Otra vez te siento cerca, pervertido mío. Otra vez puedo
casi olerte…
Sé que me escuchas, que me espías a través de las paredes, y
que te follas a tu novia pensando en que me lo haces a mí. Lo sé porque me lo has dicho, cada vez
que me arrinconas en el ascensor de nuestro bloque. O cada vez que nos cruzamos
en las escaleras. Me escuchas, me vigilas, me deseas.
Ahora que nuevamente he venido a buscarte, a la pared de la
casa donde sé que normalmente te resulta más fácil escucharme, me pregunto si
estarás ahí. Estoy caliente, tengo la entrepierna muy mojada, y unas ganas
horribles de sentirme llena. Pero no conozco tu polla, más allá de la dureza
que he notado tras la tela del pantalón cuando has apretado tu cuerpo contra el
mío. Tu verga erecta contra mis nalgas, con una escueta falda de lino… Recuerdo
que la primera vez casi conseguiste que te rogara que la levantaras y metieras
dos dedos entre mis pliegues. Me excitó tanto tu asalto.
Pero sólo eso…
Casi.
Ahora te buscaba igual yo a ti. No lo reconocería ni borracha,
pero ni falta que te hace a ti. Tú podías olerme, y saber que me excitaba tu
pelvis contra mi cuerpo en cualquier arrebato. Disfrutabas de ese poder sobre
mí, aunque no hubieras podido meterte entre mis piernas y follarme contra el
espejo del ascensor, cumpliendo tu fantasía de escucharme gemir por tu verga
tiesa.
Porque de momento, lo único que conseguías era escucharme
gemir por la polla de otro.
Yo jugaba contigo al gato y al ratón por las habitaciones
que lindaban con tu casa, o en las ventanas que daban al patio de luces que
ambos compartíamos. Estaba convencida de que tu novia también me escuchaba, y
que descargabas la mayoría de las veces tu leche dentro de ella, aunque seguro
que las paredes no se habían librado de alguna que otra mancha. Pero la última
vez… ¡Dios! La última vez realmente había sido morbosa.
Nada más empezar a follar contra la pared de tu dormitorio,
te había sentido golpearla con fuerza. Mi amigo de turno era fornido, y me
había empotrado, al clavármela, contra la pared que compartíamos de cabecero de
cama. Me encantaba hacerlo de pie, y aprovechaba la ocasión siempre que podía.
Y allí estaba yo, empalada con fuerza, gimiendo con cada embestida, cuando te
escuché al otro lado, claramente, follar con tu chica.
-
Grita más alto, perra. Sabes que me encanta
oírte.
Y la putilla, que no se imaginaba que su novio fantaseaba
con que me follaba a mí, que me lo decía a mí, que simplemente se le levantaba
al mirarme pasar, empezó a jadear más fuerte.
El ritmo de las caderas de mi vecino me conquistó de tal
modo que dejé de sentir por un momento la polla del maromo que me perforaba el
coño en aquel momento. Tenías cojones, desde luego, para ponerte al otro lado
de la pared a soñar con separarme las piernas y enterrarte entre los pliegues
que tú ayudabas a humedecer. Te escuché gemir más que a mi amante, te escuché
golpear la pared con su culo, mientras ella gritaba tu nombre, enloquecida por
lo que le hacías.
Y amoldé el ritmo de su polla al que tú le imprimías a tu
chica.
Lo besé para sofocar sus gemidos. Eran los tuyos los que
quería resonando en mis oídos. Tus palabras, llamándome perra, eran las que me
hacían hervir la sangre en aquel momento. Y me seguías pidiendo que gimiera…
Que me corriera gritando tu nombre.
No recuerdo en qué momento realmente empecé a gemir para que
me sintieras a tu lado. Un polvo tan morboso no debía pasar desapercibido, y en
verdad que me habías llegado a excitar con tu atrevimiento. Jadeé para ti, loca
de deseo, tan alto que no sólo tú pudiste oírme. Me imagino la cara de tu chica
al escucharme, y lo dura que tuvo que ponérsete dentro del coño de ella,
mientras la bombeabas con tu ritmo frenético. Poco me importaba si mi amante se
daba cuenta de lo que pasaba, y creo que ciertamente le tuvo que importar poco
puesto que se dejó utilizar sabiendo que el beneficio lo merecía. Permaneció
callado con una media sonrisa en los labios, mordiéndose la lengua y
mordiéndome el cuello, escuchando lo escandalosa que me había vuelto de pronto.
Disfruté de cada embestida que le diste, cada vez que tus
huevos se estrellaron contra ella, y del chapoteo de su coño encharcado. Seguro
que tus ojos no veían su rostro, y me regocijaba pensar que los cerrabas para
concentrarte más en los ruidos que venían de mi casa. Imaginé tu lengua
recorriendo mi entrepierna, probando lo mojada que estaba en ese momento. Daba
igual que otro me taladrara, me deseabas de una forma tan incondicional que no
te hubiera importado compartirme, turnando tu polla con la de mi macho para
darme placer, compitiendo con él para arrancarme gemidos más altos y largos.
Me hacías sentir poderosa, sexy, deseada al extremo.
Pero eso lo disfrutó mi amante.
-
Joder, nena. Voy a llenarte de leche.
Y yo, que casi no podía ya retener mi orgasmo, apreté mis
piernas contra su espalda, presionándolo para sentirlo bien dentro.
-
¡Córrete! ¡Lléname!
Mi maromo no pudo dejar entonces de gemir contra mi oído,
perdiéndome en parte tus jadeos, a punto también de correrte. Clavó su polla
tan fuerte que por momentos no supe distinguir si dolía o simplemente era lo
más placentero que me había pasado nunca. Su cuerpo me aprisionó contra la
pared de forma despiadada, y me usó con rabia para conseguir correrse. Una,
dos, tres… no recuerdo cuántas acometidas fueron, sin darme tregua, faltándome
el aire, mientras me imaginaba empalada por ti al otro lado, presionándome
desde atrás, tu polla contra mis nalgas, buscando cobijo en mi interior. Me estremecí al sentir su leche inundarme el
coño, acompañando mi orgasmo. Sé que también te habías corrido, escuchándonos a
ambos.
Pero me faltó tu semen resbalando por mis muslos tras
follarme tú contra esa pared. Llevar los dedos a tu corrida, en goterones
manchando mi piel, y probarla pringando mis yemas. Me faltó mirarte a los ojos,
desvergonzada, mientras sacaba la lengua para envolverlos.
Me faltaste tú.
Pero ahora realmente te quería aquí, a mi lado, mientras me
abría de piernas y me separaba el tanga a un lado. Frente a mí, en la pared
opuesta, había un espejo que me devolvía mi imagen. Por más que sabes que estás
excitada… hasta que no ves lo mojada que tienes la entrepierna no llegas a
creértelo del todo. Y mis pezones se marcaban firmemente contra la ligera tela
de la camiseta. Todas las señales apuntaban a lo mismo, incluso el rubor de mis
mejillas, y el brillo de mis ojos. Me ponías tremendamente cachonda…
En verdad no me avergonzaba que así fuera. Que tuvieras
novia no me estresaba mucho, y que ella pudiera venir a darme un guantazo si
descubría cómo te levantaba yo la polla no me quitaba el sueño. Me dormía tras
haberme metido los dedos pensando que eran los tuyos desde aquella última vez,
en la que cada uno folló al otro a través de una puta pared de yeso.
Esta vez… pensaba gemir tu nombre.
Dos golpes en la pared de tu cuarto, y un par de jadeos, y
ya sabía que te tenía al otro lado. Había aprendido a reconocer tus dedos
acariciando la pintura, como si fuera mi piel. Podía ser que ya tuvieras la
polla entre los dedos de la otra mano, aferrándola con fuerza. La imaginaba
sonrosada, dura y brillante, esperando el momento en que tus manos separaran
mis nalgas para embestirme por detrás.
-
¿Sabes? Estás tardando en venir a follarme.
No escuché respuesta alguna. Contuve la respiración
interminables segundos… y nada. Estaba casi convencida que tal vez me hubiera
imaginado que estabas tras la pared, o que podías escucharme tan claramente
como me asegurabas en el ascensor.
-
Te oigo respirar cuando estás cerca,- me habías
dicho una vez, con la polla apretada entre mis nalgas, en el descansillo de la
escalera en el entresuelo-. No sabes cómo me pone saberte tan cerca, y seguro
que desnuda… con lo perrita que eres.
Tal vez eras simplemente un pervertido del montón, y
fanfarroneabas sin más.
Pero sonó el timbre de la puerta.
Y al mirarme nuevamente al espejo vi reflejado mi rostro de
satisfacción en él. Ibas a follarme, o te follaría yo. Poco importaba el matiz,
siempre que tu polla por fin me llenara, y tu boca lasciva me recorriera la
espalda mientras lo hacías.
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