Haz algo… no seas orgullosa. ¡Haz algo!
Tengo la garganta seca. Quiero hablar, en serio que quiero
hacerlo, pero no consigo articular las palabras. En mi mente resuenan claras,
tranquilas y serenas. Mi voz se escucha sensual, envolvente, completamente capaz
de convencer a cualquier hombre…
Pero quiero convencer a éste.
“No te vayas.”
Pero no salen. Las jodidas palabras no salen. Me atraganto,
me arde el rostro, me tiembla el cuerpo, y él sigue abrochándose los botones de
la camisa. Despacio, metódicamente, cubre todo su cuerpo. Su piel deja de estar
expuesta a mi mirada traviesa, esa que hace sólo unos minutos lo devoraba por
entero, acompañada por la yema de mis dedos, y mi lengua… cuando aún le quedaba
saliva.
Ahora no había nada, sino los débiles intentos por
retenerlo.
“Tiene que pensar que eres una tía fácil.”
¿Ese término no estaría ya en desuso? Los hombres tenían
tanto derecho como las mujeres a retozar
salvajemente en la cama con quien les placiera, pero ese estigma me tenía
marcada desde hacía muchos años. Una mujer independiente, capaz de sobrevivir
en la jungla de hombres en la que me desenvolvía cada día, y seguía pensando
como mi abuela.
“Puta.”
¿Por qué? ¿Por haberle deseado desde el momento en el que
entró en la cafetería? ¿Por haber tenido la suerte de ir sola esa tarde, tras
la jornada laboral, y que la silla a mi lado estuviera desocupada, y no hubiera
más mesas libres? Hace unas horas sí me habían salido las palabras, cuando le
cambié la silla por invitarme a un segundo café. Leía el periódico, sin ganas
de volver a casa. Y parecía que él tampoco quería volver…
El café llevó a la cena, y la cenan a comernos la boca
desesperados en la parte de atrás de un taxi. Había mojado las bragas desde el
momento en el que él, con su sonrisa ladeada, apartara la silla de la diminuta
mesa, levantara la mano para llamar a la camarera, y sus rodillas rozaran las
mías. Me estremecí, imaginando hacerle la invitación en aquel preciso momento,
separando mis piernas para que él acomodara las suyas allí donde yo lo
necesitaba. ¡Hacía tanto tiempo que no sentía ese irresistible impulso de devorar
a alguien sin saber siquiera su nombre!
Y no me importaba. En aquel momento el estigma de parecer
fácil o una puta no tenía hueco en mi cabeza. Acabar con el cuerpo de ese
hombre acoplado sobre el mío, mientras bombeaba su verga tiesa en mi interior,
era lo único que llenaba mi mente. Eso… y tenerlo detrás de mí, follándome el
culo entre jadeos de ambos, sintiendo sus huevos golpear mi vulva enrojecida; o
de lado, aferrando mis cabellos para guiar mi cabeza sobre su polla henchida,
deseosa de llenarme la boca de leche.
Sí. Empapada desde el primer momento, ese en el que levantó
la mirada y sus ojos de clavaron en los míos. Y luego descendieron por mi boca,
el cuello y el escote de la blusa, algo más desabotonada de la cuenta tras el
horrible día de calor. Allí se perdieron, y allí los puse anoche, apretando su
cabeza contra mis pechos, con los pezones erectos y cubiertos de saliva,
mientras lo cabalgaba. Recuerdo sus manos sobre las nalgas, moviendo mis
caderas desesperado, y sus jadeos contra mi piel, mientras su boca prodigaba
atenciones a lo que yo le ponía delante. Sus dientes me mordieron
constantemente, y yo disfruté de cada pasada de la lengua, cada azote de sus dedos,
cada presión sobre los pezones.
“No lo dejes marcharse. Pídele que se quede a dormir…”
Lo necesitaba contra la piel que había calentado con sus
manos, y que ahora sólo se cubría con la triste y arrugada sábana de la cama.
Quería ofrecerle nuevamente mi cuerpo, mis brazos en un abrazo tierno antes de
abandonarme al sueño reparador. Y tal vez poder disfrutar justo antes de que
clareara el día de algún que otro jugueteo que nos pusiera nuevamente a sudar…
y nos hiciera compartir ducha.
¿O simplemente no quería dormir sola?
Tal vez había llegado el momento de sentirme tan vacía tras
estos escarceos amorosos, que sorprendentemente, necesitaba más…
¿Y qué era más, exactamente?
“Bueno… un comienzo es conseguir que se quede a dormir
alguien…”
¿Y por qué éste, en vez de el del mes pasado?
“Porque ha sabido follarte.”
No era momento para ponerse a buscar motivos. Me había reído
con él durante la cena, y me había hecho sentir una diosa compartiendo mi cama.
Me había adorado durante cada segundo, desde que empezó a desnudarme con
rapidez y seguridad. Odiaba los dedos temblorosos sobre un botón de mi vestido.
Prefería incluso que los arrancaran de un tirón, o desgarraran la tela de la
espalda. Me gustaba un hombre decidido a disfrutar de mi boca o mi coño, no
alguien a quien le fallara luego la polla cuando fuera a meterla entre las
piernas.
Éste había sabido follarme. No me había pedido permiso para
ponerme a cuatro patas y ensartarme en un primer empujón hasta el fondo,
arrancándome un gemido agónico tras otro, mientras con sus manos se encargaba
de llevar mi cuerpo hacia donde él quería… y había querido muchas cosas de mi
cuerpo. Tantas, que enumerarlas ahora, mientras lo venía subirse la bragueta
del pantalón, hacían que me mojara nuevamente. Y es que las sábanas que me
envolvían apestaban a sexo. Se había corrido varias veces sobre mi cuerpo, y la
primera en mi boca, abierta, con la lengua haciendo de cama para que su capullo
se acomodara y me diera de beber. Los chorros de leche me habían pringado la
cara, pero había conseguido relamerme para probarlo. Uno de sus dedos había
recogido algo de semen de mi mejilla, y me había hecho chupárselo. Como no, lo
había hecho con total dedicación…
Ahora miraba ese dedo aferrar la cremallera y subirla.
“Dámelo. Ponlo en mi boca, por favor…”
Totalmente agilipollada. La cantidad de orgasmos que había
tenido seguro que me habían afectado al cerebro. Y el cansancio del ejercicio
de la noche hacía que empezaran a pesarme los ojos.
“¿Y qué si se marchaba? ¿Tan malo era volver a dormir sola?”
La verdad era que estaba ya bastante acostumbrada a quedarme
en mi cama, envuelta en el olor a semen, mientras acudía el sueño a mi
encuentro. Pero hoy, por extraño que pareciera, no quería dejar escapar a mi
amante. Necesitaba envolverlo entre mis piernas, acoplar sus caderas a las
mías, y sentirlo de vez en cuando volver a endurecerse si su sueño lo hacía
volver a follarme, o la temperatura de mi piel lo alteraba bastante como para
empezar a incitarlo a removerse contra mí. Lo quería duro a mi lado,
simplemente. Su polla acurrucada entre mis nalgas, sus manos acunando mis
pechos… y su nariz enterrada entre mis cabellos.
“Si no es éste… será otro.”
Pero yo quería que fuera éste. Ya estaba harta de comer
chocolate antes de dormir. Harta de leer malos libros de mujeres que nunca me
parecían reales. Cansada de usar mi consolador en la ducha, o bajo la intimidad
de mis sábanas, leyendo el llamado porno para mujeres. Quería una polla
caliente al despertarme, deseosa de enterrarse en mi boca mientras me masturbaba,
sintiendo que me faltaba el aire, a medida que se hinchaba más antes de
explotar contra mi paladar. Quería alguien que jugara con comida en la cama,
sin pena de manchar las sábanas; quería a alguien que me follara en la terraza,
sin importarle una mierda que mis gemidos molestaran a mis vecinos; quería a alguien que desbordara
la bañera con el movimiento de sus caderas al penetrarme entre agua y espuma.
Quería a alguien que quisiera follarme de mil formas
distintas, a cada cual más salvaje, y luego me arropara si sentía mi piel fría
durante la madrugada.
Atados los zapatos. La suerte estaba echada. O decía algo
pronto o el momento pasaría sin remedio.
“No dejes que pase, no dejes que se marche.”
Una última frase de despedida, un beso escueto en los
labios, y mi último hombre salía por la puerta. La promesa de volver a
encontrarnos, tomando un café en el mismo sitio, quedó en el aire.
Mi boca seguía tan seca como tras el último orgasmo. No
había saliva. Se la había llevado toda sobre la piel, y sólo me dejó el olor de
su última corrida prendida entre las nalgas. Algún día, algún café…
Pensé que sería buena idea empezar a dejar un vaso de agua
en la mesilla de noche…