¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

lunes, 31 de diciembre de 2012

¡Cómo lo necesitaba!

Estoy inquieta.

Me remuevo en la silla del trabajo, sin poder evitarlo. Hoy… por fin sucede. Hoy… estoy cachonda.

¡Cuántos días sin mojarme al ver una puñetera foto! ¡Cuántos días pensando en sexo, sin sentir nada! Y llegas de repente tú, y haces saltar todas las alarmas. Mi cuerpo se estremece como si fuera una colegiala, y es que al fin y al cabo… hace tanto que no siento nada…

Te pienso, te imagino, te sueño. Me entran ganas de llevar mis dedos a mi entrepierna dibujando tu imagen en mi mente, sonriendo para mí mientras me miras masturbarme… para ti. Me entran ganas de jugar con mis pliegues, y sacarme fotos para que luego puedas recordar y tocarte tú cuando más te plazca.

Servirte de inspiración en tus noches calientes, o en tus tranquilas mañanas de erección eterna…

Cachonda por fin…

Gracias al cielo vuelo a sentir algo. Noto la tela del pantalón húmeda, y soy capaz de olerme. Salida… así me encuentro. Así me ven mis compañeros… ruborizada. Deseando tenerte en mi boca… pero sobre todo, en mi coño vacío. ¡Dios! ¡Cómo te necesito hoy! Dentro, muy dentro… Clavado hasta el fondo, presionando sin retirarte. Sintiendo tu peso sobre mi cuerpo, sintiendo tu pelvis abrasar la mía.

Sí… Te necesito dentro, muy dentro. Tu boca presionando la mía, tu cuerpo anclando mi cuerpo a la cama. No poder respirar… y no necesitarlo tampoco. Delicioso malestar en el fondo del vientre, donde siento tu ausencia y donde crece ahora un fuego que se apagará solo cuando desparrames tu simiente.

Cierro los ojos y por fin me quema la carne. Mi corazón anda desbocado, y lo disfruto como antes. Demasiado tiempo sin estar verdaderamente… inquieta. Necesitando un macho que cubra mis más íntimas necesidades. Que me montes, que me cubras, que me empales. Ser usada hasta el más íntimo fin de la palabra. Necesito que quieras ser mi macho. Que olfatees mi llamada, que mis pezones erectos y mis piernas abiertas te exciten, que mi boca hambrienta atraiga a la tuya… y a tu polla.

Pero hoy… por mucho que desee lamerte, juguetear y entregarme a tus vicios…

Hoy…

Necesito ser follada.

Mi coño te reclama, mi humedad te ansía, mi calor quiere consumirte. Y consumirme.

Necesito tu polla enterrada en mis carnes, como hembra en celo; correrme nada más sentirte entrar, duro y decidido como macho encabritado.

Ya luego decidiremos si me follas la boca.

Ahora fóllame el coño… y haz que me corra…



domingo, 30 de diciembre de 2012

Terapia

 

Del cuello y del pelo. Ahora mismo no recuerdo si de algún sitio más... Porque aunque me sentía completamente inmovilizada no recuerdo las manos sujetas, o las piernas atadas. Sí, es cierto que las piernas no podían servirme de mucho cuando lo tenía encajado entre ellas, y sus caderas bombeaban con frenético ritmo, follándome para conseguir correrse lo antes posible. O tal vez… simplemente follaba así siempre. Su polla entraba y salía de mis entrañas de firma despiadada, pero aunque molestaba... no dolía. Sus manos en mis cabellos... Eso era otro tema.

Tumbado sobre mí, como había conseguido derribarme, me repetía una y otra vez que le encantaba follarme. Sus palabras... después de tanta terapia, estaban un poco confusas en mi mente. Pero la esencia era la misma. Me follaba porque le gustaba... y porque había podido conmigo. Algo así como: si no querías que te follara, haber corrido.

Terapia no por haber sido violada... sino por no haberme casi resistido. Y porque disfruté, ¡qué cojones!

Recuerdo sus puñeteras manos en mis cabellos, tirando de mi cabeza hasta casi doblarme el cuello. Dolía, pero a la vez era tan sumamente excitante que simplemente me dejé dominar. Sexo violento, a la fuerza. Y para la mujer... ninguna posibilidad de elección. Tal vez el hecho de haber tenido que lidiar siempre con hombres indecisos, pusilánimes y aburridos había hecho mella en mi forma de enfrentarme a las situaciones. Pero en el preciso momento en el que ese tipo me dijo que me estuviera quieta, lo obedecí. Cierto es que no me imaginaba que de un guantazo me iba a derribar contra el suelo, que aturdida no me daría casi cuenta de que se abalanzaba con rapidez sobre mí, y que cubriría con el peso de su cuerpo el mío. Sus manos aferraron mis cabellos... Tiraron de mi cabeza hasta una curvatura casi imposible, y me sentí embestir contra la fina ropa interior, echada la amplia falda del vestido sobre mis caderas.

Maldije… porque no entró. Terapia por eso.

Mi psicóloga opina que soy muy dura conmigo misma. Ella lo resume todo de una forma muy simple. Según ella, mi mente acepta mejor la idea de haberme dejado violar a haber sido violada. Al parecer, es mejor para una mujer entender que quiso, en vez de que no pudo defenderse. La putada es que tanto él como yo sabemos la realidad, que pude intentarlo… y no recuerdo haber hecho nada para impedirlo.
Y lo que para mí es más inquietante aun… Que estaba deseando que pasara.

Una segunda embestida, y el encaje seguía resistiendo. Malditas bragas que no usaba nunca… El cabrón me miraba a la cara, y su aliento me calentaba el cuello y la barbilla. Cada vez que hablaba, su saliva me salpicaba el rostro. Sus palabras, ofensivas y crueles, encendían mis sentidos. Mi entrepierna estaba mojada, y él tenía que notarlo a través del fino encaje. Polla empapada por mis humedades, buena gracia le tuvo que hacer notarlo en ese momento.

-         Vas a disfrutarlo… zorra. Igual que con tu jefe.

Tristemente… mi jefe no me la metía. Es verdad que me follaba, pero solo la boca. Le encantaba correrse en el cielo del paladar, presionando mi cabeza contra su pelvis en una última arremetida que me dejaba completamente asfixiada. Me follaba la boca cada vez que le daba la gana, varias veces al día, incluso. Siempre buscaba el roce con mi culo al pasar a mi lado, o esconder su mano entre mis piernas, cuando creía que nadie nos observaba. Mis escotes le eran sumamente tentadores. Retorcer los dedos sobre los pezones erectos le viciaba. Siempre buscaba el momento para no irse cargado a casa. Como solía decirme… prefería correrse conmigo que dejar preñada a su cornuda mujer.

No me importaba que mi jefe se me beneficiara. Sabía que sacaba mucho de esta… relación. Era él el que estaba casado. Yo hacía ya muchos meses que estaba sin pareja, y lo cierto es que no la echaba en falta. Bueno… tal vez para sentir una buena polla en el coño, sí. Pero era lo que había por el momento. De todos modos, mi jefe se preocupaba de tener mis agujeros llenos, aunque lo hacía con los objetos de despacho. Le encantaba tumbarme sobre la mesa de su escritorio, levantarme la falda y tener mis nalgas ofrecidas a sus deseos. Me follaba con lo primero que se la pusiera dura al imaginárselo entrando y saliendo de mis entrañas.

El día que el repartidor entró en el despacho por error me encontró así. Mis manos aferradas al borde de la mesa, el rostro desencajado por las embestidas del mango de un bate de beisbol, y la polla de mi jefe a medio empalmar fuera de la bragueta. Yo gemía… y él me decía que lo disfrutara.

Igual que hacía ahora el puto repartidor de las narices.

-         Ya podía haberte compartido tu jodido jefe…

Lo que le había importado al repartidor haber esperado un par de días para tenerme abierta de piernas en el aparcamiento de las oficinas. Había elegido precisamente al día en el que yo salía del trabajo especialmente tarde. Quedaban solo un par de coches en aquella planta, y aun tardarían en marcharse. Allí me había encontrado, al lado de mi coche. Y allí me había derribado de un buen bofetón.

Recuerdo que aquel día mi jefe miró al repartidor, con aire de suficiencia, y le había espetado que si pensaba quedarse allí pasmado mirando. No dejó de menear el bate dentro de mí mientras lo hacía, y yo no pude dejar de gemir, mientras miraba al despistado tipejo en la puerta… y a la secretaria de mi jefe detrás de él, con los ojos como platos, pasando la mirada por toda la escena. Yo ya sabía que era de dominio público que me follaba al jefe, pero nunca nadie había podido asegurarlo. Iba a ser la comidilla de la oficina… y lo cierto es que no me importaba mucho.

Al igual que no me había importado que aquel tipo me la metiera en el suelo del aparcamiento, al lado de mi coche.

Por un instante pensé que el repartidor entraría en el despacho y se uniría a la fiesta, por el bulto que asomó en un momento en sus pantalones. También sentí que la polla de mi jefe volvía a empalmarse. Lo estaba disfrutando, verme dominada y a merced de ojos ajenos. Le gustaba demostrar superioridad hasta por el sexo, y la verdad era que se le daba francamente bien mantenerme dominada. Su polla se asentó en mis nalgas, y por una vez pensé que por fin me follaría como era debido, no usando un simple objeto. Pero el repartidor cerró la puerta tras dar un paso atrás, y mi jefe, encabritado y enfadado, dejó de masturbarme con el bate, que tiró a un lado estrepitosamente. Me recompuse lo más pronto que pude y salí de su despacho.

Desde ese día… me follaba solo la boca.

El repartidor no se había dejado ver el pelo hasta aquella misma noche. Cuando todo hubo pasado, hecha un ovillo en el salón de mi casa, me dije tal vez no huí por la inquietud que me invadió cuando lo vi de pronto, y que me recordó lo que había pasado entonces. Mi psicóloga piensa que puede ser ciertamente posible, pero da como más probable la otra posibilidad. Su diagnóstico se basa en que ninguna mujer puede desear realmente que la violen. ¡Con todas las mujeres que hay en el mundo! Me parece una afirmación tan prepotente, que me niego a pensar que pueda ser verdadera.

Llegué a pensar que cuando su polla golpeó contra mis bragas y me encontró húmeda, fue únicamente por el hecho de haber recordado aquella escena, en la que mi jefe me follaba y sentí su polla rozar una parte de piel que no fuera la de la cara. Nunca lo había hecho.

Pero sabía la verdad. Había disfrutado de cada una de las embestidas, del olor rancio a sudor de hombre que lleva todo el día trabajando, de sus rudas manos aferradas a mi cuello, impidiéndome casi respirar, como solía hacer la polla de mi jefe en mi oficina.

-         Disfrútalo, zorra. Sé que te gusta.

Y tanto que me gustaba. Una de sus manos abandonó la tortura de mi cabello y bajó a romper las bragas. Las sentí rasgar mientras yo dejaba escapar un gemido. El rió por lo bajo, y colocó el capullo entre mis labios húmedos disfrutando de su momento de triunfo. La mano la colocó en mi cuello, y así me perforó el coño la primera vez, aferrando mis cabellos con una mano, y mi cuello con la otra. Lo sentí chocar contra el fondo, y lo escuché jadear, satisfecho de lo que encontraba. Humedad, calor… Un coño que llevaba meses deseando una jodida polla, y que solo había encontrado estatuillas de porcelana china.

No recuerdo donde estaban mis manos. No recuerdo si mis piernas colgaban por los lados o se aferraron a sus caderas mientras golpeaba sus cojones contra mi culo. Sólo sé que jadeaba con el poco aire que me llegaba, y que cada embestida me sabía a gloria. Poco importaba que mis nalgas se restregaras sobre el suelo sucio del aparcamiento, que oliera a gasolina y goma quemada. Me importaba la polla de aquel cabrón que había decidido que con o sin permiso se enterraría entre mis carnes, que lo disfrutaría como el bastardo que era, y que me haría luego ir a terapia con una psicóloga para entender por qué, mientras me perforaba con fuerza y casi me ahogaba… me corrí…

-         ¡Oh! ¡Sí, nena! Córrete, vamos. Córrete, dámelo.

Me corrí como hacía meses, presionando mi coño contra su puñetera verga, y gimiendo lastimera, deseando un respiro y una buena bocanada de aire. Él continuaba bombeando, dejándose envolver por la humedad que chorreaba ahora por los pliegues que torturaba, y que sabía que mojaba sus pantalones. Cuando se dio cuenta que ya no duraría mucho más, levantó mi cabeza y me metió la lengua en la boca, sofocando mis gemidos y los suyos. Y se corrió dentro… sin dejar de mover las caderas como un jodido conejo.

Nunca había dejado que nadie se corriera dentro.

Mi psicóloga opina que yo no podía hacer otra cosa. Lo dejé hacer por el miedo a acabar asfixiada entre los rudos dedos del tipejo maloliente. Haberlo dejado terminar en mi coño no había sido decisión mía, y por lo tanto, no debía culparme.

Pero yo me culpaba, porque me había encantado que lo hiciera así. Sentir salir la leche resbalando de mi coño con su polla aun hinchada fue, simplemente, delicioso. Podía imaginar las gotas haciendo surcos en mi piel, llegando a mis muslos y mi culo, predisponiendo mi segunda entrada para su polla tiesa. Imaginé que la sacaba, y que aún le quedaban ganas de sodomizarme. Lo imaginé colocando la polla contra mi ano, y empalándome con la misma fuerza que había utilizado en aquella primera embestida. Lo deseé con fuerza… y casi sentí un inmenso vació cuando lo noté salir de mí y ponerse en pie.

Me miró desde arriba. Mi vestido echado sobre las caderas le daba una perspectiva de mi entrepierna muy agradable. Supe que miraba como su corrida salía de mi cuerpo mientras se metía la polla dentro de los pantalones. Luego perdió la vista en mi escote, con el sostén a la vista y los pezones erectos mostrándose por debajo de la tela. Rostro de satisfacción, porque en ningún momento intenté recomponer mi imagen vejada, sino que disfrutaba mientras su mirada lasciva me recorría el cuerpo. Quería que me deseara, quería que me recordara.

Terapia porque cuando se arrodilló a mi lado, metió la mano en mi coño y sacó los dedos… allí estábamos él y yo.

-         Pruébate… y recuerda lo bien que te has corrido, zorra de mierda.

Terapia porque cuando metió los dedos en mi boca yo degusté con ansia su corrida y la mía. Y deseé su polla en la boca… también.

-         Yo no te follo con un bate. La próxima vez que quieras una buena verga… ya sabes que puedes llamar al repartidor.

Y terapia porque tenía la tarjeta del repartido del agua sobre la mesa de mi trabajo, y había hecho fotocopia de ella para tenerla en mi casa, en mi cartera y en el coche.

Terapia… porque no había vuelto a meter la polla entre mis piernas, pero me mojaba cada vez que entraba y dejaba su mercancía en el almacén, y me miraba al pasar… pero no me decía nada.




 
 
 
 

domingo, 25 de noviembre de 2012

No pienso describirme

Estoy hasta las narices de ir a intentar excitarme leyendo y encontrarme con moñadas del tipo: Hola, me llamo Marisa, y voy a describirme para que te hagas una idea…


Yo no quiero que te hagas una idea de como soy. Quiero que me imagines como te salga de los cojones. Sí, así de claro. Da igual que sea atractiva o una tía que espante nada más mirarla. Nunca he querido levantarte la polla con una tremenda foto de mi culo. Quiero que te derrames sobre mis palabras, no sobre mis nalgas. ¿O acaso quieres venir a verme, ser mi amante, follarme duro?

Si así lo quieres…

Yo lo que quiero es contarte mis historias, endurecerte, humedecerte, hacerte vibrar. Hay cosas que me pasan y nadie las creería… Hay otras que, simplemente, no las debes ni tener en cuenta… porque serías un iluso. Imagíname como una amiga, que te cuenta una mentirijilla de nada, sabiendo que bajo la tela del pantalón se te pone el miembro duro con mis palabras…

Soy perversa, pero así soy yo.

Me gusta saberte cachondo, es un defectillo que tengo… ¿Y a ti? ¿Te gusta que te ponga cachondo? Lo que daría por estar frente a ti, leyéndote una historia: De como mi amante, en su último arranque de sinceridad, me ha propuesto hacer un trío con un desconocido. ¿Te empalmarías para mí? ¿Me mirarías a los ojos, al escote, o a los labios… al hacerlo?

Siento una enorme curiosidad por ti… seguramente, igual que tú por mis historias… No sé como te empalmas, si cuando nombro de primeras la palabra polla, o cuando te cuento como me la meten. No sé si en ese momento sientes ganas de echar la mano a tu entrepierna, o esperas a haber terminado, y luego recuerdas lo que escribí… O, simplemente, no consigo excitarte nunca.

Yo me excito con lo que escribo. ¿Puede que sea porque son recuerdos? ¿O tal vez porque son, simplemente, mis fantasías? Tal vez te excitara más saber mi altura, el tamaño de mis pecho, o como sabe mi coño. Lo que debes saber, sin duda… es que me gusta el tequila.

Tranquilo, no pienso ponerme a filosofar si es bueno o malo que desees imaginarme. Te recomiendo que pienses en el culo que más te ponga. Al fin y al cabo, yo a los tíos con los que sueño… los imagino siempre muy muy muy…

Eso sí: dibújame morbosa.

De esas mujeres que se relamen los labios pensando en las obscenidades. En bajarte los pantalones en medio de la calle, cuando no pasa nadie, y hacer que te empalmes con dos lametones a tu polla. De esas a las que no le importa que la perfores por el agujero que quieras, con tal de que sea con palabras sucias en la boca, manos firmes en mis caderas, y ojos ardientes bien abiertos, sin perderte detalle. ¡Por Dios! Así te quiero, cuando te cuente la última de mis historias…

Y la última de mis fantasías puede ser… ¿verdad o mentira?

 ¿Por qué te excita tanto una historia real? ¿Realmente te excita que me violen, que me sodomicen, o que me lo haga con una chica? ¿De verdad quieres que haga un trío? ¿En serio quieres que sea una puta, una respetable madre de familia o una enfermera viciosa? Podría ser cualquier mujer que imaginara. Podría ser cualquier mujer que quisiera. Pero simplemente soy morbosa. Y a ti te gusto así… Porque así sabes que cumpliría cualquiera de tus deseos, con tal de mojarme las bragas imaginándote llevar tu mano a tu polla, y moverla arriba y abajo, buscando ese placer que tanto me gusta brindarte.

Mastúrbate conmigo, sea yo quien sea… ¿Qué más dará si soy rubia o morena, alta o baja, con curvas o sin ellas? Lo que sí te importa es lo decidida que estoy a levantar tu polla. Con palabras o con imágenes, con caricias o lamidas. Quiero que te importe que mi coño esté siempre húmedo, pensando en que me lees… Que mi garganta se seca cuando gimo mientras follo, que mis ojos se clavan en los tuyos, deseando que me cuentes si disfrutas. Me gusta que me hables mientras me la metes. Y que jadees junto a mi oído… al correrte… Claro que, si para ti es interesante que te diga que soy una jovencita de 25 años a la que su amante acaba de informar que desea compartirla con otro hombre… Te lo cuento de otra forma… Porque Magela, ya lo sabes… cuenta las cosas a su modo.

Magela te contaría que le temblaron las piernas al escucharlo, pero que también se humedeció al imaginarlo. ¿Miedo? Sí, tal vez… llámalo miedo. ¿Qué mujer no se asustaría pensando que su novio la quiere compartir? Soy sincera, y te confieso a ti, querido lector, que me morí de miedo. Soy de sensaciones, y en ellas me pierdo. Y la voz de mi amante, al susurrarme que quería verme disfrutar como una puta siendo usada por otra polla me dejó helada. Me imagino contándoselo a una amiga. "¿Sabes que me ha propuesto hacer un trío?" Muchas de mis conocidas me dejarían de mirar a la cara si les dijera que me lo podía estar planteando… ¿O tal vez no? ¿Las amigas de Magela serán tan liberales como ella? ¿Y Magela tendrá amante fijo, o muchos amantes? ¿Será de novio, marido, o de las que busca a hombres casados para levantar su autoestima cuando le arrebata el esposo a alguna tonta? ¿A cual de ellos elegiría mi amante para compartir mi cuerpo?

Eso es realmente lo que humedece a Magela, pensar en qué pone cachondo a un hombre, y por qué… ¿A quién cojones iría a elegir él? ¿Alguien que fuera de mi agrado, que pudiera sustituirle pasado unos cuantos polvos, o al típico enclenque con polla pequeña que no diera la talla y no lo dejara en ridículo? ¿Alguien morboso? ¿Alguien que pudiera arrancarme un orgasmo?

Temblé… claro que temblé. Pero que mi amante me quiera empalada por dos pollas… me dejó asustada y excitada al mismo tiempo. ¿Quieres imaginar si lo hice realidad o no? ¿Quieres, acaso, que te lo describa? Yo, sin embargo… me excito pensando en lo que imaginaba mi amante al preguntarme por la posibilidad. Eso es lo que a mí me tienta, saber si él miraría más la polla del otro al introducirse en mis carnes, o la suya… Si disfrutaría más de mi culo prieto, o de la visión de las manos del otro al apretarlo y palmearlo. Si preferiría el roce de mi piel y sentir mi cuerpo, o la polla del otro rozarse a través del tejido que separaran ambas vergas. Besarme él… o verme besar a otro.

¿Qué es lo que excita a un hombre que pide a su mujer dejarse follar por otro? ¿Quiere repetirlo? ¿Espera que yo lo disfrute, o verme vejada? ¿Desea que luego se lo relate, sabiendo que soy escritora erótica? ¿Qué coño esperas de mí, perversa mente? Magela te lo puede describir antes de hacerlo… Puedo describirte como me vestiría para ambos, donde me sentaría en la primera cita, lo que bebería. ¿Te interesa, lector, saber si me mojo pensando en ello?

Me mojo, amante mío, me mojo y mucho… Pero tengo miedo. ¿A que me guste, a que luego quiera más, a que me trates como a la zorra que me siento y luego ya no deje de serlo en tu mente? ¿Acaso no es eso lo que yo quiero también? Quiero que me imagines como desees, que encuentres en mí lo que siempre quisiste en una amante. Si no te lo dieron antes, me alegro de hacerlo yo ahora. Sigue leyéndome, querido amante, querido lector… e imagíname como quieras, en la situación que quieras, diciendo lo que siempre quisieron escuchar tus oídos. Porque yo escribo para que se te levante la polla, y sin necesidad de decirte que mi culo sería el mejor que habrías taladrado en tu puta vida. Tú… sólo créeme, ¿vale? Es más fácil para ambos…

¿Y si en vez de gustarme… me doliera? Tal vez eso es lo que te ponga, perverso lector… Oírme llorar y quejarme mientras me follan los dos al tiempo.

Yo sé lo que me excita. No me excita describirme…

Yo me mojo cuando te empalmas. Tú te empalmas… cuando me hueles mojada.





miércoles, 21 de noviembre de 2012

La Olvidada

¿Me recuerdas?

¿Recuerdas el sabor de mis labios, la calidez de mi piel, o el olor de mi pelo? ¿Recuerdas el sonido de mi voz, susurrándote palabras obscenas al oído, o el tacto de mi mano aferrada a tu verga tiesa?

¿Me recuerdas?

Hace tantas lunas que no visitas mi cama que empiezo a ponerlo en duda. Antes, no pasaban sino unas horas entre una llamada y otra. Hace unos meses no me imaginaba teniendo frío por las noches, arropada sola, con el pelaje de mi gato por único contacto con un ser vivo en la intimidad de mi dormitorio. Hace unos meses… estabas loco por mí.

¿Qué te pasa ahora?

No, ya sabes que no es una pregunta… para ti. Preferiría, ciertamente, no saber qué te pasa…

¿Ya no te excita la redondez de mis nalgas restregándose contra tu pelvis, justo antes de bajarte la bragueta? ¿Ya no te la ponen dura mis pezones erectos, tras pellizcarlos con mis dedos recién ensalivados… con tu propia saliva? ¿Ya no tiemblas al imaginar mi lengua recorriendo tu polla?

No sé dónde estás…

No, ya sabes que no es cierto… Sé donde estás. ¡Ojalá no lo supiera!

Tu almohada ha perdido tu aroma, y no lo encuentro ya por ningún rincón de mi casa. Tu imagen se desdibuja, allí donde antes estabas tan presente. Follándome sobre cualquier mesa, aferrando mis caderas contra cualquier pared, tironeando de mis cabellos para que te obedeciera y me ofreciera en el tramo de escalera que resultara de tu antojo. Tu imagen no se recorta, desnuda y magnífica, empalmado hasta casi doler, por mis humedades…

Ya no me deseas… y no puedo entenderlo.

No, no es cierto… Sí puedo entenderlo. Lo que pasa, sin duda, es que me niego a asumirlo.

¡Por Dios! ¡Vuelve!

Deja que me arrodille ante ti, y con los párpados caídos en total sumisión, y que con la boca abierta esperando recompensa, te brinde el placer que antaño te otorgaba. Concédeme el honor de probarte nuevamente, de separar mis piernas para ti, de sentirte derramar contra mi cuerpo.

Si hice algo mal… perdóname…

Te necesito dentro.
Me muero sin tus atenciones, sin tu lengua lasciva recorriendo mis pliegues, sin tu cuerpo fuerte chocando con el mío. Simplemente… muero sabiendo que prefieres las atenciones de esa… de la otra.

¿Celosa? Sí, lo reconozco. Mucho. Siempre…

¿Qué tiene de malo? Al final, tanto decirme que eran obsesiones sin fundamento, y acabas traicionando esa confianza que poco a poco levantaste. ¿Para qué fomentar mi estima, si pensabas destrozarla a las primeras de cambio? Quisiera odiarte por ello, y no encuentro, sin embargo, las fuerzas para hacerlo.

La otra… Supongo que la primera. La única para ti. Esa mujer que se fue rompiendo tu corazón en pedazos, esos que reconstruí con paciencia, haciendo que tu mirada se perdiera en la mía, tu boca se bañara en mi saliva y tu mano se metiera en mi entrepierna. Me deseaste, follaste conmigo como quisiste, utilizaste mi cuerpo entregado a tus sucias voluntades…

Y ahora me dejas.

Ella ha vuelto para recuperar lo que fue suyo y dejó abandonado, y tú, estúpido, has caído tontamente en sus redes. Y mi cama te extraña, y también mi cuerpo. No voy a negarlo: me perdí en lo que nunca había sido mío, pero que me apropié en un engaño. Tu boca, tu cuerpo, tus manos… Tu polla entregada a los placeres que arrancabas a mi coño húmedo y cálido… Me perdí en nuestro sexo salvaje. Ahora, no encuentro la forma de recuperar el aliento, volver a sudar como lo hice entre tus brazos, secar mi garganta con los gemidos que disfrutabas haciendo brotar de ella mientras embestías mis entrañas.

Ahora te la follas a ella, tras decirme que yo siempre sería la única, que nadie más te satisfacía, que ya nada tenía sentido, si no encontrabas mi cuerpo hambriento tras la dura jornada. Y ahora separo las piernas… y espero en vano. Ahora paso la mano por mi coño rasurado y no encuentro consuelo. Te fuiste… ella ganó esta batalla. Y no creo tener fuerzas para emprender una nueva. Elegiste bando y salí derrotada. Mi carne se seca sin tus atenciones y por el derramar de lágrimas que a nadie conmueve.

Ser tu juguete por tan poco tiempo.

Palabras falsas de hombre pérfido, que me quiso moldear a su antojo, imitando a una original a la que no tenía. Palabras falsas jurando que me deseaba. Palabras falsas que me juraban que era simplemente suya.

Fóllame otra vez, no importa si luego vuelves con ella. Saca de su letargo a las carnes que un día saboreaste, que se perdieron fundidas en tus deseos, y que marcaste con tu simiente ardiente. Hazme gemir, hazme correr, hazme sentir nuevamente tuya. Cerraré los ojos y no lloraré cuando abandones mi cama tras derramarte en el lugar que elijas.

Fóllame, te lo ruego. Recuérdame lo que sentía cuando era tuya, cuando pensaba que siempre volverías, cuando disfrutaba siendo tu puta.

Vuelve a enterrarte en mi coño. Bombea con furia, con rabia. Clávame la polla hasta que duela. Confunde mis entrañas con las suyas, como hiciste que yo confundiera mi alma con la que imaginabas. Fóllame duro, entra y sal de mí sin descanso durante eternas horas. Ven a disfrutar de lo que te pertenece, te entregué sin reservas y aceptaste porque era tuyo. Presiona mi vientre con tu verga endurecida, que luego tras tu corrida le daré cobijo en mis entrañas.

Allí, donde te recuerdo... Allí, donde te siento...

Y prometo no llorar cuando salgas huyendo.



jueves, 8 de noviembre de 2012

Preséntate...


- ¿Enamorada yo?- pregunto, con cara de ilusa, mientras cepillo mis cabellos rizados frente al espejo-. ¿Qué dices, tía? ¿Cómo voy a estar enamorada, si solo nos vemos para follar?

Me encanta mi aspecto juvenil. Nadie diría que tengo la edad que tengo. Y a nadie le importa, en verdad. Ninguno de los tíos con los que últimamente me veo me ha preguntado por mis años. Les ha valido mirar lo tiesas que están mis tetas, y que cuando se rozan con algo se endurecen los pezones a la primera. Si, además, son dedos masculinos…

El tío al que se refiere mi amiga es uno de tantos. Un hombre más bien tirando a feote, de esos en los que no repararías a la primera de cambio. Pero es muy morboso.

Un autentico pervertido…

Nada más verlo en la barra del bar, rodeado de sus amigotes, supe que su polla iba a acabar entre mis labios. De esas imágenes que te dejan parada en el sitio, sin aliento, casi jadeando. Un flash…

- Para nada, tía. Es solo sexo-. Mi amiga estaba al otro lado del teléfono, y no podía ver que en mi rostro se había instalado cierto rubor preocupante. Yo intenté ignorarlo, mientras recolocaba los rizos en una alta cola de caballo-. Únicamente folla bien.

No sólo follaba bien. Simplemente me derretía entre sus brazos cuando, con dedos hábiles, soltaba los broches de mi ropa y dejaba mi piel expuesta a sus lascivos deseos. Y eran muy obscenos.

Putón, me llamaba. Y por supuesto, así me sentía.

Con él siempre estaban húmedas mis bragas, acelerado el corazón y anhelante la boca. Con él siempre tenía ganas.

Ganas de sexo vibrante y sin barreras, perversiones a las que otros no llegaban ni imaginaban. El sexo era, definitivamente, diferente.

- No. Esta noche no lo veo a él. Tenía no sé qué de una partida de algo con sus amigos-. Una estúpida partida de algún videojuego que llevaban meses esperando que se pusiera a la venta. Me había dado tanta rabia que había quedado con otro pringado, de esos con los que se relacionaba él, solo para que se enterara de que me había dejado magrear por otro, de primera mano-. Sí, tía, como te lo cuento. Es un auténtico friki. ¡Pasar de mí por una tarde delante de una consola!

Por supuesto, no se lo iba a perdonar con facilidad… Y, sin embargo, cancelaría todo si me llamara en ese mismo instante y me dijera que quería meterme la polla en la boca.

Como había hecho aquella vez en el bar.
- Quiero que me lamas la polla, muy lentamente. Ensalívala despacio, saboreando cada pliegue de piel.

Se me tuvo que quedar cara de imbécil, porque sus amigos, a su espalda, sin poder escuchar lo que me decía aquel tipejo, se rieron a carcajada limpia. No sé si se me desencajó la mandíbula, o bizqueé, o quizás se me escurrió un poco de saliva por los labios al imaginarme haciendo exactamente eso allí mismo, arrodillándome frente a él, desabrochando el cinturón y la bragueta y descubriendo unos calzoncillos con dibujillos japoneses. ¿Cómo coño me había dicho luego que se llamaban esos cómics? ¡Mierda de memoria!

Tener su enorme polla entre los dedos, recorrerla con las yemas suavemente, deslizar la lengua sobre el capullo brillante… ¿Cómo podía desear hacerlo sin saber siquiera el tamaño de la verga?

El tono autoritario de su voz…

Tenía la voz más varonil que había escuchado nunca. Nada de timbres estridentes. Era la típica que se escuchaba en los anuncios, por la que se pelearían las cadenas de radio para hacer un programa nocturno de llamadas. Me imaginé descolgando el teléfono para hablar con él en antena, y contarle mi vida sexual desde los 16 años, con tal de escucharle decir nuevamente la palabra polla.

- Quiero que te la tragues hasta los cojones. Tienes pinta de ser capaz de hacerlo. Estoy seguro que la mamas de vicio…

Y, desde luego, no lo hacía nada mal.

- Como lo oyes, chica-, seguía contándole, mientras me colocaba el perfume en mis rincones estratégicos-. Quedé para chupársela a un amigo suyo.

La mayor venganza… que se lo contara.

¿Cómo había sido que en aquel bareto me había visto lamiendo su verga? Una mano en la base de tu tremendo pollón, y la otra retorciendo uno de los pezones sobre la camiseta, gimiendo de gusto al hacerlo. ¡Y eso que aun no había bebido!

- Imagina cómo se le van a levantar las pollas a esos de ahí atrás cuando te vean hacerlo…

Ahí estaba el clic que no entendía. El morbo… Quería hacer que ese tipo se corriera en mi cara, y que sus amigos se la cascaran mientras tanto, sufriendo ante la idea de saberme intocable, pero a la vez tan cercana y facilona. Tantas corridas a sus pies… tantos jadeos resonando en mis oídos.

El sonido de las cremalleras bajándose a mi alrededor, acompañando el succionar de mis labios, apretados contra la polla más enorme que había visto en mi vida… (Ya puestos a imaginar, había que imaginar a lo grande, ¿no?) ¿Cuántas vergas tiesas, deseosas de la rapidez y destreza de las manos de sus dueños? No importaba el número, importaba que estaban duras por mí. ¡Qué excitante! ¡Por fin una fantasía hecha a mi medida!

Morbo. La palabra clave.

Y me imaginé llevándome a todos al baño, y siendo observada y follada por mis jodidos agujeros al tiempo, siendo la más puta de todas las putas, como una vez cantó Sabina. A mi edad, y con la seguridad que tengo tras lo que he hecho con mi cuerpo, y con mi mente… el mayor de los retos es dejarse llevar, y olvidarse de lo convencional. Y aquel tío, sin más, me ofrecía el cielo. Aquello que ninguno pedía, pero que a todos se la ponía tiesa cuando lo soñaban.

Sentirme clavar una verga enorme en el culo, mientras mi boca sofocaba el grito de molestia contra otra polla. Resoplar contra esa piel caliente y dura mientras empezaba a bombearme contra las nalgas. Fuerte y rudo. Como dirían en la calle, rompiéndome el culo. Babear y gemir sintiéndome empalada, disfrutar al ser sometida por las voluntades de los hombres… Y descubrir, con ansia, que también necesitaba una polla que rellenara mi coño, rozara mis paredes en pugna por marcar el ritmo con la otra con la que me follaban, y compitiera por el espacio y la humedad que me provocaban.

Y más pollas esperando…

¿Cómo podía haber vivido sin eso?

Manejada como una muñequita, deseada y usada sin más. Poco importaba de cual de aquellos tipejos fuera la verga que me arrancara el gemido, ni la boca que escupiera sobre mi culo, para facilitar el deslizar del miembro erecto hasta el fondo, donde ya casi sentía que dolía. Y, en ese momento, sentir mi coño reventar por un empellón rápido, que continúa taladrándome una y otra vez sin descanso.

Y mi morboso desconocido follándome la boca, y disfrutando de la visión de mi cuerpo desmadejado por sus coleguillas. Complacido más por lo que observaba que por lo que realmente le hacía sentir en la polla.

Obsceno…

- Creo que no nos han presentado…

Sonrió de medio lado, arqueando una ceja.

- Y tanto que es cierto…- Se rió, y tomó mi mano.

Creí que en ese momento, en ese primer contacto, oiría su nombre. Sus dedos eran finos y suaves, con uñas perfectas. Manos de mujer, de tío que no ha trabajado con tierra en su vida. Imaginé esos dedos recorriendo mi cuerpo, soltando los broches de mi ropa interior, e introduciéndose en mis pliegues mojados. Los sentí moverse una y otra vez dentro de mí, clavando las yemas, arrancándome estremecimientos con cada círculo que completaban. Dedos ágiles, dedos enloquecedores.

Querría probar esos dedos tras correrme. Le pediría que los llevara a mi boca, para chuparlos con ansia, y darme el gustazo de relamerme con mi propio sabor caliente. Mis manos alrededor de esos dedos, mirándolo a los ojos. “Y ahora chupa otra cosa.”

- Pues sí, cariño-, le contesté a mi amiga, poniéndome unos enormes taconazos negros, y arreglando las medias frente al espejo. Mi interlocutora resoplaba al otro lado de la línea telefónica, maldiciendo por lo bajo mi desfachatez-. Da igual que este en especial tenga pasta gansa para gastarse en mí, yo lo que quiero es que no me tomen el pelo.

Y por supuesto que no me lo iba a tomar, el muy cabrón. Se iba a arrepentir del plante que me había dado por una partida de videojuegos. Dejaría que su amigo metiera la lengua en mi coño, succionara con hambre, y me hiciera correr. Agarraría sus cabellos y guiaría su cabeza si era tan torpe como para no saber comérmelo en condiciones. Y si llegaba a ser realmente necesario, me pajearía moviendo yo mis caderas contra su barbilla, si tenía tan poco seso como para no hacer que estallara y le mojara los labios con la humedad de mi entrepierna. Todo… con tal de que se llevara impregnado a casa mi olor, y que mi friki amante me reconociera cuando le dijera, con mi corrida aun en los labios, que me había pasado por la piedra.

Su compañero de piso…

Por muy morboso y fascinante que sea un hombre, no se merece el berrinche que sufría ahora por su culpa. Buen sexo, sí… Fantasías cumplidas, por supuesto… Desinhibición sin la necesidad de tener que estar borrachos los dos para perder los complejos.

Pero también quería devoción.
- Se lo merece. Ya sabes lo que pienso al respecto-, concluí.

Y colgué el teléfono escuchando sus últimas palabras. Me habían enfurecido.

“¿Y por qué te molesta tanto que no pase la noche contigo, si no estás perdidamente enamorada de ese capullo?”

Aquel primer contacto… cuando sus dedos tocaron los míos, y cogió mi mano entre la suya. Lo recordaba como si fuera ayer… y ya hacía casi un año. En ese momento supe que se la chuparía sin duda, que todos sus amigos mirarían si querían, y que se correrían por el espectáculo que les iba a ofrecer. Mi lengua recorriendo toda la verga tiesa, mis ojos viciosos negándose a apartarse de la visión del resto, mientras se masturbaban frenéticamente ante mis piernas abiertas, y mi coño rasurado expuesto apenas oculto por la diminuta falda. Mis pezones erectos… ansiando esos dedos masculinos que me cogían la mano.

- Una descortesía, desde luego, no presentarte…- le había replicado yo.

- No te hace falta mi nombre, a la que tienes que conocer es a mi polla.

Y mi palma se cerró sobre la verga endurecida y caliente del hombre que me tomaba la mano. Apretó la pelvis contra ella, y cerró mis dedos sobre el mango duro y poderoso. Al fin y al cabo… era ella la que quería conocerme.

 
 
 





martes, 6 de noviembre de 2012

Sacrificios


“Sí, putilla. Sigue moviéndote así… Sigue haciendo maravillas en mi polla. Lame, zorrita. Que se note que tienes ganas…”

Poco importa si los gemidos que levantan mi verga son fingidos. Poco importa si tu mirada de deseo no es tal, y si la humedad de tu entrepierna es provocada por algún lubricante que antes te has colocado. Al fin y al cabo lo único que te importa es la pasta… ¿verdad?

Mujer guapa, pero desgraciada. Tres hijos pequeños. Un trabajo agotador, mal pagado, asfixiante.

Quieres seguridad, necesitas un padre para tus retoños frágiles, quieres alguien que ocupe tu cama… y te arrope por las noches. Quieres sentirte protegida.

Y yo me muero por metértela en la boca.

Y ya puestos, en el culo…

“Sí, putilla. Chupa. Lo haces de maravilla. Cúrratelo, si quieres que te dé cobijo en mi casa, acomode a tus hijos y les dé mi apellido. Haz que el gasto que estoy pensando hacer merezca la pena.”

Total… Si me gasto a la semana una fortuna en sexo, puede que tener a la puta en casa no sea mala opción, después de todo. Convertir a la camarera casi analfabeta en una señora bastante respetable seguramente me resultaría entretenido. Vestirte sin ropa de saldo, para luego desgarrar las blusas al llegar a la cama. Subirte sobre buenos zapatos de tacón, para separar tus piernas y perforarte por detrás mientras finges que te gusta cada embestida de mi polla tiesa. Maquillarte para desdibujar tu rostro con mi leche caliente al mancillarte con mi corrida, donde me plazca. Hacerte mía.

Follarte.

Usarte.

Humillarte.

“Aguanta en el fondo, putilla. Sí… sí… ¡Cojones, cómo me gusta clavarme en tu garganta! Sentir tus arcadas, ver tus lágrimas resbalar por tus mejillas. Esa piel que mojas, colorada por los bofetones que hace un momento te he propinado.”

- Disfrútalo, zorra. Sé que te gusta.

Y tanto que te gusta. Eres una camarera con alma de puta. Eres una leona que mataría por defender su camada. Y a falta de otras armas, bueno es tu coño abierto, ofrecido sobre mi cama, mojado por vete a saber qué motivo. Caliente, mil veces usado, mil veces derramada mi lefa contra tus paredes, mil veces puesta de pie para deleitarme con la visión de la corrida resbalando por el interior de tus muslos.

Hasta tus benditos pies.

“Voy a correrme, putilla. Sé que no hace falta que te avise, porque igual lo haré donde me plazca. Te inundaré con mi simiente enterrándome en tus carnes, ya sea tu boca, tu culo o tu humedecido coño. Poco importa donde te lo haga, puesto que sé que lo único que estás deseando es que termine de follarte. Tienes la garganta seca de tanto gemido. Agradecerás que por fin te regale la bebida que liberará la boca de mi verga dura.”

Y quiero hacerlo aquí, entre tus labios, viéndote llorar, como si fueras una muñequita lastimada. ¿Te ha dolido que no me importe lo más mínimo si disfrutas? ¿Te ha sentado mal que te haya agarrado por la nuca y empotrado mi verga hasta que ya no podías respirar? ¿Te has sentido ultrajada cuando me he anclado a tu cabeza, y aferrado a tus cabellos, y he bombeado con fuerza, loco por verte suplicar que parara?

¿No?

Pues entonces seguiré un poquito más… putilla.

- Hoy voy a tardar en correrme, zorra. Y mira que te la tragas de miedo…

Veo resignación en tus ojos, pero de improviso, tal y como apareció… desaparece. No te puedes permitir el lujo de hacerme ver que no te gusta que te use. Por supuesto… estás gozando como nunca mi polla empotrada contra tu paladar, dura como un garrote, destrozando tu orgullo con cada acometida. Te jode que disfrute, que jadee y te insulte, que mi cuerpo se convulsione contra tu cabeza.

- Joder, nena. Sigue así, vas a matarme de gusto.

“Siempre lo haces. Metódicamente, extraes toda mi leche cuando ya no aguanto más. Me reviento contra ti, exploto y te dejo sin aire… una vez más. Entonces separas los labios, y me regalas la visión de la lefa derramándose por la comisura de tu boca, manchando tus tetas caídas, llegando al suelo donde tus pies han tratado de mantenerte en equilibrio. Pero hoy… hoy quiero algo distinto.”

Te agarro por los pelos y te llevo casi arrastras, con la polla reventando tu boca. Apoyo tu espalda contra la pared, y mis piernas te aprisionan sin delicadeza maldita. Te mantengo contra mi pelvis, con la verga a punto de estallar… Pero quiero que casi supliques. Quiero ver el puto terror en tus ojos, como si en verdad pudieras acabar muerta esta noche.

- Te la tragarás, putilla. Quiero alimentarte con mi leche.

“Sé que no te gusta, pero me importa una mierda. Vas a hacer lo que te diga, porque sabes que necesitas meterte en mi casa, en mi vida, y quizás, engañándonos los dos, en mi corazón. Vas a aguantarme como amante, porque me quieres como esposo. Vas a tragarte mi leche, porque quieres que lleve por las mañanas a tus hijos al colegio, te tenga llena la despensa y te saque de tener que mendigar propinas.”

¿A cuántos tíos se la habrás comido buscando lo mismo? Una mesa a la que poder volver por las noches, donde se sirva carne fresca. Un televisor frente a un sofá donde poder disfrutar del reality de moda, mientras los niños hacen los deberes, y tu maridito te separa las piernas para meter los dedos en tu coño, te arranca las bragas y, de paso… algún orgasmo.

“¿Quieres correrte conmigo? Ilusa. Mucho me tienes que enamorar para que meta la lengua ahí, para lamerte ese coño que tantas veces te habrán escupido. Vas a tener que pajearte tú mientras te rompo el culo a pollazos, porque mis dedos no van a perder el tiempo en arrancarte gemidos sinceros. De todos modos… ya me haces creer que lo disfrutas, así que no veo el motivo para hacer el esfuerzo.”

- Me corro, puta! ¡Me corro!

En el preciso instante que siento que ya no puedo retrasarlo más te reviento la boca con la verga, como un conejo embisto contra tu cara, sabiendo que es imposible que te escapes, y que estás a punto de perder el conocimiento. Bombeo como si me fuera la vida en ello, y te miro a los ojos cuando por fin en ellos veo una súplica débil, antes de que se pongan casi en blanco y tus labios se relajen un tanto. Y me derramo contra tu paladar, llegándote al fondo, escuchando tus estertores en un patético intento de gemir y respirar, y tragar como te he dicho que hagas. Yo gimo como un poseso, sabiendo que puedo hacer contigo lo que me salga de los cojones… Y que te tragarás… a partir de ahora, todo lo que salga, precisamente, de mis cojones.

Te derrumbas, cierras los ojos y yo me aparto. Tu cuerpo cae al suelo, pero de tu boca no se escapa ni una sola gota de mi corrida. Buena chica.

Y aun respiras…

Puede que algún día lleve al colegio a tus puñeteros hijos, te calce sobre zapatos caros, y te rompa el culo contra el colchón, mientras finges que te gusta… y yo finjo que me importas…


 
 



domingo, 26 de agosto de 2012

Dímelo


Lo maldigo… ¡Dios! ¡Cómo lo maldigo! Me llegan las ganas de correrme… y el muy hijo de puta cambia el ritmo, no sé si para impedírmelo o es tan egoísta que ni siquiera se da cuenta de lo que hace. Estoy terriblemente excitada, muy cabreada… y dolida. Tengo ganas de llorar, pero pueden más las ganas de pedirle que por una puñetera vez se apiade de mí y me conceda un orgasmo.

Lo que suelen hacer los tíos malos de las pelis pornos… hace mi amante conmigo. Con un brazo lanza todos los objetos de mi mesa de la consulta al suelo, y los lápices, bolis y libretas se esparcen por todos lados. ¡Joder! Ha tirado el Littmann cardiológico que me regaló mi padre de la misma forma que si tirara cáscaras de nueces. ¡Cómo lo haya estropeado le parto la cara! Pero luego… Ahora mismo estoy demasiado conmocionada como para hacer otra cosa que no sea perderme en su boca, esos labios que siempre me han arrebatado la cordura, y por los que he agachado la cabeza una y otra vez.

Me tumba sobre la mesa, levanta mi falda y desgarra de un tirón mis braguitas de encaje. Otra vez me enfurezco. Esas me las pagará, de eso estoy completamente segura. Y sin embargo el gesto ha sido tan excitante que he de reconocer que me compraría mil veces las mismas braguitas con tal de volver a oírlas romperse bajo la presión de sus rudos dedos. Su torso fuerte se inclina contra el mío, y me soba los pechos sobre la tela del vestido, hinchados por mi temprano embarazo. ¿Cuántos meses? Ahora mismo no puedo ni recordarlo, de lo atenta que estoy al masaje rudo que le ofrece a mis pezones. Delicioso sentirlo endurecerse entre mis piernas abiertas a su voluntad, con sus ojos clavados en los míos, y su labio inferior apresado entre sus blancos dientes, perfectos… Un dineral en ortodoncia tardía, hace nada que se ha quitado el puñetero aparato. Ya le vale, con cuarenta años casi cumpliditos…

Lo odio… y sin embargo me pierde el sexo con él. Me pierde su cuerpo de gimnasio, sus manos fuertes, su rostro esbelto y elegante. Me derrito cuando sale de su carísimo cochazo para abrirme la puerta del lado del pasajero, con sus perfectos modales de seductor nato. Y me jode subir a ese coche… y saber que aunque deseara darle una patada en su estúpida cara y no acabar separándole las piernas… lo haré, una y otra vez… porque simplemente soy tonta del culo.

Me saca los pechos por encima del escote, haciendo saltar los botones del vestido. Y se quita la camisa lentamente, desabrochando los puños y luego la botonadura desde la parte inferior, haciéndome suspirar por sus abdominales de atleta. Lo odio, ¡joder!, lo odio. Y estoy loca por sentirlo enterrarse en mí, sentirlo bombear con fuerza, y correrse dentro, sabiendo que más embarazada no puedo quedarme. Una locura como otra cualquiera de las mías, ya que a saber dónde metió la polla esta mismísima mañana. Porque, aparte de su flamante y guapa esposa, se folla a todo bicho que lo ponga levemente cachondo. Gilipollas de mí, que tampoco le pongo trabas, como ninguna de las otras. ¿Para qué cojones me dieron mis padres una carrera universitaria?

Y allí está. Su piel inmaculada, su pecho bronceado en la playa que tiene a dos pasitos de casa, o en el establecimiento más caro de la ciudad, seguramente. Apuesto a que las chicas del local se pelean por ponerle el protector solar cuando entra por la puerta. Se ríe cuando me ve observarlo, embelesada. Sabe el efecto que causa en mí, y se jacta de ello. ¡Cuántas veces le ha dicho a sus amigos, en mi presencia, que soy la perfecta amante! Sé cuál es mi lugar, el de chica con buen culo que agacha la cabeza cuando me trata como a una amiga, y la que se deja hacer de todo en cuanto quiere lucirse frente a sus amigotes, con tres copas de más y alguna ralla de coca. ¡Imbécil! ¡Imbécil! Y yo más, que me dejo.

-          Bomboncito… ¿quieres que te folle?

Asiento con la cabeza, con los ojos entornados y las manos aferradas a la mesa, buscando asidero ante el vértigo que siento por los sentimientos tan contradictorios. Debiera cerrar las piernas, recomponer mi autoestima y hacerlo salir de mi consulta en ese mismo momento, y sin embargo lo único que consigo es asentir como una estúpida y desearlo con todas mis fuerzas. Un orgasmo… un puñetero orgasmo… por favor…

-          Así no, bomboncito. Quiero que lo digas.

Me aferra las caderas, pone mis piernas a ambos lados, doblándome las rodillas, y exponiendo mi coño rasurado a la entrepierna dura que aun está escondida bajo el pantalón vaquero. Duro por mí, y no por otra… Me derrito.

-          Sí. Sí quiero- logro gemir, loca de deseo.

Sonríe, con suficiencia.

-          ¿O prefieres que te haga el amor?

Los ojos se me abren como platos. ¿Pero este hombre entiende la puta diferencia? ¿Me ofrece lo mismo que a su esposa, o a ella simplemente se la folla? Tengo que contener una sonrisa de bobalicona para no quedar como la chiquilla inexperta que me siento en ese momento. Cierro los labios con fuerza, formando una línea muy dura que representa todo lo que puedo negarle… y no le niego. Si me dijera que separara los labios y recitara algo en arameo haría el esfuerzo, aunque tuviera toda mente puesto en los latidos que mi vulva se empeña en recordar que siento.

-          Sólo métemela, por favor…

-          No, bomboncito. Quiero más… quiero hacerte el amor. ¿Tú quieres?

¿Desde cuándo este hombre se ha propuesto desquiciarme? Porque lo hace de maravilla.

-          Deja eso para tu esposa. A mí no se me hace el amor… A mí se me folla.

-          Me enternece tu barriguita, bombón. Imagino que es mía… que soy el padre.

No puedo reprimir una sonrisa. Sí, ciertamente desearía ser padre, pero su esposa no se lo concede. No he querido ahondar mucho en el tema, pero tengo entendido que van a intentarlo in vitro, a ver si hay resultados. En el fondo, me da algo de lástima…

-          Tal vez la próxima vez que me quede embarazada sea tuyo…

-          Gustoso te daría un hijo.

¿Por qué cojones no me la mete de una vez, y se deja de pamplinas?

-          Dime que me quieres, bomboncito.

-          No pienso decirte eso.

Gracias a Dios, esta vez, las palabras salen de mi boca con demasiada naturalidad. Parece dolido, realmente dolido.

Hace mucho que me di cuenta que no quería a ese hombre, pero que sin embargo me volvía loca. Un año juntos, aguantando vejaciones de todo tipo, hasta que por fin dije basta. Un año en el que tuve tiempo de enamorarme, decidir qué coño iba a hacer con mi vida, y darme cuenta que lo que quería era disfrutar de su compañía, hasta que el orden cósmico pusiera las cosas en su sitio y me devolviera la cordura. Demasiado joven y tonta yo, demasiado experto e hijo de puta él… Me enamoré, sí… Pero ahora no lo estaba. ¿O sí?

Me aferra con fuerza las caderas. No sé en qué momento de la conversación se ha sacado la verga del pantalón, y me enviste con fuerza, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo, arrastrando mi espalda por la madera de mi mesa, donde tantas veces me había imaginado follando. Su polla entra con pasmosa facilidad en mis carnes, y lo siento enterrarse hasta el fondo, caliente y duro él, mojada y latente yo.

-          ¡Oh, sí!

Me encanta sentirme empalada por esa tremenda verga suya, tan en consonancia con el resto de su ser. Se queda inmóvil al fondo, presionando sus caderas contra mi pelvis, sin apartar la mirada de mi rostro, contraído por el placer.

-          Dime que me quieres, bomboncito.

-          No voy a decirlo.

Se retira lentamente, esta vez deja mi cuerpo anclado a la mesa con sus manos sobre mis caderas. Y cuando estoy a punto de perder la sensación de su polla dentro de mí, se clava con más fuerza aun, arrancándome suspiros y maldiciones.

-          ¡Por Dios! Sigue.

-          No hasta que no me digas que me quieres.

Abro los ojos y me pierdo en sus ojos verdes. Realmente necesita sentirse querido hoy. No sé por qué, pero anhela con fuerza ser amado. Casi quiero aferrar su cuello y besarlo con dulzura, moverme despacio contra su polla y hacerle yo el amor, atrayendo su cuerpo contra el mío, rodeando sus caderas con mis piernas para evitar que se pueda escapar. Si sólo fuera cierto que me quiere…

-          No me hagas decirlo, por favor.

-          Dilo, bomboncito-, me ruega, retirándose nuevamente de mi interior-. Necesito saber que me sigues queriendo.

¿A estas alturas lo necesita? ¿Después de tantos años? ¿Los dos casados, yo embarazada, y él intentando tener un bebé con su esposa estéril? Esto no puede estar sucediendo… Ahora no, por Dios, ahora no…

-          No te quiero, no me hagas mentirte.

Sé perfectamente lo que va a pasar. Y pasa. Tan fuerte como la vez anterior, vuelve a bombear contra mi cuerpo, estrellándose contra el fondo y haciéndome gemir como una loca en la habitación que me ve vestida de enfermera todos los días.

-          Te quiero-, me escucho decir, cerrando los ojos.

Me besa dulcemente en los labios, inclinando ágilmente su cuerpo sobre el mío. Saca la polla otra vez, y deja solo el capullo apoyado contra mis carnes ansiosas. Ha ganado… pero lo peor estaba aún por llegar.

-          Más que a él, ¿verdad?

¿Más que a quién? ¿Qué a mi marido? ¿Qué horrible broma es ésta? Estoy a punto de insultarlo, y él lo sabe, porque me hace callar metiéndose en mi coño con la rabia de un animal en celo. Poder sobre mí, eso es lo que quiere, el muy hijo de puta. No puede ser segundo plato de nadie. Es plato único, orgulloso macho dominante. Sus caderas arremeten una y otra vez contra mi cuerpo, agitando su respiración y la mía. Sus labios besan mi boca; me muerde, apresa mi lengua, succiona, y lame como si fuera la vida en ello. Me folla con el alma, como si tuviera que demostrarme que es el mejor hombre que existe, que nadie puede sustituirle. Y jadea contra mi cara, resopla acaloradamente, desesperado por correrse.

-          Más que a él, ¿verdad, bomboncito?

Y yo, que estoy perdida en un mar de sensaciones que hacía tiempo que no sentía, (los meses que hacía que estaba embarazada, para ser exactos), me derrumbo desesperada por tener lo que ese puñetero hombre nunca me ofreció antes. Un te quiero sincero, un anillo de compromiso y una presentación a su familia no como una amiga, sino a la mujer con la que quiere compartir su vida…

¿En qué cojones estás pensando, estúpida? No, ya sé que ahora ya es tarde para los dos. Yo ya estoy escarmentada de sus mentiras y manipulaciones, y él sabe que soy menos impresionable. Sabe que esto es una pantomima que fingimos los dos para sentirnos jóvenes, como hace tantos años, cuando follábamos en la calle, hambrientos el uno del otro, sabiendo que a doscientos metros estaba la habitación de hotel donde había reservado suite para comernos los sexos durante varias horas, y nunca dormir… no fuera a ser que su prometida se diera cuenta que no volvía a casa. Ducha para quitar el olor a otra mujer, un café para apartar el sabor de mis besos, y a la cama con la oficial, esa gilipollas que aun sabiendo que se acostaba con todas las que podía estaba dispuesta a casarse con él con tal de tener la vida asegurada al lado del empresario más joven y guapo de la ciudad. ¡Gilipollas los dos! Y más gilipollas yo, que creyéndome más lista y valiosa que ella, me dejaba ultrajar una y mil veces, viendo como se despedía de mí sin abrazarme ni compartir una sola noche entera conmigo.

La otra… sencillamente era la otra…

No, ya no éramos los que perdían el juicio de aquella forma, y sin embargo seguíamos deseándonos como animales. Y así lo hacíamos. Follábamos ahora desesperados por hacernos gemir más si cabía, deseando que entrara la señora de la limpieza y nos encontrara frotando nuestros cuerpos contra la mesa, donde se meneaba la pantalla del ordenador de forma más que peligrosa. Me la metía y sacaba una y otra vez, destruyendo todo resquicio de cordura en cualquiera de los dos. Sexo, sexo y solo sexo… aunque quisiéramos fingir que éramos más que eso, solo era por sexo. Pero era bonito pensar que había emoción en lo que hacíamos, que no éramos malas personas por ponerle los cuernos a nuestros respectivos… que ambos estábamos muy enamorados, y que ese era el motivo. No la lujuria, el placer que nos prodigábamos, la horrible necesidad que sentíamos el uno por el otro, aun después de tantos años.

-          ¿Más que a él?

-          Más que a ninguno. Siempre.

Su gemido retumbó en la pequeña estancia, y me folló con tanta fuerza que no había atisbo de duda de que esa no era precisamente su forma de hacer el amor. Penetraba como una máquina, estrellándose contra las paredes elásticas de mis entrañas con tanta rudeza que a veces no supe si era dolor o placer lo que sentía. Pero yo siempre gemía; joder, cómo me gustaba lo que me hacía. La garganta desgarrada, la boca seca y los ojos clavados en los suyos, sintiendo que de un momento a otro, por fin, me correría entre sus brazos…

Y de repente decidió que tenía que dar muestras de más poder si cabía. Me alzó en vilo, sujetándome por los muslos, y poniéndome erguida contra su pecho me observó mientras yo, aferrada a su cuello, contenía la respiración por la novedad de la postura.

-          Seguro que nunca te han follado así-, me dijo, con su sonrisa perfecta. Maldito chulo… pero era cierto. Nadie me había follado nunca de pie, en vilo. Y estaba loca por sentírmelo hacer.

-          Nadie ha aguantado mi peso.

Se rió abiertamente, con la polla restregándose entre mis muslos con las carcajadas. Me sentí ridícula colgada de sus caderas, esperando a que me empalara y me hiciera correr, ¡por Dios!, un puñetero orgasmo…

-          Levanto mucho más peso en el gimnasio-, comentó, restando importancia a mi peso.

Y era cierto, desde luego. Le había visto cientos de veces entrenar, al otro lado de la amplia estancia. Mis ejercicios aeróbicos no tenían nada que ver con su necesidad de sacar volumen muscular, y casi nunca coincidíamos en las mismas máquinas… a no ser que se acercara a saludarme y a soltarme la frase tan manida de todos los días: “¿No te mareas leyendo?” Y es que no dejaba de sorprenderle que pudiera usar la cinta de correr con un libro en las manos. Ganas de contestarle siempre: “Hay gente que sabe hacer dos cosas a la vez, y por lo menos una de ellas en el ámbito intelectual.” Pero se me quedaba cara de lela y prefería reírle la gracia. Benditos veinte años…

Con esa imagen en la cabeza me hace bajar sobre su polla hasta clavármela por entera. Gimo escandalosamente, regocijada ante la fuerza que transmite tan magnífico ejemplar de macho. Y él gime conmigo. Me fascina oír gemir a un hombre. Me hace sentir poderosa y deseada, y no solo la que consigue que al final, por pura insistencia, un hombre se corra. Me gusta que se disfrute de cada embestida, de cada roce, de cada humedad en cada pliegue. Un hombre que me susurre y gima al oído cada vez que se pierde en mis carnes… eso es lo que me excita y me enciende. Y este hombre me hacía sentir eternamente deseada.

Me levantó para sacarla, y al instante volver a destrozarme el coño con su calor. Una y cien veces bombeó contra mí, ardiente duro como una piedra en brasas. Yo vibraba, temblaba y me partía con sus dedos clavados en mis nalgas, mientras me elevaba y me hacía descender sobre su polla, y mi boca se entregaba a los jugueteos de la suya, y respirábamos el mismo aire.

Gemidos. No había nada más que gemidos, sudor y cuerpos chocando con rítmico sonido húmedo.

Gemidos. Imposible tener unas partes tan secas y otras tan mojadas en el mismo cuerpo. Y qué delicia sentirla así, hambrienta de besos, de una polla derramándose contra la lengua, de unos dedos explorando el paladar, sopesando cuan puede dilatarse los labios si de repente pretende enterrarse hasta la garganta, y los cojones pretenden chocar contra la barbilla temblorosa.

Gemidos y más gemidos. Y un calor horrible y asfixiante que comienza a germinar en la entrepierna, anunciando el deseado orgasmo. Por él me humillo, por él miento y me entrego a los deseos del gilipollas que una vez amé y que ahora simplemente deseo… ¡Por Dios! ¡Qué sea tan bueno como para merecer el sacrificio!

La polla de mi amante se ancla contra mis carnes con un alarido de su dueño. Sus dedos se aferran a mi culo como si fueran lo único que lo mantiene atado a la realidad… Y se corre en mi interior con ansia, jadeando contra mi boca, temblándole las piernas. Busca apoyo contra la pared y allí me empotra, rendido y exhausto, satisfecho de sí mismo por la proeza.

Adiós a mi orgasmo.

Entre temblores de mi cuerpo empieza a resbalar su semen por su polla y sus piernas. Quiero llorar, pero no pienso hacerlo. La rabia me embarga, la ira me quema el pecho. Tanto soñar con amores para quedar siempre en la más absoluta de las decepciones. Mucho macho, y poco interés en hacerme disfrutar hasta el final. Lo abofetearía, pero estoy tan humillada como rabiosa.

-          ¿Te ha gustado, bomboncito?

Juro que lo mato…

-          Mucho-, contesto, desesperada por sentirlo salir de mi coño, por ir al baño a limpiarme esa leche que me sigue resbalando hasta sus cojones.

Sonríe, como no, con suficiencia.

-          Has llegado, ¿no?

Ladeo la cabeza. Me veo llamándolo inútil y descerebrado…

-          Dos veces.

Y me besa tiernamente en los labios. Me deposita en el suelo, se limpia y se viste apresuradamente. Entiendo que ha perdido mucho tiempo intentando que yo le confesara que lo quería. Su mujercita perfecta lo espera en casa, supongo, para ver una peli en el sofá del salón.

 
Y su descapotable nos espera en la puerta del centro de salud. Ha anochecido. Al menos puedo pedirle que quite la capota para que me dé el aire en el rostro y se me baje la calentura… Hasta la siguiente vez que el gilipollas y la gilipollas se deseen tanto como para arruinar sus vidas… por un puñetero polvo.