¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

martes, 8 de octubre de 2013

Maldades


Solita en mi casa, pensando en cómo excitarte, se me escapan los minutos entre los dedos. ¿Hay algo que no haya hecho aun? Fotos, llamadas, sexo más que atrevido… Agacho la cabeza y miro mis braguitas, que por una vez llevo puestas, bajo la falda. Veo la tela señalada con la humedad de mis pliegues. Me he mojado reviviendo el sexo contigo.

¿Y quería excitarte yo?

Me caliento pensando en tu polla tiesa, antes de ensartarme las entrañas, cuando mi vulva brilla y tu capullo, recubierto de mi saliva, se menea de forma ociosa frente a mi rostro. Mi lengua lo persigue, y no puede cobrarse su premio.

Sí. Hoy quería excitarte, y lo que he conseguido es excitarme yo al pensarte erecto, al recordarte en cualquiera de las últimas veces que me has hecho gemir con tu carne atravesando mi cuerpo, bombeando contra mí, llenando el vacío que tanto me duele.

Creo que ahora mismo puedo incluso olerme. Y me encanta tener la convicción de que, si pudieras ver el brillo de la piel entre mis piernas, no podrías resistirte a bajar tus pantalones. Te encanta poseerme en cualquier rincón; con la necesidad del hambriento, con la premura del que desea satisfacerse… pero con el morbo del que sabe que hay veces que conviene hacerlo despacio.

Y es que, últimamente, me estás torturando… haciéndome enloquecer. Me haces esperar, me castigas con tus formas dominantes, me sometes a tu voluntad.

Necesito devolverte el golpe, pagarte con la misma moneda. Te quiero duro durante interminables horas, con la necesidad de derramarte, pero usando mi cuerpo. No quiero que desees masturbarte cuando la tengas tan dura que casi te duela. No… deseo que necesites follarme de forma salvaje, que tu mano no pueda satisfacerte, que te sientas vacío… como cuando me retiras la polla de la boca, y me dices que no me la merezco.

Porque siempre quiero tu polla en la boca.

No, no es que la quiera. La necesito. Así de simple.

Y así te quiero yo ahora. Empalmado hasta decir basta, con la piel tensa y brillante, y el capullo rojo dispuesto a darme placer… y a recibirlo sin más.

¿Cómo lograrlo?

¿Susurrándote mis perversiones al oído? ¿Mandándote esas fotos que enerven tus sentidos? ¿Escribiéndote tus fantasías, para que leyendo mis letras las revivas con más fuerza?

No. Todo eso lo he hecho ya tantas veces…

Hoy se me apetece algo diferente. Hoy quiero… entregarme a otro, y que él te lo narre.

Ya te imagino con los ojos como platos, pensando en las posibilidades. Sé que hay muchos tíos con los que podría jugar, pero sólo unos pocos podrían levantarte a ti la polla. Te ofrezco que disfrutes de mi cuerpo, visto con los ojos lascivos del pervertido que se preste  a llamarte mientras me folla.

¿Y cómo lo escogemos?

No será, seguramente, por el tamaño de su polla. ¿O sí? Tal vez te gustara pensar en mi boca llena de la enorme verga de otro tipo, y no en una pequeña, que se me escapara de los labios con cada embestida. O puede que no te guste que me dé placer una verga más grande, que me haga estremecer, y comparar…

No, no te veo temblando porque una polla más gorda pueda hacerte competencia.

 ¿Tal vez por la edad? ¿Quieres a un viejillo sudoroso restregando sus caderas contra mi pelvis, y gimiendo por el esfuerzo? Puede que prefieras a un jovencito, de esos musculados, carne de gimnasio, que se tenga tan vigilada la polla, que le duela perderla de vista cuando yo le separe las piernas, para que me folle con toda su fuerza…  ¿Madurito? ¿O que yo le enseñe? Un chiquillo que apenas la haya metido en una mujer un par de veces, y que nunca haya imaginado follarse a una que le dé mil vueltas en la cama…

¿Qué desearías de él?

Por supuesto… Morbo. Descaro. Perversión.

Un tío al que no le tiemble la voz cuando te diga las ganas que tiene de correrse en mi coño estrechito. Un tío que me haga gemir en voz alta para que puedas oírme a través de la línea telefónica, mientras te describe mi cara de zorra, colorada y sudorosa, disfrutando con lo que sabe hacerme ahí abajo. Un tío que disfrute siendo mi marioneta, títere que te mantenga con la boca abierta y la mente llena de imágenes.

Alguien a quien usar, alguien desechable.

Pero alguien que, en ese momento, sea el macho que llene mi cuerpo, y no tú.

¿Quién sería la marioneta, entonces?

¿Te envidiaría? ¿Se le pondría dura con la idea de hacértelo pasar mal por un rato? ¿O le gustaría compartirme contigo, sabiéndome juguete de los dos? ¿Cómo lo queremos?

Bueno… para serte sincera, yo ya sé como lo quiero. Fuerte, decidido, salvaje.

¿Cómo lo quieres tú? Te dejo que lo vayas pensando…  Porque ahora, mientras termino de escribirte, mientras te imagino erecto, y yo puedo ver la humedad en la tela de la breve braguita, tengo a tres candidatos que me miran desde el sofá, con las pollas saliendo de la bragueta abierta, y sus manos aferradas  a ellas, mostrándome lo que estoy a punto de catar. Aun no he decidido a cual montaré primero…

Y puede que no sea ninguno de éstos el apropiado para que te describa, mientras me folla, como se me endurecen los pezones con cada pellizco de sus dedos.

Aun así… tal vez no sea mala idea llamarte para que puedas escuchar el chocar de cuerpos, mientras me empotran, juntos o por separado, contra los cojines del sofá. Ellos no sabrían que los escuchas, y tú sólo podrías oírlos jadear mientras me empalan, me comparten, me usan…

Estoy muy mojada.

Y ellos están muy empalmados. Sus manos suben y bajan por sus vergas tiesas, mostrándome lo lustrosas que las tienen. Sería delicioso empezar a probar alguna polla, buscar la que mejor se acople, la que más me llene la boca, o la que más dispuesta esté a darme de beber. Una verga ensartada hasta la garganta, mientras las otras esperan su turno, o deciden en qué postura colocarme para no tener que esperar más tiempo.

Una pena no poder ver tu cara ahora, que me imaginas como siempre me has querido. Estoy segura de que darías cualquier cosa por estar sentado entre ellos, dando indicaciones, decidiendo cuales serán los primeros movimientos de ellos, y por supuesto… los míos.

¿Tu polla sería la primera?

Creo que te gustaría masturbarte durante un rato mientras me bajas la cabeza sobre una de las vergas, haciendo que me la tragara entera. Te gustaría ver el brillo de mi coño, y el movimiento apresurado de los otros para disponerse a ensartarme si das tu consentimiento.

¿Coño? ¿Culo? ¿Tres son multitud? ¿Un cuarto… sobra?

¡Cuántas interrogantes! Delicioso suspense…

Muy, muy mojada…

Y espero que tú, pensándolo, estés muy duro.

¿Te llamo?

lunes, 7 de octubre de 2013

Cojines


Escuchar ciertas letras, a veces, consuelan. En esta ocasión sonaba una de mis favoritas de Sabina, de esas que había convertido en himno para ayudarme a levantar por la mañana. No sé si en ese momento me consolaba… pero igualmente me hacía falta.

Porque me costaba recordarme ciertas cosas por la mañana, cuando miraba hacia tu lado de la cama, y no te hallaba.

“Y en otros ojos me olvidé de tu mirada, y en otros labios despisté a la madrugada. Y en otro pelo me curé del desconsuelo que empapaba tu almohada. Y en otros puertos he atracado mi velero, y en otros cuartos he colgado mi sombrero. Y una mañana, comprendí que a veces gana el que pierde a una mujer…”

¡Cuánta razón tenía! Por suerte era capaz de recordarme muy a menudo que no todo estaba perdido, que había más vida… tras tu partida. Ciertamente, había sido duro verte coger las maletas y abandonarme, dispuesta a comerte el mundo sin mí. Me dejabas atrás, con tu imagen grabada en cada rincón de la casa que compartimos durante años. Esa… que era mía; esa… que hiciste tuya.

Y no te llevaste tus puñeteros cojines. ¿No te cabían en la maleta, acaso?

Lo primero que había hecho fue tirarlos a la basura.

 Lo segundo… recuperarlos.

 Los había odiado como no puedes imaginar, cuando los trajiste al principio y cuando los dejaste al final. Y ahora, simplemente, no veía el sofá sin ellos. Igual que no me veía en el sofá sin ti.

Te habías marchado hacía meses, y cada día te echaba más de menos. A la mierda las letras de Sabina. Podía acostarme con una mujer por la noche, pero lo duro era despertarme a su lado por las mañanas. No era el olor de tu piel el que acompañaba el nuevo clarear del día, no era la suavidad de tus carnes prietas la que se arrimaba a mi pecho, tras un intenso orgasmo nada más abrir los ojos, cuando aun no enfocas bien pero la polla la tienes tiesa, dispuesta a dejarse seducir por tu boca, juguetona.

No eras tú.

Me follaba a otras. ¡Bonito fuera que te guardara ausencia tras todos estos meses de abandono! Pero no me sentía completo. Lo que rezaba la canción para mí no era cierto. Eso de que a veces gana el que pierde a una mujer… no era mi caso.

Al menos, no todavía.

Pero tenía la intención de que lo fuera. A base de intentarlo… alguna encontraría que pudiera completar lo que me faltaba. Aunque fuera algo tan personal… como tu persona.

Sí, disfrutaba seduciendo a las mujeres que estaban dispuestas a perder un rato la cabeza a mi lado. Pero… ¡qué el diablo te llevara! No conseguía conducir a ninguna a nuestra cama, donde tantas veces me había derramado en tu interior, disfrutando del palpitar de tu coño, acompañándome a mí en mi orgasmo. El colchón no había conocido a otra hembra. Había cambiado las sábanas, apartando la fragancia de tu sexo desenfrenado, el sudor de tus muslos al cabalgarme, y lo salado de tus lágrimas de alegría… o tristeza.

Demasiadas veces triste, demasiadas veces… insatisfecha. Ahora lo veo, pero antes no hice nada.

Quité las sábanas, y las lavé. Pero no cambié de detergente, ni suavizante, ni del estúpido agua perfumada para la plancha. ¡Agua perfumada! La casa seguía oliendo a ti. ¡Maldita fueras mil veces! Maldita, aunque yo hubiera tenido, tal vez, la culpa…

El olor es el sentido que más nos evoca los recuerdos. No había nada como abrir tu puerta del ropero y aspirar tu fragancia. Estabas allí, presente, entre las perchas que se tambaleaban en precario equilibrio, como habían quedado tras tu precipitada partida. Estabas en todas partes… y me faltabas en todos los rincones.

Necesitaba el olor de tus pliegues, cuando separabas las piernas y me invitabas a saborearte. Tantas veces había descendido por tu cuerpo, recorriendo con mis dedos esa piel que simplemente adoraba, hasta llegar a la suavidad de tu sexo. Allí, tu coño siempre húmedo, me recibía con el aroma de hembra en celo, caliente y dispuesta a acoger lengua, dedos o polla. Y yo, con gusto, te lo daba todo.

Pasar la lengua y recoger tu sabor con la lentitud del que sabe que hay toda una noche de placer por delante… Me faltaba eso. Sujetar tus caderas cuando se arqueaban, buscando chocar contra mi boca, contra la lengua, endurecida para penetrarte y acariciarte donde solo tú y yo sabíamos…

Bueno, donde ahora tal vez muchos más sabían.

¿A cuántos habrías invitado a compartir el sabor de tu entrepierna? Extrañamente, no me importaba que otros te saborearan, sino que yo no podía hacerlo… también.

Jugar nuevamente con tus pliegues, acariciarlos con las yemas de los dedos, y arrancarte gemidos, mientras te aferrabas a mis cabellos y me empujabas contra tu piel. Sí, me faltaba eso. Tu necesidad salvaje de todas las noches y tu calidez de las mañanas. Enterrar el rostro en ti, luchar contra tu resistencia, y triunfar, con mis dedos metidos en tu coño, apresados por las contracciones de tu orgasmo. Llenarme los oídos con tus jadeos, y regodearme en mi satisfacción, y la tuya…

Y enterrarme en ti.

Hacía muchos meses que me follaba a otras. Las desnudaba en habitaciones de hotel, completamente impersonales, y las empotraba contra el primer mueble que tuviera las medidas apropiadas. Embestía con rabia, con necesidad de olvidar, como si eso fuera posible. Las poseía de forma salvaje, entrando y saliendo sin contemplaciones, con la ropa a medio quitar y algunos botones desgarrados. Aferraba los miembros y dejaba la marca de mis dedos, mordía los labios y jadeaba en bocas ajenas. Las deseaba en aquel momento… hasta que las olía… y no hallaba tu perfume. Enterrarme en sus cabellos al menos hacía que no les viera la cara, y me acordara de que aquel coño no era el tuyo.

Pero tus cabellos olían a jazmines, y aferrarlos entre mis dedos para montarte tenía en aquel entonces un significado especial.

Pero me corría. Vaya si me corría…

Las llenaba donde me dejaran. El coño, el culo o la boca. Me daba igual por donde follarlas siempre que acabara derramando mi leche. Claro estaba que por norma general al final había de correrme fuera, aunque alguna hubo que también se tragó lo que emanó de mi polla tras un largo empellón contra su garganta. Ciertamente… las menos.

Siempre me gustó mezclar mi olor con el tuyo. Tu coño tenía un encanto especial cuando bajaba a ver cómo se derramaba el semen por los pliegues de tu sexo. La carne enrojecida se calmaba poco a poco, y dejabas de palpitar lentamente, mientras lo pringábamos todo. Te lamía y te estremecías, y luego te ofrecía mis dedos para que los limpiaras, como sabía que deseabas. Tu boca sabía gloriosa tras lamerme, y tus nalgas eran el lugar más acogedor de la tierra para acurrucar mi polla y retozar hasta rendirme al sueño.

Con ellas no dormía. Follaba, disfrutaba, me corría…

Con ellas tenía muchas carencias, pero es que tú, simplemente, ya no estabas…

No, para mí lo de darme cuenta una mañana… que a veces se gana cuando se pierde a una mujer, aun no me funcionaba.

Pero seguía insistiendo. Si otros podían, yo lo haría. Y había muchos coños que se mojaban cuando les metía la lengua en la boca y buscaba su respuesta. Sabía cómo ganarme a una mujer, sabía acompañarla hasta el momento en que decidían llevar la mano a mi bragueta y notar lo dura y presta que tenía la polla. Llegados a ese punto, ya no importaba quien fuera ella, solo que no iba a volver a nuestra cama aquella noche.

Porque cuando volvía a casa colocaba los malditos cojines en tu lado de la cama. Uno a uno, metódicamente, los extendía para luego poder acurrucarme contra ellos. Olían a ti, ocupaban tu espacio, y me acompañaban en tu recuerdo. No me quedaba nada de ti, salvo tu olor y calidez, y esos cojines que no me atrevía nunca a tirar.

Maldita fueras, que no me dejaste seguirte.

Maldita fueras, por dejar los cojines…

@MagelaGracia
Magela Gracia en Facebook

viernes, 4 de octubre de 2013

Me importas... no me importas...


“Siento que te encuentres tan mal por mi culpa…”

No, no es así como quiero empezar esta carta. He de ser sincera, para eso llevo con la hoja en blanco desde hace días, esperando a que por cualquier raro motivo de repente mis palabras no sonaran como si salieran de una hija de puta. Pero nada… no consigo sentirme diferente a una semana atrás, o a un mes… o a un jodido año. Eso, supongo, quiere decir algo.

Sí… Supongo que quiere decir que no me importas.

Por lo tanto, lo de que te encuentres mal por mi culpa, sin duda, sobra. De este modo, he de centrarme de una vez por todas en lo que hago. He de escribir con otro planteamiento.

“Te he hecho daño sin pensar en que lo hacía, y lo cierto es que aun sabiendo que tras todo este tiempo te duele… no consigo que me des pena.”

Eso está mejor. Suena mal, por supuesto, pero he decidido que se van a ir un poco a la mierda las formalidades. Si no me importas, niñita… no voy a fingirlo. Fuiste su novia, su amante, su compañera… pero ahora es mío.

“Creía desde hace tiempo que tú y yo nos debíamos unas palabras, ya que por lo que puedo entender, sigues odiándome. ¿Por qué? ¿Por levantarte el novio? Un novio se retiene o no se retiene, no te lo quita otra. Yo, por mi parte, que tantas veces me ha prometido un hombre el oro y el moro si lo esperaba, si le daba tiempo a poner sus asuntos en orden para poder estar únicamente conmigo… no siento más lástima por ti que de cualquier otra tipeja a la que la polla de su marido haya dejado de darle gusto para venir a enterrarse entre mis piernas.”

¿Suena duro? Pues aún no he escrito nada… Vamos, serénate. ¿Por qué cebarte con ésta en concreto? ¿En verdad lo necesitas?

Sí. Con ésta sí. No voy a fingir que no me ronda la jodida cabeza, que no me taladra su presencia y me hace dibujar una sonrisa ladeada cuando sueño con follarme a su ex novio delante de una cámara de video, para luego mandarle el regalito y que vea por qué él sigue en mi cama y no en la suya. Mirar todo el tiempo para que me vea reírme de ella, entre jadeos…

“Tu novio te dejó a ti. Que quisiera estar conmigo no es sino pura anécdota. Si no llego a ser yo, habría sido otra. Da la casualidad, que después de dos años, sigue bajando la cabeza hasta mi coño, para envolver mis pliegues con su lengua cada noche, y cada mañana yo lo despierto con su polla metida en mi boca, chupando con total dedicación, sintiéndola hincharse con cada succión, con cada pasada de lengua por su capullo rosado y brillante, hasta que me escupe en la cara y los dos nos besamos pringándonos de su leche caliente. Buena forma de darle los buenos días, ¿no? ¿Lo despertaste tú alguna vez así? Entenderás que prefiera, entonces, estar conmigo…”

Por eso, y por la de veces que me folla en la bañera, contra las baldosas calientes, mientras el vapor  nos envuelve y nuestros gemidos se entremezclan con el ruido del agua corriendo. Por eso, y por la de veces que me ha apartado en la cocina, cuando tenemos invitados en casa, y me ha follado el culo contra la encimera, levantando mi falda, mojando la punta del capullo en la humedad que está siempre presente entre mis piernas, y usando su saliva para empujar contra mi ano y romper toda resistencia hasta incrustarla por entero, golpeando sus huevos contra el inicio de mis muslos, apretados, buscando consuelo. Por eso… y por tantas otras cosas.

No debo descentrarme; así no terminaré nunca de escribirle a la muchacha, y es algo de lo que tengo que desprenderme hoy mismo. Puede que, si por fin soy capaz de enfrentarme a ella, este fantasma se disipe de una vez por todas.

“Tú no le diste lo que yo le ofrezco. Nunca te menciona a colación de algo divertido, excitante o interesante que hiciera contigo. Simplemente, no entiendo cómo pudo estar a tu lado tanto tiempo… sin hacer nada. Supéralo, anda. Haznos un favor a las dos, y déjalo en paz. Deja de pensar en él, deja de odiarme a mí, y empieza a vivir intensamente con otra persona, sea quien coño sea que pueda aguantarte, con lo aburrida que eres.”

Eso sobra, ¿no? Pero se me ha dibujado una sonrisa al hacerlo. Lo dejo, ¡qué cojones! Más de lo que ya me odia no lo va a hacer, y espero que después de terminar estas palabras no me importe la muchacha más que cualquier otra de las que se quedaron usando vibradores mientras que yo le bajaba la bragueta a sus machos, colocaba sus pollas contra mis mejillas, y les sonreía pícaramente, mirándolos a los ojos, justo antes de darles la mamada de su vida.

¿De verdad espero que tras escribirla y mandarla vaya a terminar todo? No puedo estar segura, pero con la duda no me pienso quedar. Y se me dibuja nuevamente la sonrisa al imaginármela abriendo la carta, y teniendo que sentarse en el sofá del golpe ante la contundencia de mis letras.

Yo antes no era tan cabrona…

O, tal vez, antes no me habían dado motivos para serlo tanto.

Vuelvo a leer lo que llevo escrito, y reconozco que tal vez me estoy pasando. Que la muchacha es una gilipollas, vale. Que estoy hasta las narices de su presencia rondando la cama donde me follo a su ex… pues también. Que siga hablando con él, que le confiese que lo echa de menos, que me ningunee a mí, que soy la que le caliento la polla, definitivamente no me gusta.

Entonces, ¿la carta no debería ir dirigida a él?

Me recuesto en la silla y lo analizo un momento. Arriesgado es, sin duda. ¿Pero me sentaría mejor? A estas alturas, volviéndome una egoísta, me he dado cuenta que nadie me cuida mejor la moral que yo misma. Y no tengo ya ni puñeteras ganas que un tío me haga sentir poca cosa. Ya lo escuchaba decir que me estaba volviendo loca. “¿Por ella? ¿Tienes celos de ella?” Se reiría, y o me enfadaría mucho más, si cabía a estas alturas. Y desde luego, con las ganas que tenía de poner un poco de tierra de por medio entre todo y yo, se me ocurría que no era mala opción enfrentarme a mi novio.

“Ya sé que te va a parecer absurdo, de niñata y de mujer insegura… pero paso de sentirme catalogada por mis emociones. O aceptas que me jode, porque me jode y punto, o hemos terminado.”

Tajante, desde luego, era. Si al fin y al cabo… la culpa la tenía él. ¿No? Daba igual que yo fuera inestable en aquel momento. Cuando una está floja, esperaba que la pareja le ofreciera el apoyo necesario para levantarse y coger fuerzas. Y sólo me sentía hundirme.

“No soy tan fuerte como piensas. Pienso que si una vez te fuiste con otra, y esa otra era yo, puede volver a pasar, y la que se quede de dos palmos de narices sea la que aquí te escribe.” Bien, racionalizando los sentimientos, sea lo que quiera que sea eso. Si tengo miedo, lo digo. Si tengo pánico, corro… Y si me siento abandonada a mi suerte… lloro.

“Lloro porque te imagino con ella, sintiendo algo por ella, disfrutando de su compañía, redescubriendo algo que a primera vista se te pasó la otra vez. ¿Ridículo? Bueno. Más ridículo es que no quieras estar con ella, y aun sabiendo que a mí me molesta sigas llamándola.”

Porque sigues llamándola. Estoy segura de ello.

A ver. Un momento. Esto iba a ser una carta liberadora, y me está produciendo un estrés horrible. Respira hondo y céntrate. ¿Qué es lo que quieres decir exactamente? ¿Lo tienes claro?

Sí, lo tengo claro. Y se lo quiero decir a los dos. Una vez has tomado la decisión, todo se vuelve tremendamente fácil.

“Me despido de ambos, ya que estoy cansada de vuestros jueguecitos. A ti, muchacha, te deseo suerte, puesto que si no conseguiste retenerlo una vez, veo poco probable que lo hagas en esta ocasión. Intenta igualarme en la cama, consiguiendo que desee estrellarme los cojones todas las noches, follándome, frenético, antes de irse a dormir. Sé que me sigue deseando, y me encanta saber que te dejo el listón condenadamente alto, y que te estamparás a la primera de cambio. Y a ti, capullo, te deseo suerte también. Porque la vas a necesitar para olvidarme, por muchos orgasmos que tengas cerrando los ojos mientras le hundes la polla a la niñata, imaginando que me follas a mí, y que te corres en mi coño. Suerte para que no se te escape mi nombre mientras ella te la chupa, y suerte para que puedas descansar bien por las noches, sabiendo que yo le entrego mi cuerpo a otro hombre, que me haga sentir la primera, la más importante, y… sobre todo, la única.”

Es realmente contradictorio que una mujer como yo, que a ratos puede sentirse invulnerable, sea capaz de demostrar tal labilidad emocional. Pero si me has enseñado una cosa es a quererme a mí misma, y ahora me quiero demasiado como para permitirte hacerme daño. ¡Qué a gusto se queda una cuando tienes las cosas claras!

“Pues lo dicho. Sed felices, tener hijos que se parezcan a papá o a mamá… y dejad de tocarme las narices a mí. Me he cansado de sentirme, a veces, ninguneada. Es cierto, solo en contadas ocasiones… pero cuando pasa, duele de cojones. Y ya tengo bastante en la mochila, como para que, aunque esté sólo en mi imaginación, vuestra relación me haga daño.”

Me imagino mandándoles a ambos un video donde se me viera follar con otro, para que él se muera de envidia, y ella encima lo vea empalmarse por mi cuerpo.

“Por ti, pequeña, nunca se le ha puesto tan dura…”

“Y eso es todo. Bla bla bla… y demás.”

Imprimiendo la carta, me doy cuenta que haber hecho la maleta antes de empezar a escribir había sido todo un acierto. Lloraría al cruzar la puerta, sin duda, pero esperaba que las lágrimas se las bebiera la boca del maromo que me esperaba en la puerta, con la polla tiesa, sabiendo que me reventaría el coño a pollazos en cuanto hubiéramos llegado a mi antigua casa.

Sí. ¡Qué a gusto se quedaba una cuando contaba la verdad!

miércoles, 2 de octubre de 2013

El que nunca repite


-          ¿Cómo dices que te llamabas?

¡Plash!

El bofetón llegó demasiado rápido, pero en cierto modo sabía que me lo merecía, y no hubiera intentado esquivarlo. Dolía, pero sobre todo por el mal sabor de boca que dejaba. Y no precisamente por la sangre.

Decepción cruda en los ojos de ella. Y yo, como no, comportándome como un capullo integral, que era lo que tocaba después de habérmela follado la noche anterior. Mis amigos se rieron con la cara de tonto que se me tuvo que quedar al recibir el golpe, pero también se habían reído cuando ignoré a la chica, burlándome de ella.

Sofía…

Claro que sabía cómo se llamaba. Me había pasado un par de semanas vigilando sus movimientos para no fallar a la hora de abordarla. No me gustaba ser rechazado, por lo que estudiaba a las chicas antes de decirles nada. Una cosa es tener toda la sangre en la polla cuando estás mirando unas tetas, pero justo antes de que esa sangre haya abandonado tu cerebro, ya debes tener configurado el plan de ataque. Y con Sofía todo había sido muy fácil.

Era la típica chica seria, de buena familia, que ves con sus amigas a la salida del trabajo tomándose un café y un trozo de tarta en la placita del ayuntamiento a las cinco de la tarde. Delicada vistiendo, sin extravagancias ni grandes pretensiones. Buenas formas, cuerpo ágil… Un encanto para la vista si lo que estás buscando es a la madre de tus futuros hijos.

Pero yo nunca voy buscando algo estable. Me encanta follarme a las chicas que otros simplemente han besado. A las chicas que todo el mundo consideraría difíciles, esas a las que hay que espabilar un poco en la cama, porque nadie se ha molestado en darle un buen par de orgasmos seguidos para que pierdan por tu polla la cabeza. Disfruto mucho con la satisfacción de que las dejas en su casa con el coñito empapado después de una larga sesión de sexo, y que después seguramente volverán a separarse de piernas a la noche siguiente para que vuelvas a lamerlas enteritas.

Esas… a las que después nunca llamo.

No me van las fáciles. No tengo nada en contra de las mujeres que hacen como yo, que una noche se acuestan con uno y a la noche siguiente están buscando el sabor de otra leche para su lengua traviesa. Yo prefiero los pechos que se estremecen con la novedad de unos dientes aferrados a ellos, unas nalgas que se marcan por primera vez bajo la palmada que les prodiga mi mano abierta, mientras las embisto a cuatro patas y ellas disfrutan como unas zorritas de las nuevas experiencias. Me encanta ver la cara de asombro cuando les saco la polla del coño y les hago lamerla, probándose seguramente por primera vez.

Con Sofía fui incluso más allá. No sé cómo se me ocurrió sodomizarla aquella noche, pero su culo era tan apetecible que no pude resistirme. Siempre que la había visto me había fijado en lo estrechos que llevaba los pantalones vaqueros, cosa que desentonaba con el resto de su indumentaria, toda bastante recatada. Había disfrutado de sus formas redondeadas, contoneándose levemente con cada paso que daba por el empedrado de las calles del pueblo. Yo de vez en cuando la había seguido hasta su casa, con mi cigarrillo en la boca, como si aquel recodo con la entrada llena de flores me quedara de paso. Vivía con una amiga en un pequeño apartamento, y seguían una rutina de lo más normal para la estación del año y los pocos pasatiempos que ofertaba el lugar. Una chica que esperaba enamorarse de un buen chico, que él le pidiera salir, y a los meses le ofreciera un anillo.

Claro estaba, sabía que se la habrían follado novios anteriormente. Por la edad y su aspecto no podía ser de otra forma. Pero era de las mujeres por las que pondría la mano en el fuego que nunca se habían dejado fotografiar en pelotas, o habían escuchado como su novio la llamaba putilla mientras la aferraba del cabello y se la follaba frente a un espejo, para que viera su rostro de lujuria. Mientras, seguro que no escuchaba su coño encharcado aceptar de buena gana el trozo de carne con el que la follaban.

Sexo siempre con luz apagada.

En cierto modo, me consideraba un buen tío, por abrir nuevos horizontes a las muchachas que solo habían conocido el buen camino.

Por norma general no las escogía del pueblo, ya que al final, todas se conocían y alguna acabaría reconociendo que se habían dejado seducir por mí, aunque no me imaginaba a ninguna de ellas confesando que les había follado la boca contra el cabecero de la cama hasta casi dejarlas sin fuerzas, y que luego me había masturbado frente a su cara mientras me lamían los huevos. No, a ninguna de ellas la veía confesando que se habían comportado como unas zorrillas al menos una vez en su vida…

Pero valía más la pena ser precavido.

Sin embargo, con Sofía había sido diferente. La había visto y se me había puesto dura de inmediato. Había seducido a un par de chicas antes, mientras me decidía si valía o no la pena arriesgarme a que al final, viviendo unas cuantas calles más lejos, me viniera a buscar a mi puerta. Por lo menos, solía tener unas dos conquistas al mes, todas de este tipo. No me importaba no tener mucho más sexo el resto de las noches, puesto que por lo general disfrutaba mucho con estos escarceos.  Y para los calentones, las pelis porno y las pajas en la ducha al levantarme sentaban de miedo.

Recuerdo el nombre de cada una de ellas, aunque no se lo reconozca nunca a ninguno de mis colegas. Me paso demasiado tiempo cerca de ellas como para luego olvidarlas tan fácilmente. Es verdad que me he llevado chascos y decepciones en esto de intentar follarme a señoritas como si fueran unas auténticas guarras. Alguna de ellas se ha vestido indignada cuando le he confesado mientras me la follaba por detrás que pensaba correrme en su cara. Pero por norma general, suelen dar más satisfacciones que desengaños, y por lo tanto, sus nombres suelen permanecer bastante tiempo en mi memoria.

Sofía no era una excepción.

Había disfrutado mucho jugando con ella en la cama. Me había sorprendido gratamente, entregándose primero con timidez, y luego con necesidad de recibir más y más duro. Todo era bastante nuevo para ella, y para mí había sido una delicia enseñarla a disfrutar de su cuerpo. El mero hecho de recordar el modo en el que le brillaron los ojos cuando, con dos copas de vino tras la cena, le confesé que deseaba follármela como ningún tío lo había hecho hasta ahora, me ponía la polla tan dura como si la tuviera dentro de su estrecho culito.

Ahora la miraba también a los ojos y también le brillaban… Pero por las lágrimas.

-          Hijo de puta.

Gracias a dios que las lágrimas desaparecieron pronto, dando paso a la ira y a la indignación. Era una chica orgullosa, y que le tomaran el pelo de esa forma no había entrado nunca en sus planes. Por norma general, a mí tampoco me gusta tomarle el pelo a nadie, y menos a una muchacha que me había hecho gozar como pocas en la cama. Pero uno tiene una reputación que mantener, y desde luego no estaba buscando repetir el compartir cama con ninguna de mis amantes…

Aunque se me pusiera otra vez dura pensando en volver a llevármela a la cama.

Recordaba como si estuviera pasando en ese mismo momento la sensación tan placentera de conducir su cabeza hacia mi polla, con sus cabellos enredados en mis dedos. Ese momento de triunfo, cuando te das cuenta que vas a vivir una noche de sexo entregado, que no te van a negar nada. Y así fue, una y otra vez, porque cada vez que la colocaba en una postura, ella simplemente me miraba con ojos salvajes y se mantenía tiesa para entregarse sin reservas. Así fue cuando, en un increíble segundo, le metí un dedo en el culo mientras me la follaba por detrás, y lo único que hizo ella fue gemir…

No pude reprimir el impulso de sacar la polla y colocar el capullo contra su entrada. Presioné levemente, escupí sobre su piel y vi mi saliva resbalar hasta el punto justo donde la quería, aunque mi polla andaba bastante mojada con lo que emanaba de su coño como para, probablemente, no hacer falta. Pero no quería arriesgarme a que le hiciera demasiado daño, y al final saliera corriendo. Mi saliva lubricó su culo, y mi polla entró de un empujón hasta el fondo.

La escuché gemir de dolor. Pero resistió, mientras la mantenía empalada, con mis cojones contra su vulva empapada. No conseguí sino aguantar unos segundos antes de empujarla contra el cabecero de la cama para follármela con rabia. Estaba loco por llenarle el culo de leche, sentía que la polla me iba a estallar en cualquier momento. Y lo mejor era que ella aguantaba cada embestida, y que la disfrutaba plenamente. Escucharla gemir cuando yo lo hacía, que su cuerpo me pidiera más, fue de lo más excitante. Le di un par de palmaditas en el punto justo, y la sentí correrse sobre mi mano. Tembló y gimió con mi polla en el culo, sin poder contenerse un segundo más. Al poco, sintiendo aún como su cuerpo se estremecía, me enterré en ella dejándome llevar por el orgasmo. Mi leche le resbaló luego por los muslos, cuando nos derrumbamos los dos sobre las sábanas de la cama.

Y ahora, mientras veía como se alejaba ese culito con el rápido andar de ella, sentía un enorme impulso por llamarla y demostrarle que sí me acordaba de su nombre. Joder… ¡Cómo deseaba perseguirla!

Pero, ¿para qué? ¿Para abrazarla y repetir su nombre mientras me bebía sus lágrimas? ¿Para consolarla, y pedirle que me perdonara? No, no podía ser para eso. Lo que me pedía el cuerpo era arrinconarla contra uno de los callejones vacíos del pueblo, meterle la mano en el pantalón y descubrir lo mojada que seguía desde la noche anterior. Meterle la lengua en la boca y decirle que se fuera acostumbrando a tenerla ocupada, porque me la iba a follar en cuanto llegáramos a casa.

Sí. Deseaba sobre todas las cosas volver a tener sus labios alrededor de mi polla erecta.

Pues iba a ser que me estaba comportando como un verdadero gilipollas viendo como se marchaba. En breve sus caderas harían que doblara la esquina, y la perdería de vista.

-          Se llama Sofía-, comentó uno de mis amigotes, dándome un empujón en el hombro-. Algún día te tenías que enamorar…

Se me escapó una risa nerviosa, pero de inmediato me vi corriendo tras ella. La alcancé nada más dar la vuelta a la calle. Me sintió llegar, y se giró para enfrentarme mirándome a los ojos.

-          Sofía…

-          ¿Te lo ha recordado alguno de tus amigos?- Las palabras salieron con mucho desprecio, y lo cierto es que volvieron a doler.

-          No ha hecho falta…

El segundó bofetón llegó tan rápido como el primero, y desde luego no me lo esperaba.

-          Ya me jodiste bastante anoche, consiguiendo que quisiera invitarte esta noche esta vez a mi cama. No me jodas más ahora.

Y se volvió a alejar de mí. Y con esos andares se llevaba su boca lasciva, su coño empapado y ese culito prieto que nadie antes se había follado. Pensé que ella se lo perdía, que ya volvería a buscarme cuando se cansara de pollas normalillas, de besos en la boca mientras se lo hacían con ternura, y dedos entrelazados mientras el tipo llega hasta el fondo con sus embestidas.

Y sentí algo muy desagradable.

Celos.

Pero un tío como yo no anda sentando la cabeza con una mujer de buena familia para cuidar de los críos por las tardes, tras el trabajo. Ninguna mujer merecía el sacrificio.

Ni el culo de Sofía.

Meses más tarde, mientras me subía la bragueta tras follarme a la última conquista, seguía repitiéndome lo mismo, como un mantra.

-          No se lo merece ni el culo de Sofía.

Pero seguía sin creérmelo.

Cojones, fuerte putada…

martes, 1 de octubre de 2013

Visitándote


Entrar a hurtadillas en tu dormitorio, como entra la brisa por la ventana en las frescas noches de verano… Ver tu piel desnuda, y dibujada la débil silueta de la sábana a los pies de la cama.

Nunca te despiertas cuando te observo dormir.

Tu respiración es tranquila, y tu rostro sereno. No sueñas, no te inquietas. Nunca te encuentro alterado, ni cuando hace unas horas peleabas con la casa, o compartías intimidad con alguna de tus amigas. Ojalá abrieras los ojos en esos momentos en los que te visito, para poder unir tus labios a los míos en un frenético beso. De esos besos… que te cortan el aire.

Esos besos con los que sueño.

Hay veces que me arriesgo a tocarte el pecho, allí donde tu respiración lo eleva. Noto la piel caliente, y me estremezco al imaginarme bajo tu cuerpo, temblando ante la perspectiva de sentirme por primera vez llena de tu carne. Y miro hacia abajo, donde tu virilidad relajada me ofrece consuelo…

Y sueño…

Te gusta dormir desnudo, y a mí que lo hagas. ¡Cuántas veces me habría acurrucado a tu lado, para sentir que me abrazas! Aunque fuera únicamente por la costumbre que has compartido otras veces con tantas… sé que tu brazo se enroscaría en mi cadera, y reposaría lánguidamente junto a mi vientre. Ese hueco… que llora por no tenerte. Ardo a tu lado, me estremezco por la insatisfacción de mi vacío, y sigo soñando.

Porque soñar a tu lado, con tu olor envolviéndome, es demasiado grato.

Cabello revuelto, tal vez excesivamente largo. Cada vez que me he atrevido a perder los dedos en él me he visto aferrada a ellos mientras tus labios recorrían mis pechos, saboreando mi piel deseosa de las caricias de tu lengua experta. Doy gracias todas las noches por que tu sueño tan profundo, y sea capaz de pasar tantas horas sentada en la cama. Porque, aunque a veces muero intentando refrenar el impulso de despertarte con un gemido tierno junto a tu oído, lo cierto es que estoy segura que al final me rechazarías.

Nunca me miras cuando nos cruzamos por los pasillos, cuando compartimos ascensor, o cuando casi chocamos con las prisas. Seguro que me ves demasiado niña, una chiquilla virgen que sólo puede ofrecer quebraderos de cabeza y conversaciones aburridas.

Pero que sea virgen no quiere decir que sea tonta.

Y muero por sentirme presionada contra el colchón de tu cama, en una primera embestida que me arrancara ese estigma de una vez por todas. Te deseo tanto…

Ha habido veces que he mojado la sábana a tu lado, y no precisamente con lágrimas. He aprendido a ser invisible a tus ojos desde mi ventana, y verte tocar a otra mujer me llena de una furia desconocida que altera mi cuerpo como ninguna otra emoción lo hace. Envidia, anhelo, pasión. Pura necesidad. Hay cosas de las que no entiendo, pero sé que sólo puedo apaciguar mi cuerpo de una forma. Y aunque masturbarme calma momentáneamente mi sed, indiscutiblemente me siento vacía.

Te necesito dentro. Una vez, y otra, y otra…

He imaginado tantas noches como sería, que las versiones de mi primer orgasmo contigo tienen más finales que posturas el Kama Sutra. No soy una virgen estúpida… sólo soy una virgen. Que me lleves diez años de ventaja en sexo no quiere decir que espere que nuestra primera vez sea lenta y tierna. Te he visto con otras… y quiero lo mismo. Sexo ardiente y pasional, salvaje.

Quiero esos mordiscos que les das a tus amantes en el cuello cuando las embistes por detrás. Quiero esos dedos clavados en mis nalgas, forzándome a seguir tu ritmo…

Es verdad que a veces me había imagino, hace tiempo ya, que me mirarías a los ojos cuando me la metieras por primera vez. No sé si dolería o no, pero desde luego no tenía miedo a sentir algo de molestia si luego ejercías tu magia, igual que con el resto de las chicas que visitaban tu cama. Una primera embestida lenta, dejando que me adaptara a tus formas, y tú a las mías. Sentirte llegar hasta el fondo de mi ser, como tu rostro se contraería al gozar de mi cuerpo.

Y oírte gemir… ¡Por favor, cómo lo necesitaba! Desde mi ventana solo lograba captar pequeñas trazas de tus palabras. Tus amantes eran mucho más escandalosas, y apagaban con sus jadeos los tuyos. Pero yo quiero los que salen de tu boca, que los de los labios femeninos son ya muy conocidos, sobre todo porque escucho los míos.

Pero luego, con el paso de los meses, y tras la vigilancia de tu dormitorio desde mi ventana, descubrí que en verdad lo que más me excitaba era una embestida rápida al principio, con tus labios jadeando contra mi boca, y tus manos aferradas a mi culo, para hacerla aun más profunda. Te quería clavado dentro, que me doliera, que me sintieras gemir contra tu cuerpo, con mis dedos perdido en tu cabello, disfrutando del primer choque de tu virilidad contra el fondo de mi cuerpo.

Al final… seguía fantaseando con poder hacerlo realidad.

No quería un niñato entre mis piernas la primera vez. No deseaba ser el trofeo de nadie, ni tener que luchar contra una eyaculación demasiado temprana. Quería sexo de verdad, no como el que me contaban mis amigas que tenían a la salida de las discotecas. Un par de arremetidas tras muchos toqueteos y apretujones sin demasiado sentido. Eso de dejarme meter mano en un parque, y notar que los chicos no demostraban mucha idea de donde tenían que poner los dedos, me producía desazón y enfado. Notar que tras mover la mano sobre sus pollas un par de veces se corrían dentro de sus propios calzoncillos, poniendo los ojos en blanco y aferrándose con las manos al banco donde estuvieran sentados, ya no iba conmigo. No me consideraba mejor que mis amigas, que disfrutaban de un sexo juvenil sin grandes pretensiones, pero…

Pero es que yo te había visto follar a ti.

Yo quería esos dedos expertos torturando mis pezones, tu lengua juguetona escondida entre las humedades de mis pliegues, y tu polla erecta, durante interminables minutos, partiéndome el cuerpo cada vez que profundizaras.

Soñaba con el orgasmo que me proporcionaría tu cuerpo, rozando el mío, mientras te introducías en mí con fuerza. Sé que haber leído sobre el tema no me convertía en una experta, pero me había dado cuenta que tus amantes se masturbaban mientras tú te las follabas. Eso, o tú metías tus dedos en su carne, y mientras lo hacías, seguías bombeando con determinación. Ellas gemían bajo la presión de tus dedos, y yo me tocaba, desde mi ventana, imaginando que eran los tuyos los que me habían venido a consolar el ardor de la entrepierna. Pero cuando me imaginaba haciéndolo contigo, ni tus dedos ni los míos eran los que rozaban mis zonas prohibidas. Lo hacía tu cuerpo, esa pelvis recta que se podía pasar horas combatiendo contra el cuerpo de las chicas, sin desfallecer. Te veía restregándote contra mi pubis, sin sacar tu verga envarada, y torturando mi entrepierna con la tuya, mientras nuestras manos se aferraban el uno al otro, arañando, pellizcando o palmeando.

Yo me tocaba en la distancia, pero si llegaba alguna vez a retozar a tu lado, prefería que tu cuerpo fuera el que se entendiera con el mío. Quería mis manos en tu piel, tocándote de la forma en que ahora no se me permitía. Mis dedos no iban a perder el tiempo en mí; te anhelaban demasiado.

¿Y si te despertaba? ¿Y si por una vez me atrevía a intentarlo? Ya habría forma de salir corriendo, del mismo modo que me marchaba todas las noches, en silencio.

Atreverme a besar tus labios…

Sé que ibas a rechazarme. Que en el mismo momento en el que abrieras los ojos, una mueca de sorpresa e incredulidad se dibujaría en tu rostro. Preguntas no formuladas se agolparían en tu mente somnolienta, y lo único que conseguiría arrancarte antes de que fueras plenamente consciente de lo que pasaba era un simple beso.

¿Merecía la pena?

Cerrarías las ventanas a partir de ese momento, y nunca más se me permitiría la entrada a tu dormitorio. Correrías las persianas, y no disfrutaría nunca más de la imagen de tu cuerpo, cabalgado por alguna de tus amigas de tetas grandes y cabellos teñidos. Me mirarías con desprecio si nos encontráramos por el pasillo, evitarías los ascensores conmigo.

¿Merecía la pena?

Porque no era para mí simplemente un beso…

Pero quería más. Lo quería todo, de forma que sólo la inexperiencia y la necesidad por lo desconocido te hace actuar. Eras mi droga desde hacía muchos meses, mi deseo prohibido por tu edad y la mía. La impaciencia por esperar un par de años a que tus ojos pudieran pararse en los míos, para luego recorrerme el cuerpo sin parecer un pervertido, me embargaba. Quería probar tu sabor ya. Quería hacerte todas las cosas que te hacían esas a las que considerabas más adultas. Tu polla en mi boca, tu polla entre mis tetas, tu polla perforándome el coño… Todas las noches, a todas horas.

Si solo me inclinara un poco, tendría tu verga al alcance de los labios. ¿Me rechazarías entonces, al despertarte con una erección, aunque estuvieras disfrutando en la boca de una chica más joven de lo que deseabas? Necesitaba tanto saber a qué sabías…

Siempre se te ve tan tranquilo… cuando duermes…