El punto justo. Ese en el que sé que ya no puedes estar más cachondo. Ese momento ha llegado. Y tus palabras me han hecho llegar a mí al orgasmo. Me retuerzo sobre las sábanas a la vez que el calor me hacer perder la poca cordura que quedaba en mi alma. Correrme contigo al lado, por lo que me haces sentir, ¿es ser infiel?

Me doy la vuelta y quedo tumbada hacia arriba. Me deleito con la imagen de tu cuerpo ardiente y a punto de correrse. La primera vez que lo veo de cerca, y no por video… la primera vez que te puedo rozar la polla con la punta de los dedos y llevármela a la boca. Sentir la leche salpicarme el cuerpo, elegir el lugar donde vas a ensuciarme. ¡Tantas posibilidades! Verte sujetar ahora la punta a la espera, escuchar tus gemidos, notar cómo te tiembla la mano.

Y por algún motivo que no consigo entender, cierro los ojos.

Tu leche se derrama en mi abdomen. Plácidos chorros que caen alrededor de mi ombligo y me calientan la piel me corren por una de las caderas y la cintura. Tu semen derramado en mi cuerpo por primera vez.

¿Y esto, será ser infiel? Me da miedo que la pregunta me haya llegado a la mente justo cuando ya no se puede hacer nada, pero lo cierto es que no me siento más adúltera que antes de entrar en el cuarto. ¿Dónde estaba la línea, entonces? ¿Dónde dejó de ser una fantasía? ¿O sigue siéndolo?
           - Yo no he sido infiel,- comentas tú, como si supieras en qué pienso, mientras miras la corrida en mi abdomen. Estás tan seguro de lo que dices que me preocupa ser entonces yo la única que he pecado. Porque yo me siento pecadora.

Recojo con dos yemas de los dedos unas gotas de tu esperma y uno de ellos me lo llevo a la boca. Pruebo tu sabor y mi lengua se funde con la esencia de tu adulterio, aunque tú no quieras reconocerlo. Mi saliva impregna el dedo mientras esa gota deliciosa me desaparece en la garganta. Luego me incorporo, y metiendo los dedos en mi entrepierna, embadurno el dedo que antes estuvo jugando con mi lengua. Lo que me ha mojado los labios bajos con tus palabras y tu imagen ahora resbala por el interior de los muslos, y ahora quiero entregártelo. Si tú no has sido infiel, yo lo he sido... No sé si al dejarte verme, al dejarte correr encima o al iniciar el juego en el que te deseaba. Solo sé que el anillo aun está en la cama y que mi cuerpo brilla por culpa de tu esperma. Si no me has deseado hasta el punto de perder la cabeza al olerme el culo y llamarme cabrona eso ya es un asunto tuyo. Para mí, soy adúltera...
Ahora, mientras me miras hacerlo sabes que te toca, y que al final, quieras o no quieras, vas a saborearme. Te entrego ambos dedos… uno con semen y el otro con los fluidos de mi boca y mi coño. Los dejo justo sobre tus labios, y allí esperan hasta que con lengua dubitativa los envuelves y los llevas al interior de tu boca. Allí me pruebas por vez primera también, y siento que se te pone otra vez tiesa ante la perversión que se te ha ido de las manos…

- Ahora eres infiel…