¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

lunes, 29 de julio de 2013

Cuando no salen las palabras...


Haz algo… no seas orgullosa. ¡Haz algo!

Tengo la garganta seca. Quiero hablar, en serio que quiero hacerlo, pero no consigo articular las palabras. En mi mente resuenan claras, tranquilas y serenas. Mi voz se escucha sensual, envolvente, completamente capaz de convencer a cualquier hombre…

Pero quiero convencer a éste.

“No te vayas.”

Pero no salen. Las jodidas palabras no salen. Me atraganto, me arde el rostro, me tiembla el cuerpo, y él sigue abrochándose los botones de la camisa. Despacio, metódicamente, cubre todo su cuerpo. Su piel deja de estar expuesta a mi mirada traviesa, esa que hace sólo unos minutos lo devoraba por entero, acompañada por la yema de mis dedos, y mi lengua… cuando aún le quedaba saliva.

Ahora no había nada, sino los débiles intentos por retenerlo.

“Tiene que pensar que eres una tía fácil.”

¿Ese término no estaría ya en desuso? Los hombres tenían tanto derecho como las mujeres  a retozar salvajemente en la cama con quien les placiera, pero ese estigma me tenía marcada desde hacía muchos años. Una mujer independiente, capaz de sobrevivir en la jungla de hombres en la que me desenvolvía cada día, y seguía pensando como mi abuela.

“Puta.”

¿Por qué? ¿Por haberle deseado desde el momento en el que entró en la cafetería? ¿Por haber tenido la suerte de ir sola esa tarde, tras la jornada laboral, y que la silla a mi lado estuviera desocupada, y no hubiera más mesas libres? Hace unas horas sí me habían salido las palabras, cuando le cambié la silla por invitarme a un segundo café. Leía el periódico, sin ganas de volver a casa. Y parecía que él tampoco quería volver…

El café llevó a la cena, y la cenan a comernos la boca desesperados en la parte de atrás de un taxi. Había mojado las bragas desde el momento en el que él, con su sonrisa ladeada, apartara la silla de la diminuta mesa, levantara la mano para llamar a la camarera, y sus rodillas rozaran las mías. Me estremecí, imaginando hacerle la invitación en aquel preciso momento, separando mis piernas para que él acomodara las suyas allí donde yo lo necesitaba. ¡Hacía tanto tiempo que no sentía ese irresistible impulso de devorar a alguien sin saber siquiera su nombre!

Y no me importaba. En aquel momento el estigma de parecer fácil o una puta no tenía hueco en mi cabeza. Acabar con el cuerpo de ese hombre acoplado sobre el mío, mientras bombeaba su verga tiesa en mi interior, era lo único que llenaba mi mente. Eso… y tenerlo detrás de mí, follándome el culo entre jadeos de ambos, sintiendo sus huevos golpear mi vulva enrojecida; o de lado, aferrando mis cabellos para guiar mi cabeza sobre su polla henchida, deseosa de llenarme la boca de leche.

Sí. Empapada desde el primer momento, ese en el que levantó la mirada y sus ojos de clavaron en los míos. Y luego descendieron por mi boca, el cuello y el escote de la blusa, algo más desabotonada de la cuenta tras el horrible día de calor. Allí se perdieron, y allí los puse anoche, apretando su cabeza contra mis pechos, con los pezones erectos y cubiertos de saliva, mientras lo cabalgaba. Recuerdo sus manos sobre las nalgas, moviendo mis caderas desesperado, y sus jadeos contra mi piel, mientras su boca prodigaba atenciones a lo que yo le ponía delante. Sus dientes me mordieron constantemente, y yo disfruté de cada pasada de la lengua, cada azote de sus dedos, cada presión sobre los pezones.

“No lo dejes marcharse. Pídele que se quede a dormir…”

Lo necesitaba contra la piel que había calentado con sus manos, y que ahora sólo se cubría con la triste y arrugada sábana de la cama. Quería ofrecerle nuevamente mi cuerpo, mis brazos en un abrazo tierno antes de abandonarme al sueño reparador. Y tal vez poder disfrutar justo antes de que clareara el día de algún que otro jugueteo que nos pusiera nuevamente a sudar… y nos hiciera compartir ducha.

¿O simplemente no quería dormir sola?

Tal vez había llegado el momento de sentirme tan vacía tras estos escarceos amorosos, que sorprendentemente, necesitaba más…

¿Y qué era más, exactamente?

“Bueno… un comienzo es conseguir que se quede a dormir alguien…”

¿Y por qué éste, en vez de el del mes pasado?

“Porque ha sabido follarte.”

No era momento para ponerse a buscar motivos. Me había reído con él durante la cena, y me había hecho sentir una diosa compartiendo mi cama. Me había adorado durante cada segundo, desde que empezó a desnudarme con rapidez y seguridad. Odiaba los dedos temblorosos sobre un botón de mi vestido. Prefería incluso que los arrancaran de un tirón, o desgarraran la tela de la espalda. Me gustaba un hombre decidido a disfrutar de mi boca o mi coño, no alguien a quien le fallara luego la polla cuando fuera a meterla entre las piernas.

Éste había sabido follarme. No me había pedido permiso para ponerme a cuatro patas y ensartarme en un primer empujón hasta el fondo, arrancándome un gemido agónico tras otro, mientras con sus manos se encargaba de llevar mi cuerpo hacia donde él quería… y había querido muchas cosas de mi cuerpo. Tantas, que enumerarlas ahora, mientras lo venía subirse la bragueta del pantalón, hacían que me mojara nuevamente. Y es que las sábanas que me envolvían apestaban a sexo. Se había corrido varias veces sobre mi cuerpo, y la primera en mi boca, abierta, con la lengua haciendo de cama para que su capullo se acomodara y me diera de beber. Los chorros de leche me habían pringado la cara, pero había conseguido relamerme para probarlo. Uno de sus dedos había recogido algo de semen de mi mejilla, y me había hecho chupárselo. Como no, lo había hecho con total dedicación…

Ahora miraba ese dedo aferrar la cremallera y subirla.

“Dámelo. Ponlo en mi boca, por favor…”

Totalmente agilipollada. La cantidad de orgasmos que había tenido seguro que me habían afectado al cerebro. Y el cansancio del ejercicio de la noche hacía que empezaran a pesarme los ojos.

“¿Y qué si se marchaba? ¿Tan malo era volver a dormir sola?”

La verdad era que estaba ya bastante acostumbrada a quedarme en mi cama, envuelta en el olor a semen, mientras acudía el sueño a mi encuentro. Pero hoy, por extraño que pareciera, no quería dejar escapar a mi amante. Necesitaba envolverlo entre mis piernas, acoplar sus caderas a las mías, y sentirlo de vez en cuando volver a endurecerse si su sueño lo hacía volver a follarme, o la temperatura de mi piel lo alteraba bastante como para empezar a incitarlo a removerse contra mí. Lo quería duro a mi lado, simplemente. Su polla acurrucada entre mis nalgas, sus manos acunando mis pechos… y su nariz enterrada entre mis cabellos.

“Si no es éste… será otro.”

Pero yo quería que fuera éste. Ya estaba harta de comer chocolate antes de dormir. Harta de leer malos libros de mujeres que nunca me parecían reales. Cansada de usar mi consolador en la ducha, o bajo la intimidad de mis sábanas, leyendo el llamado porno para mujeres. Quería una polla caliente al despertarme, deseosa de enterrarse en mi boca mientras me masturbaba, sintiendo que me faltaba el aire, a medida que se hinchaba más antes de explotar contra mi paladar. Quería alguien que jugara con comida en la cama, sin pena de manchar las sábanas; quería a alguien que me follara en la terraza, sin importarle una mierda que mis gemidos molestaran a  mis vecinos; quería a alguien que desbordara la bañera con el movimiento de sus caderas al penetrarme entre agua y espuma.

Quería a alguien que quisiera follarme de mil formas distintas, a cada cual más salvaje, y luego me arropara si sentía mi piel fría durante la madrugada.

Atados los zapatos. La suerte estaba echada. O decía algo pronto o el momento pasaría sin remedio.

“No dejes que pase, no dejes que se marche.”

Una última frase de despedida, un beso escueto en los labios, y mi último hombre salía por la puerta. La promesa de volver a encontrarnos, tomando un café en el mismo sitio, quedó en el aire.

Mi boca seguía tan seca como tras el último orgasmo. No había saliva. Se la había llevado toda sobre la piel, y sólo me dejó el olor de su última corrida prendida entre las nalgas. Algún día, algún café…

Pensé que sería buena idea empezar a dejar un vaso de agua en la mesilla de noche…

jueves, 25 de julio de 2013

Tras la pared


Otra vez te siento cerca, pervertido mío. Otra vez puedo casi olerte…

Sé que me escuchas, que me espías a través de las paredes, y que te follas a tu novia pensando en que me lo haces  a mí. Lo sé porque me lo has dicho, cada vez que me arrinconas en el ascensor de nuestro bloque. O cada vez que nos cruzamos en las escaleras. Me escuchas, me vigilas, me deseas.

Ahora que nuevamente he venido a buscarte, a la pared de la casa donde sé que normalmente te resulta más fácil escucharme, me pregunto si estarás ahí. Estoy caliente, tengo la entrepierna muy mojada, y unas ganas horribles de sentirme llena. Pero no conozco tu polla, más allá de la dureza que he notado tras la tela del pantalón cuando has apretado tu cuerpo contra el mío. Tu verga erecta contra mis nalgas, con una escueta falda de lino… Recuerdo que la primera vez casi conseguiste que te rogara que la levantaras y metieras dos dedos entre mis pliegues. Me excitó tanto tu asalto.

Pero sólo eso…

Casi.

Ahora te buscaba igual yo a ti. No lo reconocería ni borracha, pero ni falta que te hace a ti. Tú podías olerme, y saber que me excitaba tu pelvis contra mi cuerpo en cualquier arrebato. Disfrutabas de ese poder sobre mí, aunque no hubieras podido meterte entre mis piernas y follarme contra el espejo del ascensor, cumpliendo tu fantasía de escucharme gemir por tu verga tiesa.

Porque de momento, lo único que conseguías era escucharme gemir por la polla de otro.

Yo jugaba contigo al gato y al ratón por las habitaciones que lindaban con tu casa, o en las ventanas que daban al patio de luces que ambos compartíamos. Estaba convencida de que tu novia también me escuchaba, y que descargabas la mayoría de las veces tu leche dentro de ella, aunque seguro que las paredes no se habían librado de alguna que otra mancha. Pero la última vez… ¡Dios! La última vez realmente había sido morbosa.

Nada más empezar a follar contra la pared de tu dormitorio, te había sentido golpearla con fuerza. Mi amigo de turno era fornido, y me había empotrado, al clavármela, contra la pared que compartíamos de cabecero de cama. Me encantaba hacerlo de pie, y aprovechaba la ocasión siempre que podía. Y allí estaba yo, empalada con fuerza, gimiendo con cada embestida, cuando te escuché al otro lado, claramente, follar con tu chica.

-          Grita más alto, perra. Sabes que me encanta oírte.

Y la putilla, que no se imaginaba que su novio fantaseaba con que me follaba a mí, que me lo decía a mí, que simplemente se le levantaba al mirarme pasar, empezó a jadear más fuerte.

El ritmo de las caderas de mi vecino me conquistó de tal modo que dejé de sentir por un momento la polla del maromo que me perforaba el coño en aquel momento. Tenías cojones, desde luego, para ponerte al otro lado de la pared a soñar con separarme las piernas y enterrarte entre los pliegues que tú ayudabas a humedecer. Te escuché gemir más que a mi amante, te escuché golpear la pared con su culo, mientras ella gritaba tu nombre, enloquecida por lo que le hacías.

Y amoldé el ritmo de su polla al que tú le imprimías a tu chica.

Lo besé para sofocar sus gemidos. Eran los tuyos los que quería resonando en mis oídos. Tus palabras, llamándome perra, eran las que me hacían hervir la sangre en aquel momento. Y me seguías pidiendo que gimiera… Que me corriera gritando tu nombre.

No recuerdo en qué momento realmente empecé a gemir para que me sintieras a tu lado. Un polvo tan morboso no debía pasar desapercibido, y en verdad que me habías llegado a excitar con tu atrevimiento. Jadeé para ti, loca de deseo, tan alto que no sólo tú pudiste oírme. Me imagino la cara de tu chica al escucharme, y lo dura que tuvo que ponérsete dentro del coño de ella, mientras la bombeabas con tu ritmo frenético. Poco me importaba si mi amante se daba cuenta de lo que pasaba, y creo que ciertamente le tuvo que importar poco puesto que se dejó utilizar sabiendo que el beneficio lo merecía. Permaneció callado con una media sonrisa en los labios, mordiéndose la lengua y mordiéndome el cuello, escuchando lo escandalosa que me había vuelto de pronto.

Disfruté de cada embestida que le diste, cada vez que tus huevos se estrellaron contra ella, y del chapoteo de su coño encharcado. Seguro que tus ojos no veían su rostro, y me regocijaba pensar que los cerrabas para concentrarte más en los ruidos que venían de mi casa. Imaginé tu lengua recorriendo mi entrepierna, probando lo mojada que estaba en ese momento. Daba igual que otro me taladrara, me deseabas de una forma tan incondicional que no te hubiera importado compartirme, turnando tu polla con la de mi macho para darme placer, compitiendo con él para arrancarme gemidos más altos y largos.

Me hacías sentir poderosa, sexy, deseada al extremo.

Pero eso lo disfrutó mi amante.

-          Joder, nena. Voy a llenarte de leche.

Y yo, que casi no podía ya retener mi orgasmo, apreté mis piernas contra su espalda, presionándolo para sentirlo bien dentro.

-          ¡Córrete! ¡Lléname!

Mi maromo no pudo dejar entonces de gemir contra mi oído, perdiéndome en parte tus jadeos, a punto también de correrte. Clavó su polla tan fuerte que por momentos no supe distinguir si dolía o simplemente era lo más placentero que me había pasado nunca. Su cuerpo me aprisionó contra la pared de forma despiadada, y me usó con rabia para conseguir correrse. Una, dos, tres… no recuerdo cuántas acometidas fueron, sin darme tregua, faltándome el aire, mientras me imaginaba empalada por ti al otro lado, presionándome desde atrás, tu polla contra mis nalgas, buscando cobijo en mi interior.  Me estremecí al sentir su leche inundarme el coño, acompañando mi orgasmo. Sé que también te habías corrido, escuchándonos a ambos.

Pero me faltó tu semen resbalando por mis muslos tras follarme tú contra esa pared. Llevar los dedos a tu corrida, en goterones manchando mi piel, y probarla pringando mis yemas. Me faltó mirarte a los ojos, desvergonzada, mientras sacaba la lengua para envolverlos.

Me faltaste tú.

Pero ahora realmente te quería aquí, a mi lado, mientras me abría de piernas y me separaba el tanga a un lado. Frente a mí, en la pared opuesta, había un espejo que me devolvía mi imagen. Por más que sabes que estás excitada… hasta que no ves lo mojada que tienes la entrepierna no llegas a creértelo del todo. Y mis pezones se marcaban firmemente contra la ligera tela de la camiseta. Todas las señales apuntaban a lo mismo, incluso el rubor de mis mejillas, y el brillo de mis ojos. Me ponías tremendamente cachonda…

En verdad no me avergonzaba que así fuera. Que tuvieras novia no me estresaba mucho, y que ella pudiera venir a darme un guantazo si descubría cómo te levantaba yo la polla no me quitaba el sueño. Me dormía tras haberme metido los dedos pensando que eran los tuyos desde aquella última vez, en la que cada uno folló al otro a través de una puta pared de yeso.

Esta vez… pensaba gemir tu nombre.

Dos golpes en la pared de tu cuarto, y un par de jadeos, y ya sabía que te tenía al otro lado. Había aprendido a reconocer tus dedos acariciando la pintura, como si fuera mi piel. Podía ser que ya tuvieras la polla entre los dedos de la otra mano, aferrándola con fuerza. La imaginaba sonrosada, dura y brillante, esperando el momento en que tus manos separaran mis nalgas para embestirme por detrás.

-          ¿Sabes? Estás tardando en venir a follarme.

No escuché respuesta alguna. Contuve la respiración interminables segundos… y nada. Estaba casi convencida que tal vez me hubiera imaginado que estabas tras la pared, o que podías escucharme tan claramente como me asegurabas en el ascensor.

-          Te oigo respirar cuando estás cerca,- me habías dicho una vez, con la polla apretada entre mis nalgas, en el descansillo de la escalera en el entresuelo-. No sabes cómo me pone saberte tan cerca, y seguro que desnuda… con lo perrita que eres.

Tal vez eras simplemente un pervertido del montón, y fanfarroneabas sin más.

Pero sonó el timbre de la puerta.

Y al mirarme nuevamente al espejo vi reflejado mi rostro de satisfacción en él. Ibas a follarme, o te follaría yo. Poco importaba el matiz, siempre que tu polla por fin me llenara, y tu boca lasciva me recorriera la espalda mientras lo hacías.