¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Escaparse a la playa


La historia comienza como empezaría cualquier película mala, de esas que ponen a las tres de la mañana para rellenar el espacio muerto entre la teletienda… y más teletienda:

 

En la barra de un bar.

 

¿Qué hacía yo allí? Emborracharme. Día pésimo, semana pésima… Creo que podía decir, también, que el peor mes de mi vida acababa de pasar, tras arrancar la última página de mi calendario de sobremesa de Mafalda. Ella, como no,  me daba consejos… ¿optimistas? No, Mafalda nunca había sido optimista, y no iba a empezar a serlo para mí en mi agendita, donde aparecía marcado en rojo el primer día de mis vacaciones llegando Mayo.

 

¡Vacaciones!

 

Había sustituido a la eterna niña de mi mesa por un libro de Maitena, y con el biquini en la maleta me había venido a la playa. Cuatro horas conduciendo el coche, para una semana bebiendo mojitos; sola, en la barra del bar que esa noche aún me aguantaba el tipo. Sonaba bachata de la mala por el hilo musical, y ya de la tontería del alcohol se me movían las caderas sobre el taburete, haciendo tambalear peligrosamente mi culo de un lado a otro. Probablemente el camarero se había gozado muchos golpes en las mismas circunstancias, y ya iba sobre aviso en lo de tener que ir a recogerme del suelo dentro de un rato.

 

El camarero estaba muy bueno. Uno de esos tíos marcados y definidos a base de pesas, con el pelo rubio por la exposición prolongada al sol. Movía el cuerpo mucho mejor que yo, acompañando el ritmo de la música. Lo imaginé follando con alguna chica en la playa al caer la noche, rodeado de velitas y copas de vino, mientras las olas mojaban la manta del picnic y ellos ni se enteraban.

 

¡Joder! Tenía que dejar de pensar en sexo, o acabaría dejando una marca muy fea en el tapizado del taburete.

 

Hacía un par de meses que mi novio y yo habíamos roto. A los conocidos y amigos les dijimos que de mutuo acuerdo, pero mis familiares y los suyos sabían que me había encontrado montando a un corpulento obrero, de esos que nos estaban haciendo la reforma de la casa antes de casarnos. Ahora, borracha… tenía gracia. Pero en aquel momento no lo tuvo. O especificando mejor, después de que pasaran unos minutos… no lo tuvo. Recuerdo sentir su polla completamente excitada dentro de mí, con sus rudas manos haciendo que mis caderas se balancearan sobre su pelvis, mientras yo gemía como una loca, con el coño encharcado y pleno. Me elevaba como si tal cosa sobre su cuerpo, para volver a bajarme y empalarme hasta el fondo, y apretar contra sus huevos mis nalgas duras por el aerobic. De vez en cuando lo miraba a los ojos, para asegurarme que no estaba soñando o fantaseando mientras era mi novio el que me follaba con semejante fuerza, y más me excitaba saber que me estaba haciendo gozar otro. Lo estaba disfrutando una barbaridad, sintiéndome deseada y usada como nunca antes, recorrida por una polla que se había levantado con la visión del insinuante escote que llevaba aquel día, sin necesidad de nada más. Dos palabras, un levantamiento de cejas por mi parte, y su mano apresando un pezón revoltoso que se había vuelto erecto al notarlo a él empalmado… y de pronto estaba contra uno de los muebles aun tapados con las sábanas para protegerlos del polvo. La falda subió y los botones de la blusa saltaron. Las braguitas duraron unos segundos intactas, y luego la tela se deslizó, rota, rodando por las piernas. Me ensartó como solo imaginaba que podían hacerlo los animales salvajes, tomándome por detrás y dejándome acorralada, pero sin ninguna maldita gana de huir. Y así me folló, aferrando mi culo con ambas manos, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo, y haciendo que perdiera la vergüenza con cada gemido que se escapaba de mi boca.

 

La cama había sido la segunda opción… pero llegamos a ella cuando mi culo estaba pringado por su corrida sobre mis nalgas.

 

Y mientras me restregaba contra su piel dura, y mi clítoris se iba encendiendo cada vez más, entró mi novio.

 

Recuerdo la postura. Mis manos pellizcando mis pezones, completamente erectos. La manos del obrero torturando mis nalgas, hasta dejarlas marcadas de rojo. Los dos cuerpos sudorosos, calientes y enervados. Su polla rompiéndome el coño, con la misma intensidad de hacía veinte jodidos minutos… Nuestros rostros enrojecidos, y las bocas abiertas, buscando aire.

 

Igual de abierta se le quedó la boca a mi novio.

 

Se dio media vuelta, y desde entonces solo había hablado con su abogado.

 

Y tras la sorpresa inicial, y el shock de saber que mi novio me había pillado follándome a otro, el muy bestia consiguió con su enorme verga que me olvidara, unos minutos más, de lo duras que iban a ser mis semanas posteriores. Cogiéndome en volandas, me empotró contra la cama, y me folló la boca hasta casi asfixiarme, mientras me escupía en el coño, gemía como un poseso, dando fuertes palmadas sobre los pliegues, más que torturados, de mi humedecido coño. Me corrí antes que él, aferrándome a sus caderas y atragantándome con su verga, buscando su leche, hambrienta y obsesionada con el hecho de hacer que al menos mi separación mereciera la pena. Su corrida me inundó la boca y resbaló por mi rostro, imposible de contenerla toda, y la foto que me hizo con su leche manchando los labios y la barbilla me la envió un par de días más tarde, preguntando si repetíamos… Ya que mi ex lo había despedido, no tenía nada que hacer por las tardes.

 

Tampoco había vuelto a verlo.

 

Al fin y al cabo, no pensaba que aquel polvo fuera algo más que sexo. Había estado bien, me había hecho disfrutar como pocas veces un hombre, pero yo era lo suficientemente adulta como para entender que pertenecíamos a mundos distintos, y que sin su polla en la boca, o mi coño en la suya… de poco íbamos a tener que hablar. Fue, sin duda, la excusa perfecta para salir de la horrible monotonía en la que me había sumergido, y de la que no esperaba poder escapar. Estaba encorsetada, y me ahogaba, aburrida de mí misma. Un orgasmo no había solucionado mi vida… pero sí era cierto que me había hecho abrir los ojos.

 

Y no me había gustado ver en lo que me había convertido.

 

Otro mojito… ¡Cómo no! Después de todo, a éste invitaba el camarero.

 

Cada vez que lo miraba me lo imaginaba empotrando a una rubia contra la arena de la playa. Los gemidos de ella, las embestidas de él… La ropa aún a medio quitar, la polla dura entrando y saliendo con fuerza de entre sus piernas, y los tobillos de ella enlazados sobre la espalda de mi camarero favorito, empujándolo para que siguiera manteniendo el ritmo.

 

Me estaba poniendo muy cachonda.

 

Me costó hacer la maleta para mis vacaciones. No tenía nada apropiado, y al ser un viaje de esos poco planificados, a la aventura, como suele decirse, al final decidí que lo más conveniente era llevarla casi vacía. Siempre había tiendas en las zonas de veraneo. Me apetecía una buena sesión tirando de tarjeta de crédito. Y eso había hecho.

 

Cuatro tiendas más tarde tenía muy claro que toda aquella ropa no iba a ir a parar al armario de mi casa. Nada de aquellos estampados y tejidos pegaba mucho con mi trabajo y el clima en mi ciudad. Por suerte… los precios eran razonables.

 

Y allí andaba yo, borracha, moviendo el culo y a punto de pedirme una sexta ronda… cuando entró en el bar el hombre que había hecho que esa noche andara borracha. ¿Mi obrero? No. Mi ex prometido.

 

Vete a saber por qué caprichos de la vida llegaba este hombre a encontrarse en el mismo lugar de veraneo que yo, cuando lo que quería era escapar de mi antigua vida, olvidar la reforma de la casa y de los caros preparativos de una boda cancelada a toda prisa. Me miró entre complacido y asombrado. Ciertamente pocas veces me había visto beber, y en aquella ocasión ya andaba yo un poco más que bebida. Tampoco es que estuviera acostumbrado a verme con ropa tan vaporosa, por no decir algo transparente. Se acercó a la barra, con un paso firme que no le conocía (o tal vez yo a esas alturas ya empezaba a ver muy, pero que muy mal) y se plantó delante de mí. Giró el taburete con un gesto rápido, y casi pierdo el equilibrio y caigo al suelo. El mojito se derramó entre mi minifalda y sus pantalones cortos, llenándolo todo de las hojitas verdes que le ponían. ¿Cómo coño se llamaban?

 

-          ¡Eres una puta!

 

Me dejó perpleja.

 

-           Vivan tus huevos por pasar cuatro horas de viaje para decirme eso.

 

Empecé a reírme a carcajada limpia. No pude contenerme. Era, simplemente, de telenovela tenerlo allí delante, yo con un calentón de narices y él con fuego en los ojos, odiándome a muerte por lo que había hecho. En cierto modo… me daba mucha pena.

 

-          Mi psicólogo me ha dicho que tengo que enfrentarme a ti, que no puedo pasarme los días llorando por lo que vi y por haberte perdido.

 

Nota mental, mandar la factura de mis vacaciones a su psicólogo. Si mi ex iba a pasarse los días acosándome en los bares, iba a denunciarlo por mala praxis. ¿Acaso así no era como acababan las mujeres maltratadas, acuchilladas por una ex pareja celosa o cabreada? ¿En qué coño andaba pensando su terapeuta?

 

-          Vale. Soy una puta. Lo que hice estuvo mal y siento que tuvieras que verlo. Sé que serás feliz con la nueva vida que empieces sin mí. Yo no habría sido buena para ti.

 

Las palabras salían torpes de mi boca. No era capaz de enfocar bien su cara, y se me iba la vista por la camiseta ajustada que llevaba. ¿Desde cuándo mi ex lucía pectorales? Su psicólogo debía haberle recomendado también que frecuentara un gimnasio para quitarse el estrés, o para subirse la autoestima.

 

O lo estaba haciendo para que se me pusieran los dientes largos. ¡El muy cabrito!

 

-          Conmigo nunca follabas así.

 

Cagada.

 

-          Tú nunca me follabas así.

 

Nueva nota mental. No mantener conversaciones sobre cómo te folla otro cuando estás borracha y de vacaciones. Y menos con tu ex.

 

Me llevé la copa a los labios y pegué un trago. Las gotas que habían resbalado por el cristal del vaso llegaron a la mi camiseta, mojando ya de paso algo más mi indumentaria. Hacía calor, y la verdad que no me habría molestado lo más mínimo empezar a echarme hielos por dentro de la ropa. Desde luego, el momento no era el más indicado, ya que me había imaginado follando con el camarero, y no dialogando con mi ex. Pero las cosas nunca salían como una las planeaba. Desde luego, a mí nunca me salían bien.

 

-          Nunca me pediste que te la metiera en la boca.

 

Resoplé. Aquello era más de lo que podía soportar borracha. En verdad, tampoco lo hubiera podido soportar sobria. Y cuando iba a protestar mi ex me arrebató la copa y terminó de beberse mi mojito.

 

Y cuando iba a protestar nuevamente, va y me planta el beso más apasionado que me había llegado a dar en su puñetera vida.

 

Creo que el vaso cayó al suelo. Algo escuché romperse mientras mi ex me agarraba de los pelos, me hacía la cabeza hacia atrás y me obligaba a abrir la boca para acoger su lengua. Juro que no me lo esperaba, pero aunque no me hubiera cogido por sorpresa probablemente tampoco habría protestado. Me gustó sentirlo rudo, excitado y posesivo conmigo. Y, de repente, las velitas del atardecer en la playa de mi camarero se apagaron. Sus rizos rubios ya no se movían con cada embestida.

 

Ahora el que se movía era mi ex, y no sobre la rubita precisamente.

 

-          No puedo quitarme de la cabeza como estabas follando con ese tío-. Me lo dijo pegado a mi boca, casi luchando por el aire para soltar las palabras-. Y no entiendo por qué nunca lo hicimos de esa forma-. Hizo una pausa, en la que continuó buscando mi lengua, entregándome la suya, y apresando mi cuerpo aun en el taburete-. Salvaje…

 

Sus manos se apoderaron de mi culo y me presionó contra su cuerpo. Gemí al sentir su erección, llamándome contra la ropa interior de encaje que había estrenado esa misma noche. Yo ya estaba empapada, y olía a sexo desde hacía más de una hora. Que él fuera a ser el que disfrutara del calor y humedad que el otro había provocado… Bueno, ¿acaso importaba?

 

-          Nunca fuiste de follar con la luz encendida-, le comento, algo dolida. Al fin y al cabo nuestra relación había durado seis años, y me cabreaba que al final hubiera sido tan poco satisfactoria para los dos. Creía que él simplemente era así. Me jodía pensar que todo aquello podía haberse solucionado si me hubiera follado al menos una vez la boca-. Parecía que te corrías por compromiso.

 

Se revolvió entre mis piernas, haciéndome notar lo dura que tenía la polla. Soltó mis labios y se escabulló contra mi oreja, mientras seguía frotándose contra el encaje de las braguitas, más que empapadas.

 

-          Pues ahora te voy a meter la polla por todos los sitios que se me ocurra. Y te vas a tragar mi leche…

 

Escucharlo hablar así de sucio me hacía perder la cabeza. Mi ex, el correcto ejecutivo de chaqueta siempre planchada y calcetines en la cama… hablando de follarme de semejante modo. Quise hacer algún comentario al respecto, decirle que era un hipócrita y que nos había mantenido a los dos sumidos en un aburrimiento de pareja que me había llevado a ponerle los cuernos con el primer tío que se atrevió a levantarme la falda y a querer comerme el coño, pero estaba bloqueada. El alcohol y el calor de mi entrepierna me tenían hechizada. Sabía que el camarero nos seguía observado desde la distancia, y eso también me gustaba. Pensé en decirle que podía haber sido él… pero mi desfachatez no llegaba a tanto.

 

-          Nunca te he follado el culo…

 

¡Oh, por favor!

 

-          Nunca me has follado. Lo que nosotros hacíamos no era follar.

 

Fue entonces él el que gimió contra mi oreja, completamente empalmado. Me tomó de la mano y la puso sobre su bragueta, para que pudiera notarlo.

 

-          Vamos al hotel.

 

-          No. Vamos al baño.

 

Temía que si dejábamos pasar los minutos se me bajara el calentón y desapareciera la necesidad de entregarme a mi ex. El alcohol tampoco duraría mucho en mi sangre, y no podía asegurar que no estuviera haciendo de las suyas para conseguir que me abriera de piernas para él. Le apreté la polla entre los dedos, y lo miré a los ojos mientras me relamía. No sabía a qué sabría la polla de aquel hombre, tan desconocido y a la vez tan cercano. Pero estaba loca por sentirlo empujar contra mi paladar, y que cumpliera con la promesa de hacerme tragar toda su leche.

 

Por no comentar algo sobre lo de follarme el culo.

 

Me estaba replanteando seriamente mi concepto sobre su psicólogo.

 

-          ¿Y qué te dijo exactamente el especialista en la terapia?- Mi mano comenzó a moverse sobre su polla, haciendo que continuara jadeando mientras me miraba y buscaba nuevamente el contacto de sus labios con los míos.

 

-          Que si tenía que llamarte puta te lo llamara-, comenta, con la sonrisa ladeada-. Lo que no me dijo es si debía hacerlo mientras te la metía en la boca. Pero no me parece mala idea hacer las dos cosas.

 

Se le puso tremendamente dura al imaginarse haciéndolo, y yo me estremecí pensando en cómo lo haría. Escucharlo llamarme así, imaginarme aceptando su verga restregándose contra mis labios, encajonándose entre la lengua y el cielo de la boca, y estallando contra la garganta mientras seguía empujando y aferrándose a mi cabeza… Me hacía perder la cordura. Lo deseaba ya, en aquel baño, contra la pared fría de azulejos blancos, donde el camarero podía escucharnos y echarnos a escobazos si nos encontraba. Lo deseaba así, cachondo hasta decir basta, pervertido como nunca.

 

Mafalda pensaría que aquello era una locura.

 

Maitena pensaría que aquello había que aprovecharlo.

 

Y yo, que estaba un poco hasta los cojones de masturbarme sola en la habitación de hotel, pensando en cómo empezar a follarme a los tíos que me excitaban pero que ni me miraban, creía que por una noche deseaba que mi ex me llamara puta.

 

Y el baño estaba disponible.

 

-          Me gusta el consejo de tu psicólogo.

 

-          Más te va a gustar cuando te atragantes con ella, puta.

 

Es lo que tiene ir de ropa de vacaciones y beber mojitos. Esto, en la oficina con traje de chaqueta, seguro que no pasaba. Y me encantaba pensar en que aquella ropa iba a quedar tan maltrecha que no llegaría tampoco a la habitación del hotel.

 

No pensaba que fuera a valer la pena una boda, pero tal vez las vacaciones no estaban del todo perdidas. Pena de camarero. Estaba segura que aquella noche iba a ser yo a la que se llevara a la playa para ponerme rodeada de velas…

sábado, 9 de noviembre de 2013

Jugando


Se te puso dura nada más ver la foto, estoy segura de ello. Daba igual lo que estuvieras haciendo en aquel momento, lo que realmente importaba era la imagen grabada en tus retinas.

Mis muslos, una minifalda, y su mano…

Imaginaste esa mano metida en mi coño, haciéndome gemir…

Y yo me imaginé tu polla dura, y que me enviabas una foto de ella, como agradecimiento. Te imaginé pasando la mano sobre la bragueta, con la tela del pantalón tirante por la erección. Escondido en un baño, frente al espejo, bajando la cremallera de la prenda para liberar tu carne tiesa, y mostrármela. Daba igual si el baño era real… o mundano. Si tenía espejo para poder mostrarme tu virilidad encendida por mi osadía, poco importaba si era de motel de carretera o se adornaba con pan de oro para enmarcar tu cuerpo excitado.

Pero no lo hiciste… mala persona.

Por lo tanto, te quedaste sin las imágenes que podían haberte llegado después. ¿Y qué deseabas que enviara? ¿Sus manos sobre mi piel, o sobre la ropa ceñida insinuando mi cuerpo; o las mías sobra las suyas, apoyándolo en cada avance sobre mis redondeces calientes y deseosas de atenciones… de los dos?

Mi cuerpo vestido ya no tenía que decirte mucho. Al fin y al cabo, mi culo enfundado en tela… era un culo como otro cualquiera. Un buen culo, sin duda alguna, pero aun te estaba prohibido. El resto de mi cuerpo… bueno. Al resto podías tener acceso.

 Te perdiste las risas, las provocaciones, la posibilidad de estar ahí, con nosotros, aunque fuera en la distancia. Te perdiste mis gemidos, te perdiste su morbo, ofreciéndome.

Me perdiste…

Una cerveza, licor, algo de vino… ¡Tequila! ¿Estaba tan borracha como para permitir que mi pareja tomara mi móvil y te mandara fotos de mi coño rasurado? Es más… ¿Estaba tan borracha como para que cualquiera en el local pudiera verme la entrepierna mientras lo hacía?

Los chicos de la mesa de al lado me miraban, medio colocados por los vapores alcohólicos, y otros humos… Podías haberme mirado exactamente igual, deseando posar tu lengua en la humedad que despertaba aquel juego.

¿Estaba tan borracha?

No. No lo estaba. Ya lo sabemos, somos unos provocadores. Pervertidos.

Y nos encanta.

Se te levantó la polla, igual que a él. Lo sentí duro debajo de la tela, y supe que tú también lo estabas. ¿Jugaba yo con los dos, o lo hacía él contigo… y conmigo? Imaginaba también tu mano dentro de mi falda, acompañando la suya… Y al resto de los tipos del local simplemente mirando. Unos dedos recorriendo mi vagina, disfrutando de la calidez de mi cuerpo; y los otros, jugando con los pliegues empapados, buscando mis gemidos al rozarme donde sólo yo acierto a masturbarme en serio… y donde otros simplemente lo intentan.

Demasiados tequilas.

Once kilómetros, dijiste. Nos separaba una distancia irrisoria, y aun así no pude probar tus labios. Me habría encantado que saborearas el alcohol de mi boca, y que tras ese húmedo beso de presentación, ese que nos hace tanta falta… te presentaras a mi pareja.

¿Antes o después de sacar la mano de dentro de mi coño?

Voy a serte sincera… y malvada. Os imagino entrechocando las palmas, con un fuerte apretón de manos, con la humedad de mis pliegues adherida a los dedos de ambos. Imagino como olería ese apretón… y me veo lamiendo los dedos, lánguidamente, pasando la vista, perezosa, entre uno y otro rostro.

Y el resto del local… mirando.

Habría estado bien tenerte sentado delante de nosotros, tomándonos…  ¿Qué es lo que bebes tú? Dime, por favor, que no son gin tonics…

Sí, eres de gin tonic seguro. Pues nada, tomándonos unas copas, hablando de lo empapadas que tenemos todos las ropas tras la fuerte lluvia de hace un rato, y de lo bien que estaría poder quitárnosla para que se secara y se nos aclimatara la piel. Yo, por mi parte, me habría quitado ya los zapatos de tacón de aguja, y resguardado los pies, jugueteando con las perneras de los pantalones que mejor y más cerca tuviera. ¿Serían los tuyos? ¿Serían los de él?

Siempre me has llamado Magela…

Me imagino tu voz pronunciando mi verdadero nombre mientras él me ofrece a ti, y mientras me desnuda, desde mi espalda, para que puedas acariciar mi cuerpo y me escucha gemir por tus atenciones. Te imagino llevando tus labios a mis pechos y torturando mis pezones, mientras él me va susurrando al oído lo que quiere que vaya haciendo. Mirarte a los ojos, por ejemplo, o separar las piernas, para ofrecerme más…

Te imagino llamándome por mi nombre mientras me la metes en la boca por primera vez. Tu mano sujetando mi barbilla, de forma casi delicada, disfrutando de mi lengua, ya que mi culo no te iba a ser otorgado. Meter y sacar tu carne de entre mis labios, con torturadora lentitud, mientras no dejaras de mirarme, amoldándome a tus medidas. Y sentirte estremecer contra mi paladar, y escucharte jadear, mientras los tres estábamos deseosos de continuar desprendiéndonos de alguna pieza más de ropa.

Sí. Tenía los pies helados tras la lluvia. Y tenía la garganta seca sin la leche que podías haber derramado en mi lengua.

Echaba de menos las palabras de halago hacia las virtudes de mi boca, escuchadas de la mano de dos caballeros que disfrutan del juego y de las reglas. Dos hombres muy complacidos por todas las atenciones que se le pueden prodigar a dos pollas tan perversas.

Y las sigo echando en falta…

Uno manejando mi boca, y otro torturándome las nalgas. Y en mi cabeza, aparte de jadeos y exclamaciones, las palabras casi surrealistas de dos hombres que intercambian opiniones.

Las sigo echando en falta.

Porque esos malditos once kilómetros se hicieron eternos entre nosotros. Porque no pude olfatear tu colonia prendida de la solapa de la chaqueta, y no pude llevarme a los labios el sabor de la mezcla de tu bebida, tras mojarte tú los labios, y yo degustarla en ellos.

Sigo echando en falta tu polla.

La necesitaba dentro de mí junto con sus dedos. Necesitaba tus ojos clavados en los míos mientras le pasaba la lengua a su capullo inflamado. Necesitaba tus palabras de aliento, mientras ambos disfrutabais de mi cuerpo, pugnando por poder presumir de ser el causante del orgasmo que me dejara desmadejada y plena.

Si sólo iba a ser una copa… sin compromiso. Nadie te obligaba a follarme, pero dudo que quisieras marcharte a tu casa sin hacerlo.

¿Te dio miedo?

No, no creo… Sería la bebida. Te invité a la mezcla que no te va. Claro. ¿Cómo te iban a gustar los gin tonics?

La próxima vez quedaremos en una cafetería. Tú pagas los cafés, y yo los condones.

Y si eres bueno… quizás, y digo solo quizás… te lo puedas quitar para correrte sobre la piel de mis nalgas. Muchos cafés, con nata y canela, tendríamos que compartir en las noches lluviosas de Madrid para que acabaras follándomelo. Pero se te nota un hombre paciente, y con ganas de ofrecerme muchos de tus orgasmos.

Y de obtener muchos de los míos.

Pero te voy a confesar un secreto: es difícil, condenadamente difícil, conseguir que me corra. Aun así, sé que vas a intentarlo. Y sé que si te portas bien, y me dejas guiarte, puede que incluso te regale uno. Gemiré para ti, bajo su atenta mirada.

Y, sin embargo, esa noche tuvimos que buscar a otro para que nos acompañara. Imaginé que eras tú, pero no te llegaba, por descontado. Su boca no pronunciaba el nombre de Magela con la perversión con que lo hace la tuya. Sus manos no me aferraban con la determinación con la que creo que lo harían las tuyas. Su lengua no me recorrió igual, y su polla, desde luego, no podía saber a ti…

Sí, él sólo me folló, bajo la atenta mirada de mi pareja.

Tú, sin embargo, te habrías recreado en mi cuerpo, ese que tanto has deseado, y nunca disfrutado. Habrías hecho realidad alguna de tus fantasías; las que me has confesado, y probablemente alguna de las que aun no has compartido conmigo .Habríamos jugado con elegancia y con mucho puterío.  

No es sólo sexo… Los tres lo sabemos.

Otro me folló, pero yo únicamente pensaba en la polla que conozco por fotos. Y en tu voz, gimiéndome al oído mi verdadero nombre, y no el de Magela.

Sí… Si te dejas… te regalaré alguno de mis orgasmos.

Café pues…

Pero, desde luego… nunca en Barajas.