¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

miércoles, 19 de junio de 2013

Cuernos

Te la está pegando… y sin embargo sigues mirando como se la folla. ¿Masoquismo? No llegas a comprender exactamente por qué lo haces. Pero allí sigues, mirando desde la puerta, sabiendo que las sombras te amparan y protegen… Eso, y lo muy cachondos que andan esos dos, mezclando sus cuerpos entre jadeos y sudor.

A ella no la conoces. Te daría igual que estuviera haciéndolo con su hermana. Ya puestos, unos cuernos son unos cuernos. Pero te da rabia, porque la tipeja está tremenda. ¿Como tu marido ha acabado follándose a una mujer así? Todo un misterio, la verdad, porque no se le puede considerar un tío con facilidad para el ligue. Y, sin embargo, ella está empapada. Lo sabes porque escuchas el chapoteo de la polla de tu marido cada vez que se entierra en su coño. Lo sabes porque esos gemidos no se fingen fácilmente, Porque suda, porque tiene la piel enrojecida. Y porque lo mira con deseo. Cada vez que sus ojos se enganchan del hombre que comparte tu cama… saltan chispas.

Con él… llevas casada unos diez años. Noviazgo corto, porque te quedaste embarazada y la vergüenza hizo que no esperaras a vestirte de blanco con una tripa incipiente. Luego perdisteis el bebé, y a los dos se os quedó cara de bobos. Os acostumbrasteis a lo que había, y al final creías incluso que erais felices… hasta esa noche.

Nunca habías imaginado a tu marido poniéndote los cuernos. Es más, no sabías donde había aprendido a follar así. Contigo se limitaba a metértela por el culo, ya que a ninguno de los dos les había quedado ganas de tener más hijos. Te ponía a cuatro patas y te cabalgaba durante un rato, sin apenas hacer ruido, hasta que se corría dentro. Si tú te masturbabas y llegabas al orgasmo, bien. Si no… tampoco es que le importara demasiado. A ninguno de los dos, en verdad. Te habías abandonado un poco en los últimos años, y si conseguías correrte era más bien en la intimidad del baño, cuando tu marido andaba trabajando.

No sabías que a él le gustara cambiar tanto de postura, o que tuviera tanto aguante. Ahora, que lo mirabas follarse a otra, te dabas cuenta de lo que te había negado durante todas las noches que compartiste su cama. Se estaba aferrando a sus caderas como si temiera que se le fuera a escapar. Su polla entraba y salía, rabiosa, de entre sus pliegues, con una facilidad pasmosa. Estaba tan duro y erguido que de repente te dio miedo que te pudiera follar el culo en ese estado. Seguro que a ese ritmo tenía que doler…

Y, sin embargo, cuando se la sacó a ella para luego clavársela entre las nalgas, sólo escuchaste gemidos de gozo. A la muy puta le encantaba aquel ritmo, con su verga tiesa y empapada por la humedad de su coño. Te fijaste en el rostro contraído de tu marido, y lo viste disfrutar de verdad. No como lo hacía contigo, que solo gesticulaba algo cuando estaba a punto de correrse. Ahora, bombeando contra el culo duro de su amante, se le veía pletórico, cabalgando a una mujer de cuerpo firme y garganta obscena, que no se cansaba de decirle que siguiera follándola.

Sí… Después del primer choque de la visión de tu marido con su polla en la boca de la muchacha, por lo menos diez años más joven que tú… te habías quedado a mirar con curiosidad. Dolía, ciertamente… Pero era tremendamente excitante. No estabas enamorada, pero la rabia te había inundado. Más que nada, porque de tu garganta no habían salido nunca tales gemidos. Su verga no se había enterrado en ti con toda la fuerza que demostraba tener ahora tu esposo. Agarrándola por la cabeza, como los habías encontrado, con la polla en la mano, incrustándosela hasta los cojones en la boca. Y ella chupaba con tremenda dedicación, dejándose guiar por los deseos del macho, que movía su cabeza asiéndola de los pelos, cogidos en una coleta larga y rubia. Arrodillada frente a él, con las manos en las caderas de tu marido para no perder el equilibrio, no dejaba de mirarlo mientras él le indicaba como le gustaba que le trabajara la polla. Lo escuchaste decirle que siguiera, que se la tragara toda, que le chupara los huevos o jugara con su capullo. Las palabras de tu esposo te sonaban a chiste, ya que nunca lo habías escuchado hablar así… Pero te mojabas.

Estabas deseando que te follara de esa misma forma.

Querías la polla de tu esposo metida de tal forma que te impidiera respirar, que te lo hiciera como a la puta que ahora tenía empalada por el culo. La miras gozar con cada embestida, y sientes el vacío en tus carnes, calientes y mojadas como nunca antes. La recorres con los ojos, deseando unirte a la fiesta, y sabiendo que no estás ni mucho menos preparada para algo tan escandaloso. Pero anda tan excitada que probablemente te daría igual, con tal de ver la espléndida erección de tu marido tan cerca, justo frente a los ojos, en el preciso instante que te agarre por la cabeza, estirándote el cuello, y la sientas restregártela por toda la cara. Quieres sentirte sucia por una vez en tu vida, deseada, poderosa, ardiendo.

Te imaginas que es la amante la que mira mientras le pides a tu marido que te separe las nalgas y te folle el culo. Escuchas tu voz resonando en tu cabeza, rogando a tu pareja que te dé más fuerte, que haga que tu cuerpo tiemble con cada empellón que dé, que te empotre contra el colchón de la cama y te impida moverte, por el ritmo frenético que han cogido sus caderas. Mirar a la amante a la cara y decirle que esa polla es tuya, que vas a recuperarla, y que te follará a partir de ahora como a ella. Quieres su leche derramada por todo tu cuerpo, mezclada con el sudor que te produce las posturas a las que te somete. Las piernas abiertas en ángulos imposibles para ti hasta ahora, pero que gracias a sus manos apoyándose en tus muslos vas a poder mantener. Quieres su lengua metida en tu boca mientras te folla, su saliva resbalando hasta la tuya, sus palabras rebotándote contra los labios. Quieres escucharlo, después de tantos años…

Cuando ves que se la saca la apoya entre las nalgas de la rubia, y empieza a correrse sobre la piel enrojecida por las palmas de las manos, te quieres morir. Esa leche debía ser tuya, estar en tu vientre, apaciguando el calor de tus entrañas. Te estremeces viendo los espasmos de tu marido contra el cuerpo de ella, escuchando sus gemidos, y tirándole del pelo para que arquee la espalda y no se resbalen los chorros hasta la cama. Levanta la cabeza y gime para el techo, y tú clavas la mirada en su polla, satisfecha.

Te quieres morir…

Porque sabes que tu marido se folla a otra, o a otras. Que a ti nunca te ha dado el placer que le ha provocado a su amante. Y porque ahora estás tan caliente que en vez de pensar en entrar en la habitación y partirle la cara a guantazos estás deseando meterte en el baño y masturbarte como una loca, metiéndote los dedos que sustituirían la polla que te falta, torturando tu coño hasta que, desde el otro lado de la casa, te escuche gemir al estallar en tan necesitado orgasmo.

Sí… Te quieres morir. Pero no te mueres. Por unos cuernos nadie se muere…

miércoles, 12 de junio de 2013

Condiciones

-         Sí, ya veo que a partir de ahora puede que nos entendamos…

Mi cuerpo se estremeció con esas palabras. Al fin y al cabo, llevaba más de una hora en aquella postura, desnuda, y la cabeza agachada sin poder mirar al frente. Y nadie podría decir que no tenía ganas de levantarla y echar un vistazo a los dos hombres. Uno de ellos era el que me había puesto en aquella postura; el otro era la causa de que estuviera así colocada… arrodillada con las piernas separadas.

-         Me alegra saber que al final el tiempo va a estar bien invertido.

Por lo menos hacía más de diez minutos que la voz conocida de mi Amo no se acercaba a mi oído, a susurrarme lo satisfecho que estaba de ver cómo mantenía el tipo, aun sabiendo que mi entrepierna estaba empapada, y mi cuerpo, físicamente agotado tras la inmovilidad. Me había tomado de los brazos en la primera media hora para recolocarlos y poder apoyarme, pero las piernas permanecían en la misma postura, ofrecida a la vista de ambos.

Sabía que me miraban. Era como si cada vez que sus ojos se posaban en mis nalgas, deseosas de clavar allí los dedos, la intensidad de la mirada me abrasara. Mi imaginación volaba cuando hacían una pausa, y los dibujaba a ambos a cada lado de mi cuerpo, pensando en si lamer mi coño sería más placentero que enterrar la polla hasta los huevos. Una pausa necesaria, sin duda alguna, como la que se toma un fumador, ansioso por llevarse el cigarrillo a la boca. Y es que dejar que mis pliegues húmedos envolvieran la verga endurecida del invitado seguro que mantenía muy dura la polla conocida de mi Amo.

Ciertamente, su polla tenía que estar completamente erecta, pensando en permitir que el otro probara el género antes de cerrar el trato. Dos embestidas firmes, tres a lo sumo, lo justo para dejarlo con la miel en los labios y ceder a cualquier exigencia que luego pudiera presentarse. Ya podía escucharlo ordenarme gemir…

-         Gime, putita. Gime para nuestro invitado. Regálale los oídos.

Y mi garganta, deseosa siempre por complacer sus deseos, haría lo que se le ordenara. Gemir, callar, acomodar el capullo tieso de la polla deslizada entre los labios, ansiosa por estallar en el orgasmo y regarla con la leche caliente que me alimentaba cada día…

Pero no me decía nada. Ni él ni el otro…

Me observaban… o se observaban entre ellos, midiendo sus fuerzas. Mi Amo, sabiendo que simplemente se haría su voluntad, se deleitaría con la satisfacción por el poder que le había otorgado. El otro, sospechando que por fin conseguiría usarme, aunque fuera sólo bajo las directrices impuestas. Después de tantos meses, poco importaba como fuera. Me deseaba… Si no, no habría llegado tan lejos.

-         ¿Quieres follártela ahora?

Me ardió el coño y se me aceleró el pulso. Sentí los latidos en la zona de mi entrepierna que tanto ardía, justo antes de que los dedos ágiles que tanto me torturaban se deslizaran por mi intimidad, mostrando lo mojada que me encontraba. Podía oler la polla de ambos como si las tuviera enfrente, pugnando por decidir cual se introducía primero en mi boca.

Me estremecí con el contacto de los dedos. Ansié que me follaran. Después de tantos minutos, exponiendo mi cuerpo a las miradas de ambos, necesitaba un desahogo. Deseaba dos dedos presionando dentro de mí, recorriendo los puntos que sabía que me harían perder la cabeza, que harían que rogara como una hambrienta por un trozo de pan. “Por favor, Amo. “Por favor…”

-         ¿Cuándo no he querido?

La voz sonaba esperanzada, por fin, tras tanta espera. A esas alturas, si le llegan a decir que debía follarme mientras rezaba diez Padre Nuestros sospechaba que encadenaría otros tantos Ave Marías para aferrarme de los pelos y cabalgarme el culo bajo la atenta mirada de mi Amo.

Sus dedos se introdujeron lentamente en mí. Dos, y luego tres, y jugaron conmigo con malicia, arrancándome varios gemidos.

-         Creo que es justo que te la folles-, comentó, de forma distraída, mientras sacaba los dedos y comprobaba el efecto de sus palabras en los temblores de mis muslos-. Ella también está deseando que la usen.

Dos, tres, cinco pollas… Necesitaba sentirme ocupada. Daba igual por donde, daba igual el ritmo. Enloquecería si aquello se prolongaba más tiempo.

-         Entonces, le daré el gusto a tu putita.

El sonido de la cremallera al bajarse me hizo tambalear, y mi garganta dejó escapar un leve gemido, suplicante. Me quemaba tanto… que hasta dolía. Dos pasos más tarde, sentí las manos del desconocido sobre la piel ardiente de mis nalgas, levantadas y expuestas. Mi Amo, a mi lado, me levantó la cabeza cogiéndome del cuello.

-         Huélela.

Su polla también lucía espléndida, erecta frente a mi rostro. Mojado el capullo, la mano aferrada en torno a la base. Las deliciosas manos de mi Amo…

Me dejé transportar por su olor a las sesiones de sexo que me regalaba. Su polla enterrada en mi boca, hasta casi asfixiarme, me había otorgado los mejores orgasmos. Adoraba su piel suave, la dureza de su tacto, lo mojada que se encontraba siempre que me separaba los labios para que se la aferrara. Me moría por lamerla. Y mis ojos suplicaron, como tantas veces…

-         Nuestro amigo va a disfrutar de tu coño, mientras me cuenta lo que tiene pensado hacer contigo. Pero quiero sentir como te folla. Te vas a meter mi polla en la boca, y vas a chupármela con energía si disfrutas de lo que te hace. Quiero saber si te complace.

Mi rostro asintió, necesitada de sus atenciones. Le miré a los ojos, mientras me acariciaba el rostro y me derretía.

-         Abre la boca.

Su polla chocó contra el paladar. Estaba tan loca por sentirse allí como yo por tenerla cortándome el aire. Gimió con voz ronca, y sus manos se aferraron a mi cabeza. Perdí el sentido de mi cuerpo, sabiendo que lo único que me importaba era aquella conexión. El resto no importaba, sólo que su polla estuviera dura dentro de mí.

-         Cuando quieras.

A mi espalda, una polla igual de dispuesta me taladró las carnes, empotrándome contra el cuerpo de mi Amo. Era dura y gruesa. Disfruté de cada centímetro que me introdujo de un solo empujón. Su dueño jadeó, complacido. Yo hice lo propio, contra la de mi Amo, y él disfrutó de la lengua que presionó su verga contra mi paladar.

-         Bien, putita. Me complace que te haga disfrutar.

Chupé su polla con determinación mientras la polla ajena me follaba con brutalidad. Sus embestidas me empujaban la cabeza una y otra vez contra la pelvis de mi Amo, y lo escuchaba repetir en voz baja lo mucho que le gustaba.

-         ¡Oh, sí! ¡Qué bueno!

Ardía. Chapoteaba. Simplemente enloquecía.

-         ¿Qué quieres hacerle a mi sumisa?- le preguntó, aferrándome nuevamente del cabello y levantándome la cabeza para mirarme a los ojos. Quería ver mi reacción ante sus palabras, verlos arder de deseo.
-         Voy a colgar a tu sumisa del techo, con las piernas bien separadas-, comenzó diciendo. Mi Amo me metió un poco de polla en la boca para que la chupara, para desahogar la tensión que sabía que sentía por el hecho de verme ya atada-. Le voy a meter una enorme polla de goma por el culo, tan adentro que me va a pedir que pare…

Mi Amo me embistió la boca y aferró mi nuca, obligándome a mantenerme allí, sintiendo sus latidos contra la lengua.

-         Le voy a follar la boca para que se calle. No quiero escucharla quejarse. Me encantará meterle dos dedos en el coño y comprobar lo mojada que está, mientras se traga mi polla una y otra vez…

El desconocido me follaba como un animal. Sus palabras salían entrecortadas de su boca, dominando mis nalgas con dos grandes manos, empujando su cuerpo contra el mío, haciendo que su peso debilitara mis muslos hasta el punto de pensar que no aguantaría mucho más su ritmo sin resbalar. Pero las manos de mi Amo me sujetaban la cabeza con firmeza, haciendo que mantuviera la postura.

-         Tu sumisa se va a tragar hasta mis huevos la primera vez que esté bajo mi voluntad-, continuó narrando. Me imaginé atada y suspendida boca arriba, con las piernas tan separadas que doliera, y el culo lleno por el consolador que hubiera colocado aquel tipo de un solo movimiento. El coño chorreante y latiendo, mientras me sujetaba por la nuca para ladearme la cabeza y me empotraba la polla contra la garganta. Mi Amo me miraba hacerlo, con la suya tiesa dentro del pantalón, decidiendo si se la sacaba para que comprobara lo mucho que le excitaba mi entrega, o esperaba un poco más.

Sentí que necesitaba correrme. Sabía que no tardaría mucho en suplicar por mi orgasmo. Pero tenía su polla en la boca, y en ese momento los ojos de mi Amo tenían que estar clavados en la polla del invitado que me follaba con contundencia. Sabía que le excitaba ver su verga entrar y salir, escucharla chocar contra el fondo encharcado, y su cuerpo embestir el mío. Se la chupé con más energía aun, sabiendo que llamaría su atención de ese modo.

-         Te gusta lo que te hace, ¿verdad, putita?

Gemí, loca de deseo. Chupé y lamí como si hiciera años que no lo hacía, como si no recordara el sabor de la leche de mi Amo, como si necesitara nutrirme tras una época inhumana de ayuno. Lo miré y supliqué por mi orgasmo, y él rió por lo bajo.

-         Los orgasmos de mi sumisa son míos-, le dijo entonces-. Estate quieto, que soy yo quien le concedo los orgasmos.

La polla dentro de mi coño dejó de moverse. La sentí latir y temblar en mi interior, quejándose por el cambio de papel que le tocaba aguantar.

-         Córrete. Tienes permiso.

Aferrándome los cabellos movió mi cuerpo para que le recorriera la polla a un ritmo frenético. A su vez, me follaba la boca, desesperado por descargar su orgasmo en mi garganta. Mi cuerpo se restregó contra la segunda polla, y la presioné contra mí, sabiendo que el dueño no se movería. Gimió a mi espalda, y gemí yo a mi vez.

-         Córrete para mí, putita.

Mi orgasmo estalló con su orden más que con su permiso, y envolví con mis espasmos la polla que pugnaba por volver a cargar contra mi coño para llenarme de leche. Los chorros de la corrida de mi Amo me atragantaron mientras gemía contra su verga, llenándome los oídos con sus palabras de goce. El invitado no se atrevió a moverse, pero le sentí estallar mientras mi orgasmo aun duraba, disfrutando de mis movimientos. Cuando se separó de mí, su corrida resbaló por mis muslos, y supuse que él la miraba, satisfecho, salir de entre mis pliegues brillantes. Lamí la polla que me concedía el goce todos los días, y tras sacarla y recibir un beso en los labios me desplomé en el suelo, desmadejada.

-         ¿Continuamos negociando las condiciones?

miércoles, 5 de junio de 2013

Pajitas... de colores


Tres mojitos más tarde, ya no me importaba que mis amigas hicieran burlas sobre mi ligue de aquella noche. ¿Qué más daba si era más bien feote? La cosa era que al fin me había apetecido chupársela a alguien después de tantos meses, y eso me regocijaba enormemente.

Salida de chicas, de esas que se consiguen hacer sólo dos al año, porque es imposible que tantos horarios diferentes cuadren después de terminar la facultad. Casada y con hijos, otras separadas y con nuevo novio... Y también estábamos las eternas solteras, inconformistas hasta la médula, que no nos dejábamos cazar ni de broma. Algunas, las menos, simplemente no gustábamos demasiado. Yo... Entre ellas.

No me malinterpreten. Me considero mona, lo que se llamaría fácil de mirar. Pero tengo gustos muy raros. Un tío no me dura sino dos citas, y  a no ser que sea muy lanzado, al final nunca llego a comprobar de qué tamaño tienen la polla. Mis amigas me conocían, y por eso mismo les había sorprendido que no tuviera reparos en hacer algo de burla de mi propio comportamiento.

El alcohol, por supuesto, también ayudaba...

Quince mujeres, dos de ellas recién separadas, ocupando la totalidad de la longitud de la barra de bar de la terraza de moda. Los camareros, pasando por detrás de la larga fila de culos enfundados en minifaldas, que se contoneaban al ritmo de las notas de Jazz fusión de la noche, no podían morirse más de curiosidad. Y es que desde la primera a la última, se pasaban una y otra vez un teléfono móvil, y señalaban y gesticulaban con obscenidad mirando la pantalla.

¡Cómo aquello llegara al muro del facebook!

Era la tercera en cumplir el reto, pero ninguna lo había llevado a aquel extremo. Al final, todas habían terminado haciendo que el tontito de turno, que se hubiera dejado conducir al baño, se corriera contra la pared, o  como mucho, contra la falda del vestido de alguna.

 

¿Acaso te dejarías acorralar por cinco chicas, una de ellas con la cámara del móvil inmortalizando el momento, mientras la que te había endurecido la polla con su mano momentos antes se te arrodillaba delante y te la sacaba de los pantalones entre vítores del resto? Créeme... Hay hombres que llegan a ese baño tan cachondos que se dejarían mamar la verga incluso delante de la policía.

Facilones...

Pero de primeras, la erección se les caía.

Así había empezado la cosa. Riéndonos de lo fáciles que podían llegar a ser algunos hombres. Comentarios obscenos, varias copas de alcohol y la variedad de la manada masculina que solía rodearnos, habían hecho el resto. Y luego... Un montón de pajitas de colores habían configurado el orden de actuación de cada noche.

Así durante cuatro años.

Establecidas las bases, que habían sido redactadas en una servilleta de papel del pub que vio nacer la idea, y que no se extendían demasiado, ya que la servilleta era pequeña y nuestra borrachera, enorme... había quedado zanjada también la discusión principal del momento. Y es que para el caso, daba igual si estuvieras emparejada o no. Todas acabaríamos pasando por el cuarto de baño con algún tipejillo, le bajaríamos los pantalones y obtendríamos la foto para nuestra particular colección.

Aquella noche me había tocado a mí.

Y ya puestos... te había elegido a ti... para chupártela.

Eras el que menos probabilidades tenías de llevarte a cualquiera de las presentes al huerto. Perdona que sea tan directa, pero es que parecías muy poquita cosa. Aun conservaba tu sabor en la boca mientras me ruborizada levemente al ver las imágenes de mi mamada en el móvil que acababan de pasarme. Las demás, me vitoreaban como sonido de fondo, mientras yo trataba de escuchar nuevamente tus gemidos. Me había mojado al escucharte. No esperaba que reaccionaras con tanta seguridad. Por norma general, los tíos solían amilanarse un poco en el primer momento, cuando entraban en tropel cuatro chicas a tomar fotos de la escena. Pero a ti... a ti se te había puesto aun más dura. Y a mí eso me había dejado desarmada.

Yo no respondía ante nadie. Sin pareja, sin responsabilidades... Para mí, una de las más morbosas de aquel grupo de brujas salidas, era el juego más interesante.

Y tú no habías dejado de provocarme en toda la noche. Te merecías una lección, sin duda alguna.

Lo sorprendente era que hubieras llegado a atraer mi atención de aquella forma tan poco llamativa. No por nada hacía mucho tiempo que habíamos dejado atrás la táctica de derribar a base de saturar con la mirada. No habías dejado de mirarme directamente a los ojos desde que entramos en el local. Estabas con un grupo pequeño de amigos, todos ellos con las mismas pintas de ratón de laboratorio. Perfectamente, esa misma mañana podían haberte estado inyectando cualquier tipo de sustancia en fase experimental y me lo habría creído. Y tus compañeros tenían tu mismo aspecto desaliñado... pero ninguno había cometido la desfachatez de mirarme como un salido el escote.

Te habían encantado mis tetas.

Y a mí, tu descaro. Que te pudieras ver follando conmigo me había sorprendido gratamente. No esperaba encontrar un reto aquella noche, sabiendo desde hacía meses que para la siguiente vez que nos volviéramos a reunir yo sería la que acabaría perdida de leche caliente.

Mi reto de la noche: Que no se te bajara la polla cuando fueran a tomarte la foto.

Y tu reto de la noche... Que a mí se me cerrara la boca alrededor de tu verga cuando me llamaras zorra.

Hacía tiempo que ningún tío me trataba con tanta seguridad. Desde tu asiento, al otro lado de la pista de baile, tus labios dibujaron claramente la palabra zorra. Y yo, relamiéndome los labios, había elegido mi presa.

Chicas, al baño.

Risitas de las afortunadas que lo iban a vivir en directo, gritos de las que se quedaban, animando la barra del pub. El hecho más sorprendente para todas, que me parara a dos palmos de ti, tan anodino como ridículo, y te señalara que me siguieras.

Y me seguiste, mirándome el culo, bajo el asombro de las mías y los tuyos.

- ¿Estás duro?

- ¿Y tú mojada?

No pude sino volverme a mirarte, sorprendida. Ciertamente, me acababas de mojar con tu petulancia. Deseaba comprobar si verdaderamente esa polla estaba tan caliente como tu lengua.

Cuarto de baño, bastante limpio para aquella hora de la noche. No demasiado estrecho, y lo más importante de todo... y por lo que se elegía el local: bien iluminado.

- Vamos a ver si verdaderamente tienes algo que ofrecer.

-¿A ti y a cuántas de las tuyas?- comentaste, dándote la vuelta y viendo llegar en tropel a por lo menos cinco de las chicas.

- Conmigo te va a sobrar.

- Permíteme que lo dude.

Te puse la mano en la bragueta y, asombrosamente, estabas completamente erecto. No diste muestra de sorpresa al hacerlo, como si estuvieras acostumbrado a que las mujeres te trataran como un objeto sexual. En ese momento, la mayoría de nuestros tipos de estudio habían flaqueado, y aunque se reponían con presteza ese primer instante causaba una profunda decepción en mi capacidad de excitarme.

Tú estabas duro. Duro de verdad.

- ¿Os quedáis a verlo?

Por supuesto, mis amigas titubearon ante la pregunta. Ninguno había osado preguntarles nada en aquellos años. Se habían dedicado a intentar simular como si no estuvieran. Tú, sin embargo, las encarabas con el mismo rostro que lo habías hecho conmigo.

- Estás tardando en chupármela.

En el video no se escuchaban esas frases, que habían hecho que chorreara por el interior de los muslos. No se apreciaba el momento en el que me tomaste del pelo, y aferrando tu polla con una mano, me habías presionado los labios hasta que cedieron y acogieron el capullo sonrosado. No se había captado el "trágatela, zorra" que me habías dedicado justo en ese momento, cuando tu dureza se introdujo hasta el fondo de mi boca, y yo sin creérmelo, me vi recorriendo tu verga con los labios apretados y la lengua sedienta de tu sabor a macho.

Sólo se escuchaban los gritos de mis amigas, que no esperaban que aquel tipo consiguiera meter la polla en la boca de alguien.

Y sin saber bien cómo, me centré en escucharte gemir, en sentir tus manos en mi cabeza impidiendo tu retirada, y tus movimientos de caderas follándome la boca. Con la lengua te presionaba, intentando mantenerte donde me sentía segura. Pero eras escurridizo, y te gustaba imponer el ritmo. La sacabas casi por completo, llevándote mi saliva contigo, para luego embestirme con fuerza, sujetando mi pelo. Me mirabas hacerlo y lo disfrutabas horrores, al igual que te gustaba mirar a la cámara, sacar la polla y golpearme los labios con ella, asegurándote que se captaba bien toda la imagen. Una pena, una decepción enorme que no se grabaran tus órdenes, tus imposiciones, y sobre todo, tus insultos.

Cada vez que me llamabas zorra me latía el coño. Y tú lo sabías, puesto que aceleraba el ritmo cuando eso pasaba. Me podías haber puesto a cuatro patas delante de mis amigas y te habría separado las nalgas para que me follaras allí mismo. Tanto ansiaba sentirte chocando tus huevos contra mis pliegues, que la vergonzosa escena habría quedado como una anécdota más en mi repertorio de locuras universitarias.

- Quieres mi leche, ¿verdad, zorra?

Esa frase tampoco se escuchaba.

Se me veía asintiendo, y a tui sacándomela de la boca,  echando mi cabeza hacia atrás, y comenzando a masturbarte contra la piel maquillada de mi rostro. Yo había sacado la lengua para recibirte, caliente y pringoso, y eso parecía que te complacía, puesto que te la frotabas haciendo descansar el capullo contra ella. Gemías como un animal, y yo me estremecía contigo.

- Trágala toda.

Me la hundiste hasta el fondo en el preciso momento en que estallabas. Te corriste contra mi paladar con abundancia, aferrando mi cabeza con ambas manos, mientras los latidos de mis sienes amortiguaban las quejas de mis amigas, que esperaban poder filmar semejante corrida. Tu leche resbaló por mi garganta lentamente, mientras te tragaba y limpiaba.

- Cierto. No me hace falta ninguna de tus amiguitas...

Esa frase si la captó el móvil. Las otras chicas ya empezaban a perder interés, una vez te habías corrido. Desde luego, había sido la más memorable en los cuatro años de filmaciones, pero estábamos todas tan borrachas que la atención por algo había que ganársela a pulso.

- Bien hecho, zorrita. Avísame cuando quieras que vuelva a darte de comer.

Me quedé en el baño, de rodillas, viendo cómo te alejabas por el pasillo, apartando a mi amigas. Ellas me ayudaron a levantarme, y tras recomponer mi imagen levemente, salimos con el trofeo a festejarlo con las demás. Se la había mamado a un perfecto desconocido y nos habías brindado el momento más caliente de los últimos años. Pero yo te necesitaba dentro...

Y tras varias copas seguía necesitando tu polla taladrándome el coño.

- Cuando te vaya a devolver el placer... Que sea sin amigas.

Desde entonces, había corrido tres veces al cuarto de baño, asegurándome de ir completamente sola. No habías aparecido.

Y me disponía a ir una cuarta...