¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

martes, 24 de enero de 2012

Cenizas del Deseo

 Deseo.
Puro, simple, inalterable.

Hay cosas que no se pueden fingir. Probablemente, este sentimiento, sea una de ellas. Y ahora, mientras me miras, mientras me hueles, mientras me tocas… Ahora no finjo. Soy tuya, tú me tienes alterada, tú me tienes ardiente entre las manos viriles.
Ahora, que sé quién eres… ahora sé para quién me excito.

Mientras me imaginas como yo quiero que me sueñes…
Ahora te deseo.

Si esas yemas de los dedos que me marcan la piel con su ardiente textura dejaran de perfilar mi figura atrapada entre tu cuerpo y la pared… te seguiría deseando.
Si los párpados de esos ojos cayeran más despacio al recorrer mis facciones contraídas por ese sentimiento traidor que me ha atenazado las entrañas… te seguiría deseando.

Si la nariz que me roza el cuello buscando trazas de sudor, perfume y restos de alcohol de la noche desenfrenada dejara de respirar sobre mi piel, calentando los caminos que humedeces… te seguiría deseando.
Hay cosas que no se pueden fingir, y ahora me estás probando… Y sé que el sabor que te llevas a la boca es de sexo… No puedo fingir mi sabor… y tampoco quiero.

No me avergüenzo de desearte…
No me avergüenza que me desees, seas quien seas.

Si ahora me humedezco bajo el hechizo de tu persona, ese detalle te lo regalo. Si ahora mi cuerpo tiembla al pensarte, al imaginarte, al hacerte patente a mi lado… a eso es a lo que me dedico, eso es lo que hago, y de lo que me enorgullezco. Gracias a mi perversa mente estás aquí conmigo, mirándome, oliéndome, tocándome…
Saboreándome…

Deséame, de eso vivo.
Me gustaba que te encendieras como yo lo hago, porque así te fundías conmigo en mis palabras. Me gustaba saberte empalmado tras las líneas que te dedicaba, aunque fueras cientos de hombres al mismo tiempo leyendo lo que escribía, aunque tu nombre se repitiera mil veces y nunca acertara a imaginarte tal como eras. Aunque fueras mil hombres yo solo imaginaba a uno. No te conocía, y probablemente tampoco lo necesitaba. Me encantaba pensarte, con eso me bastaba… Hasta que realmente apareciste en mi vida. Te imaginaba como quería hasta que te hiciste patente en mi correo. Allí por fin te conozco, aunque me resistiese.

Un nombre como miles de ellos, un mensaje como tantos. Algunos muy acertados en el contexto en el que se escriben. Pero otros… otros me mojan las bragas. Ese mensaje es el  que hace que te imagine a ti, y no a otro, cuando me siento a rellenar la hoja con mi ingle y no con mi cerebro, cuando  estoy excitada. A ti, que me hiciste estremecer cuando simplemente me escribiste unas cuantas palabras. Para ti escribo, sin conocerte. Para ti imagino, como escritora pornográfica. No me pidas fotos, y tampoco las quiero. Mira mi cuerpo tal y como te lo describo, conoce mi alma tal y como te la ofrezco; porque esa es la relación que doy a mis lectores, aunque me muera por su cuerpo. O por el de otro… solo por el tuyo.
Pero no… tú no podías hacerlo así. No podías conformarte. No me dejaste ser solo la pornógrafa, quisiste que fuera la mujer. La que soy.

Ese mensaje… ese que cambió mi forma de escribir relatos… Ese mensaje me enviaste, y ese es el que guardo.
Por él te deseo y me consumo.

Por él te escribo, por él suspiro y me excito. Por él reniego del resto. Mala suerte tuve de abrirlo y encontrar tu ser en tus palabras. Desde que soy tuya en la distancia, y me excito con la facilidad de una colegiala ante el cuerpo desnudo no probado, mis dedos se deslizan raudos a aparentar serenidad y madurez donde no la hay y no quiero encontrarla. Demostrar indiferencia y no sentirla, morir por tu polla sin tocarla. ¡Qué fácil era escribir antes, y qué duro es desearte ahora!
La capacidad de tu mente de imaginarme como soy y no como me muestro… eso me complica la existencia, y me hace transformar en cenizas tras arder en tu sexo. No querer haberme desnudado nunca hasta tal extremo, porque mostrar más de lo que puedo es cruzar la línea que nunca debe ser rebasada. Estar ante el precipicio y avanzar un paso; mirarte y decidir entonces si merece la pena ese último instante.

¿Decidir sobre el deseo? ¿Quién puede hacerlo? Yo no puedo…
Soy pasional, ardiente e indecorosa. Soy sexo, así me siento. Me nublan los sentidos tus cosas, y sé que hago lo mismo contigo. Mi entrepierna es tuya desde el mismo instante en que me humedeciste, y para sentirla siempre mojada sólo tengo que imaginarte, desnudarte, follarte…

¡Cuántas veces lo habré hecho!
Besar tu boca, morder tu piel, lamer tu polla… Abrir las piernas y dejarte enterrar entre ellas las caderas. Dejarme follar sin reservas cuando cierro los ojos, que se me escape tu nombre de los labios entreabiertos cuando me toco y me corro. Probar mi sabor y saber que tú harías lo mismo si estuvieras presente…

Imaginarte. Escribirte. Follarte.
Y después consumirme.

Cuando sólo a mí me deseas, si es verdad que no me mientes cuando me hablas… cuando eso pasa, y soy yo la que te calienta la verga aunque no me tengas cerca… Cuando te excito, me excito contigo. Voy a creerte cuando me dices que no buscas a otra, cuando tus labios me susurran en tus letras que el calor del otro lado de tu cama se inicia cuando aparezco yo en escena.
Cuando tu leche riega tus dedos con mi lectura quiero que sea el esperma que me dedicas a mí, y no a otra, aunque nunca me hayas mirado a la cara. Quiero tu corrida… en tu baño, en tu cama, en tu cocina… En el trabajo, en el coche o en el coño de una furcia. Me importa poco donde te corras siempre que sea mi nombre el que salga de esa boca pecaminosa.   

Yo me excito al escribirte, al poner mi morbosa mente frente a la hoja en blanco para que al leerme recorras mi cuerpo y me traspases el alma. Me conoces así mejor que muchos de los que me rozan a diario, que me saludan a la cara, que me toman de la mano. Porque a ellos no me entrego como lo hago contigo. Y el resto de mujeres no te conocen sino por la piel que cubre tus huesos, y eso es conocerte poco.
Te creo…

Voy a afirmarlo por fin, que soy la única a la que quieres aferrada a tu verga, con mi boca en el capullo hinchado, pasando la lengua probando tu esencia. Voy a suspirar de gozo cuando me digas que en el coño de otra, anoche, te derramaste, y te escupió a la cara al decir mi nombre en ese instante. Voy a dejarme pervertir por ti, y voy a hacer lo mismo contigo. Seré el mejor de tus polvos si me lo permites, porque tú ya has sido parte de mi mejor orgasmo. Grité tu nombre, a solas, en mi alcoba…
Y créeme tú, ahora…

Me consumo en tus deseos, seas quien seas… No me importa si el que me diste es tu verdadero nombre. No necesito saberlo, ni verte la cara, ni tú verme las tetas. Me perteneces como lector y yo soy tuya como escritora. Entre todos los que me escriben tú me clavaste tu daga. Entre todas a las que leíste, fui yo la que calentó tu bragueta. En la distancia, sin pretenderlo, pensaré en ti mientras levanto otras pollas, y tú te correrás sabiendo que igual que tú, otras vergas me dedican sus salvas.
Acepta que me consuma…

Acepta mis cenizas…


jueves, 19 de enero de 2012

Metal contra metal

No es lo mismo esperarlo… que sentirlo. Avisarte ha sido parte del plan; te lo habría dicho aunque no me hubieras preguntado. Tenerte expectante, sintiendo el sonido de las esposas a cada movimiento en tu trabajo ha sido la guinda perfecta para tu calenturienta perversión.

Esperabas verme entrar en tu despacho con ellas guardadas en el bolso, ¿no? Lo que no te habías imaginado era encontrarme apoyada en el quicio de la puerta a la hora del almuerzo, con un leve cárdigan largo abierto, enseñando un sostén y unas braguitas blancas de satén, liso y brillante, sin un solo adorno. Tela pegada a mi cuerpo fundiéndose con él. La mano derecha ya va esposada, la otra argolla tintinea junto a mi muslo, cubierto también por medias blancas, y sus encajes…
Has visto las esposas y tu polla ya está tiesa. Lo sé, aunque no pueda verla. La mesa del escritorio interrumpe la visión de tu cuerpo duro desde mi posición. Tampoco veo tus manos, pero si de algo estoy segura también es que estás tan atónito que ni cuenta te has dado que deberías ir sacando tu verga de la estrecha prisión en la que la tienes recluida.

-          Te debo algo- te digo-. ¿Es buen momento?
No hay un jodido momento mejor para nada que imagines ahora, además de que no eres capaz de pensar en otra cosa que a donde me voy a esposar para cumplir con tu fantasía.

-          El que no se ha escondido… - En tu mente terminas la frase mientras cierro la puerta de tu despacho a mi espalda.
Por fin consigues movilizar tu cuerpo, y aferras con una mano la polla endurecida bajo el pantalón vaquero, y con la otra el reposabrazos de la silla, como si pensaras que tienes muchas posibilidades de perder el suelo bajo tus pies en breves instantes.

Sin darte cuenta ya estoy frente tuyo, mi cárdigan ha resbalado acariciando mi espalda y ahora es un trozo de tela sin forma enredado en mis tacones de aguja. Mis pechos se han colocado a la altura de tus rodillas después de agacharme, y los miras desde arriba agradecido de sus formas plenas y suaves. Maravilloso escote para anidar allí tu carne prieta y caliente. Otro día… tal vez…
Los botones de tu bragueta saltan entre mis dedos. Ahora son tus dos manos las que se aferran a la silla. Tu miembro duro se esconde bien perfilado bajo la tela de tu bóxer. El elástico cede ante mis travesuras y te muestro orgullosa a la reina del juego. Tu polla en mis manos, tu capullo en mis dedos…
Ahora no pierdas detalle, esto es solo para tus ojos. Mira como levanto mi mano esposada hasta tu rostro. Escucha cómo repican sus eslabones morbosos. El extremo abierto a la altura de tu boca, brillante bajo la luz de los fluorescentes del techo.

-          Chupa…
La orden es un click que activa tu cerebro. Empiezas por el extremo abierto, mojando el metal con tu lengua caliente. La saliva se impregna en las esposas, chorrea por los eslabones…

-          Egoísta- te dijo, maliciosa, retirándote el juguete-. Yo sigo…
Pruebo tu boca de las esposas, mezclando mi líquido con el tuyo, jugando con la lengua, ya tengo toda la arandela en la boca y la movilizo para darle la vuelta en mi cavidad caliente.

Con la boca abierta saco el metal despacio y coloco su roce sutil sobre la piel del capullo encendido. Mi saliva resbala hasta su prolongación latente e hinchada, lubricándola a la vez que termina de provocar su erección, la más portentosa que lograras imaginar en tu puta vida. La esposa abierta roza la piel, bajando por un lateral de la polla hasta depositarse en tu pelvis. De forma experta realizo el movimiento para rodear su base y hacerte escuchar el cierre del metal presionando contra tus carnes férreas. La longitud de la cadena me permite apresar tu polla en el capullo con la mano y así lo hago. Estiro hasta que el metal resuena y se clava en tu piel hambrienta del morbo y la perversa fantasía.
Cubro el glande en toda su circunferencia, bajo la corona, y mi boca suelta sobre tu piel brillante desde arriba una larga hebra de babas que resbala y te la moja entera, y entre mis dedos se pierde para mejorar su tacto.

Presiono. Mucho. La estrangulo…
Y bajo…

El gemido que resuena desde tu boca regala gozo a mis oídos. El metal choca, la esposa se entierra en tu base y la argolla presiona tus huevos contra tus muslos.
Mantengo… y libero.

Subo intentando rodear tu diámetro con la mano, pero ya me he acostumbrado a no poder hacerlo… me harían falta dedos más largos para ello. Otra vez, glande; otra vez, saliva… Otra vez aferro tu corona. La uretra me mira ya brillando con sus propias babas…
Abajo…

Te agarras a mis hombros entre los espasmos de tus piernas. Tu espalda tiesa, tu cabeza se inclina y choca contra la mía. Quieres verlo justo desde arriba. Y el sonido maravilloso de del metal en tu ingle te enciende el alma.
No sabes cuando fue cuando el ritmo de mi mano perdió toda lógica. Ahora rápido y profundo, luego solo arriba con movimientos cortos y suaves. Un tirón y tu polla luce tiesa contra mi boca. Otro giro y la aplasto contra tu abdomen para que se vean bien las esposas.

Y te lamo los huevos.
No hay mayor placer que presionarlos con los labios y estirar esa piel rugosa hasta volverla lisa entre los pliegues de mi boca: mi mano se mueve, rabiosa, sobre tu verga, haciendo resonar los eslabones; mi nariz está enterrada en la línea que separa tus cojones, absorbiendo el perfume de tu sudor y el metal mojado. Mi boca chupa, tu polla ruge.

-          Joder… Sigue, zorra. Haz que me corra…
Y como buena zorra te la machaco con ganas, la froto desde la raíz a la punta, te la recorro sin tregua notando el latido de tus arterias: mi boca no abandona tus huevos, mi mano imposible que se separe del metal ardiente en que se ha convertido tu polla erecta. Se fundiría la argolla en la base de tan caliente que está tu verga.

-          ¡Córrete, amo! Regálame esta corrida…
Mis palabras escapan de tu piel hasta tus oídos, tu cabeza se desploma solo un instante hacia atrás, para luego continuar contemplando el espectáculo que le estoy brindando. Me imaginas con los dedos metidos en mi coño húmedo, me imaginas mojando el suelo con mi flujo. Miras mis tetas moverse mientras te la machaco a conciencia, ves mi lencería blanca, mis medias con encaje marcando mis muslos, donde querrías tener las manos y esconder tus dedos… Y mis jodidos tacones de aguja… sobre los que suspendo mi peso con las rodillas flexionadas y abiertas a ambos lados de las tuyas…

-          En mi cara, amo. Dame tu leche en mis labios.
Tus gemidos se entremezclan con el chocar metálico de los eslabones. La presión de las esposas en tu polla y en tus huevos te mata, y no dejo escapar la piel tersa de entre mis dientes… Tus huevos duros… tus cojones metidos en mi boca.

-          Me corro, zorra. Me corro…
Mis labios se curvan en una eufórica sonrisa. Mi triunfo es tu leche prometida. Tu corrida… y la mía al verte y sentirte tan caliente. ¡Dios! ¡Cómo me gusta!

Cuando el primer chorro de esperma rompe la tersura de mi cara ruges como un  animal, gritando mi nombre. Te centras en observar las descargas, gimiendo y estremeciéndote en la silla. Tu pelvis empuja levemente contra mi cuerpo y el último chorro queda suspendido de mis labios entreabiertos. Lo lamo…
Los dedos de mi mano se posan en ellos y los restriego, desdibujando lo que quedaba de carmín desde las comisuras a la barbilla, esparciendo tu espeso regalo. Sudor, semen y pintalabios rojo.

-          Eres la mejor zorra…

-          Favor que tú me haces, mi dueño.
Del suelo recojo una delgada cadena, que uno a uno de los eslabones que prenden de tu polla. Y no entiendes como ha podido pasar desapercibida para ti, cuando te muestro unas argollas con las que un buen zapatero ha perforado mis tacones de aguja. Paso la cadena por cada uno de ellos, pongo un candado… e imaginas cuando llevo la mano con ella a mi coño donde la he guardado…

Y es que, mi dueño… tus corridas deben estar siempre unidas a mis tacones de aguja…


miércoles, 18 de enero de 2012

Hasta que llegue el alba...

Dormita a mi lado, tras la batalla, amante mío. Mereces el descanso del luchador agotado, y mi cuerpo caliente desea dártelo. Duerme tranquilo, que yo velaré tu sueño, y observaré las facciones de tu rostro hasta que el alba decida despertarte. En  darte la vida nuevamente, con las fuerzas recuperadas, se afanará mi boca con los primeros rayos.
Estira tu cuerpo y acóplalo al mío, como hace unos instantes. Arrópame con tu piel caliente, que yo me dejo. Que el olor a sexo no se pierda entre las sábanas de tu cama. Que el ardor de las mentes traducido en hechos no se olvide tras el éxtasis obtenido. Mañana ya veremos cómo recuperamos el tiempo invertido… en amarnos como salvajes.

Cubre tus ojos con mis cabellos, que te sirvan de velo hasta que llegue el día. Recuerda el sabor de mi piel en el cielo de la boca, para que tus sentidos te guíen hasta mi cama cuando mi cuerpo haya abandonado tu lecho. Busca mi huella en el suelo y mi sonido al alejarme, con taconeo rítmico y rozar de medias.
Enlaza tus miembros a los míos para que tu ser con mi alma se funda. Acompasa tu respiración a mis latidos, que por ti mi corazón se siente desbocado, tras perder la lucha. Y suelta las ataduras que forjaste al derramarte en mi vientre sin ningún reparo. Ese semen con el que marcaste la piel conquistada se volvió espesa tinta con la que firmar tu obra maestra, mi orgasmo arrancado a la fuerza.

Descansa, que en unas horas deberé retirarme… y muero por la idea. Despierta… que necesito que me ames una vez más antes de que se abra la puerta. Déjate atormentar tú, si es que quieres, pues mi cuerpo está dispuesto y ante todo mi entrepierna te anhela. Pasarán lunas hasta que mi garganta se pueda permitir el derroche de volver a pronunciar tu nombre sin pagar la pena impuesta.
Haz de mí la mujer que en sueños ahora imaginas, y que quiere dormir a tu lado. Que no nos importe la llegada del nuevo día, que nos haga separarnos. La cama debe servir para algo más que para prodigar placeres a los cuerpos. Mi ser rabia por dentro al tener que levantarse y abandonar a la carrera el calor del confidente que me vio rendirme y entregar lo que por mucho que creía de otro ya ni siquiera nos pertenece.

Acepta mi pecho de almohada, acomoda tu cabeza y sueña.
Yo tengo miedo a quedarme dormida ahora, y perderme los latidos cada vez más suaves de ese corazón, que hace unos instantes cabalgaba furioso cuando el cuerpo enloquecido culminaba en gozo el entrechocar de cuerpos. Su sonido es un regalo tan intenso como el canto de los gemidos que se escapaban de tu garganta partida cuando tu sexo y el mío ocupaban el mismo espacio.

Acepta mi cuerpo como ropa de cama, que más calor nadie puede prodigarte…
Y despierta temprano, mi amado, para disfrutarte por entero, antes de que las ropas me impidan el deleite de tu cuerpo.

Abrázame…
Duerme tranquilo, malvado. Ya me encargaré de que pagues la deuda, que estoy deseando contraer la mía.

Sueña conmigo… que yo te espero.


domingo, 15 de enero de 2012

¡Atame!

Gemí… gemí y jadeo. Por dos motivos…
Uno es que estaba excitada. Sin duda alguna, me tenías la entrepierna completamente mojada. Los labios de la vulva estaban hinchados y enrojecidos, y eso que apenas si habías tenido tiempo de centrarte en ellos… Aun…

El otro motivo, que habías tenido que forcejear conmigo a base de bien para poder tenerme como me tenías ahora. No solo estaba atada… Estaba perfectamente inmovilizada en la postura en que me quería tu perversa mente. Te había costado, pero aquí me tenías.
Ofrecida…

Eso me ponía muy caliente.
Te me lanzaste nada más cruzar la puerta, con una soga en la mano y una sonrisa malvada en la boca. Me derribaste sobre la cama por sorpresa, eso te dio cierta ventaja. Si no, probablemente aun estarías recuperándote de la patada en los cojones que te habría propinado. Pero no lo esperaba, y en un momento me tenías boca abajo sobre el cobertor de tu enorme cama, montado a horcajadas sobre mi espalda, con una mano bajo tus muslos y la otra aferrada entre las tuyas, mientras pasabas una lazada que ya venía preparada de antes. Sólo tuviste que ajustarla y amarrarla al cabecero de la cama. Unos segundos de debilidad y ya tenía un brazo perdido.

-          Cabrón… aun me quedan tres miembros…
Sabías que era cierto, y que no te iba a dar la batalla por ganada. Para tu asombro conseguí darme la vuelta bajo tu peso y mirarte desde la cama revuelta. Mis cabellos se arremolinaban sin orden alrededor de mi cabeza, algunos ya pegados a las sienes por el sudor del forcejeo. No te quedó más remedio que estirar el cuerpo sobre el mío, intentando que tus piernas inmovilizaran las mías, a la vez que dabas cuenta de mi otra mano con las dos tuyas. Fuertemente, con determinación, pasaste la cuerda que ya estaba unida al cabecero, y presionando cómo pudiste contra el colchón me sentí fijar la mano entre los dedos hábiles.

Me miraste con magnificencia cuando mis manos ya no me sirvieron. Y ante mi asombro… besaste mis muñecas, y las palmas de las manos… lamiste la yema de los dedos con la punta de la lengua, dejándome sin aliento.

-          Zorra… Solo he empezado contigo.
Y pensar que hacía solo unas horas que nos habíamos conocido… Unas copas de más en una barra de un bar de tercera, unas risas en el taxi de camino a casa. Confidencias sobre cuerdas, labios mordidos ante el morbo de las sensaciones nunca disfrutadas. Maldad en la mirada, calor en la bragueta abultada.

-          No soy fácil.

-          ¡Qué aburrido sería!
Tus dedos se perdieron entre los míos en un enlazar de palmas mientras tu boca me arrebataba el beso más sensual que me habían dado en la vida. Tu lengua instó a la mía a saborearte, y así lo hice, con todas mis ganas. Los dientes apresando las partes blandas, la saliva balanceándose de tu boca a la mía. Gemidos amortiguados por la cavidad que los provocaba, y ojos que se cerraban para entregarse por unos instantes a los placeres de la carne.

Música de fondo que parecía que acompañaba tu movimiento de caderas contra mi pelvis. Mi falda se arremolinó con tu sinuoso recorrido de muslos a ambos lados de mis piernas, abriéndose por el plisado que hacía en la parte delantera. Tus manos se aferraron con fuerza entre mis dedos, al tiempo que enterrabas tus caderas entre las mías, y tu boca me arrancaba gemidos de devota agonía. Me tenías rendida, sin remedio.

Y tu bragueta me recordó lo que has venido a hacerme.
La polla tiesa que escondías en el pantalón se apretaba contra mis muslos, devolviéndome a la realidad. Mis piernas reaccionaron con presteza, y las moví con toda la fuerza que fui capaz mientras las tuyas se afanaban por controlarlas. Sabía que si caía una estaría a tu merced, por lo que no podía permitirme ni una baja más.

-          Sabes que no tienes escapatoria. Tarde o temprano estarás agotada. Reconoce que es mejor que te rindas y disfrutes, a que te hagas daño…
Tus palabras llegaron en un momento de debilidad. Las piernas me dolían de los golpes contra las tuyas, y tú lo único que habías tenido que hacer era esperar sobre mi cuerpo, con la vista fija en mi rostro enrabietado por la inminente derrota.

-         No me voy a dejar- te susurré, con voz entrecortada. La respiración agitada bajo el peso de tu torso te excitaba sobre manera. El elevar y descender de mis pechos ante tus ojos se volvió el placer más embaucador de la tierra en ese momento, hipnotizándote.

-         Ni lo pretendo, cielo. Resiste lo que puedas, eres una delicia enojada.
Me encantó tu sonrisa, aunque me dejaría matar antes que reconocerlo abiertamente. Tus ojos se reían de mí, socarrones y altaneros, divertidos con el espectáculo de mi rostro enrojecidos por el forcejeo.
Lo intenté una vez más. Pero la fuerza se había reducido considerablemente, y lo único que pude conseguir fue facilitarte aun más el acceso a mi coño, al apartarse aun más la puñetera y traidora falda. En un segundo y definitivo descuido abandonaste mi cuerpo, lanzándote sobre la pierna que mejor te vino, para pasar con mucha habilidad la cuerda y tirar al momento, con un nudo plano que me dejó a tu entera disposición. Tiré varias veces, aunque no hubo forma que disminuyeras la presión sobre el tobillo… Y me fijaste la pierna a la pata de la cama…
Sonreíste, complacido. Del suelo recogiste  un tacón, perdido en la lucha, y en un alarde de morbosa actitud lo colocaste en el pie inmovilizado.

-          Tesoro… ya va siendo hora que te dejes follar como la zorra que eres…
Y cómo no… procuré asestarte una patada justo al lado de la cara que más a tiro tenía, pero no conseguí llegar a dañarte demasiado, y casi ni desestabilicé tu cuerpo de encima de la otra pierna. Retorciendo un poco la espalda, sujetando el tobillo libre que intentó mandarte al piso,  bajaste de mi muslo y te colocaste mirando las braguitas que se mostraban tras retirarse la falda en el forcejeo. Viéndolas húmedas, te pusiste tremendamente cachondo.

-          Cariño, ya veo que te gusta hacerte la difícil. No seas tan puta como para no reconocer que has mojado las bragas solo ante la perspectiva de tener un buen trozo de polla metido hasta el fondo.
Y es verdad que se me habían mojado las bragas, y más ahora que me tenías el último miembro inmovilizado entre los tuyos. Y sobre todo… que me miras la entrepierna cubierta por la fina telita de encaje. Con la maestría que habías demostrado en las otras tres anteriores presionaste mi pierna con todo el peso de tu cuerpo, y sin nada más que te lo impidiera, sino mis insultos, que para ti eran un regalo, dispusiste la soga alrededor del tobillo y me la dejaste fija en un instante, dejándola completamente tensa y separada la una de la otra.

-          Maricón… no podrías dominarme en la cama si no me tuvieras atada. ¡Cerdo!
Mordiste el tobillo por encima de la cuerda y lamiste el interior de la pierna, ascendiendo hasta la rodilla. Me estremecía y no podía evitarlo, sabiendo lo que te proponías. Y bajo la ropa que aun me cubría surgieron la piel erizada, los pezones endurecidos y los labios empapados, que latían deseando polla… Por supuesto, la polla que intuía también deseando mi coño caliente.

-          Me encantas emputecida. Disfrútalo, zorra…
Sentir el latido allí abajo fue salvajemente excitante, como habías prometido en el taxi. Recordaba vagamente ahora la mirada del taxista a través del espejo retrovisor, clavándose en mi escote cuando tus dedos expertos separaron la tela de la blusa de la piel sudorosa que había debajo, esperándote. Miraban ansiosos el abrir de los botones, y anhelaban cada porción de redondez plena que se les ofrecía sin habérselo esperado. Vi como soltaba la mano de la palanca de cambios y se recolocaba la polla dentro del pantalón, imagino que rugiendo por salir a restregarse en el hueco de las dos tetas que en un momento andaban libres y juguetonas entre tus labios. Me imaginé que levantabas la vista y al mirarlo le ofrecías como pago de la carrera chupar el otro pezón, y casi gemí ante tu osadía… Dos bocas prodigando atenciones a mis necesidades más primitivas en la parte de atrás de un taxi…
Mi puñetero coño ardía entonces… como lo hacía ahora.

-          Vamos a ver cómo te portas. Tal vez haya que castigarte…
Un solo dedo, me enseñaste un maldito dedo y un tremendo gemido se escapó de mi garganta. Descendió lentamente para depositarse, con firmeza, entre los pliegues de las braguitas. De entre la tela se filtró la humedad que esperabas, brillante y espesa, y en tu rostro se dibujó una despiadada sonrisa ladeada que me destrozó la compostura. Estaba loca por tener esos labios donde tenías ahora el dedo, pero ni muerta te iba a suplicar… Ni muerta lo oirías de mis labios.

-          Lo dicho… tal vez necesites que te castigue con un buen palo aquí donde te mojas…
Volví a gemir. Me deleité en que cumplías verdaderamente tu amenaza, que sacabas una enorme verga de los pantalones y me azotabas los labios hinchados tras arrancarme las bragas empapadas. Creí escuchar el chapoteo de tu polla al chocar contra los pliegues humedecidos, y como la restregabas una y otra vez castigando el clítoris que ansiaba atenciones. Me vi arqueando la pelvis intentando provocar la penetración, sin conseguirlo… Me vi impotente, y horriblemente cachonda. ¡Joder, qué caliente me tenías!

Te habías acercado en la barra del bar. Tomaba tequila aquella noche, como había dejado escrito en el mensaje a mi desconocido acompañante. La única chica que tendría a esa hora una copa de tequila en la barra, con dos limones… uno, en rodajas, listo para chupar. El otro, entero, y me estarías divirtiendo con él en las manos, como si de uno de sus huevos se tratara. Me encantó la idea de que se tuviera que presentar como mi amo, y así de claro se lo dejé en el mensaje. “Nada más llegar, deberás decirme Soy tu amo… Así te reconoceré.” Y llegaste tú; con prepotencia sentaste tu culo a mi lado y me arrebataste el limón de las manos con dedos hábiles… esos que inmediatamente imaginé aferrando mi pelo mientras me obligabas a comerte la polla. Sacaste la lengua y sin poder creerlo lamiste la piel con lentitud, y te vi haciendo lo mismo con ese coño que acababas de mojarme.
-           Falta el saludo…

-          ¿Te parece poca declaración de intenciones?

-          No has dicho que eres mi amo…
-          Lo seré, si es lo que te pone cachonda, cielo…
Para entonces yo ya estaba perdida, y no podía apartar los ojos de los dedos que aferraban el limón, ni de la lengua que lo lamía con parsimonia. Me temblaron las piernas y se secó mi garganta. Bebí de un trago el tequila, y apuré a morder el limón que tenía más cerca. Hincarle el diente a algo me sentó muy bien…

-          No lo has dicho…

-          ¿El qué, cariño?

-          Que eres mi amo.

-          Soy lo que tú quieras que sea.
No estaba saliendo como yo esperaba, desde luego. Y era lo único en lo que estaba convencida que actuarías en consecuencia. Decirme aquella estúpida frase con la que estaba segura me mojaría las bragas. Porque si algo había pedido en el anuncio era un hombre dominante, que sacara la zorrita que llevaba dentro. Y ahora te negabas a seguirme el juego. Yo quería mi frase escuchada de tus labios, y me ignorabas con una sonrisa en la boca mientras la lengua seguía impertinente recorriendo la rugosidad del limón, recordándome que podrías hacer maravillas entre los pliegues que sentía calientes entre las piernas.
Tuviste que entender que algo no funcionaba, tal vez en mi rostro se dibujó cierta decepción tras comerme otro trozo de limón de golpe, porque apartaste el cítrico y lo dejaste al alcance de mi boca, entre tus dedos.

-          Muñeca, no solo voy a dominarte… Voy a someter por completo tu cuerpo y tu mente hasta que me implores por lo que quiero darte. Yo no soy tu amo… eso se queda corto. Yo pienso ser mucho más que eso. Soy tu dueño…
Definitivamente, para terminarme de comer el último trozo de limón que sostenía entre los dedos, habría tiempo más tarde….
Me dejé devorar la boca por tus labios apasionadamente justo en aquel instante, mientras la palabra dueño retumbaba en mi cabeza. Me mareé ante la perspectiva de ser sometida por aquellas manos, que aquel cuerpo se dedicara en alma a la fantasía que durante años había reprimido y que ahora pugnaba por salir… y sabía que sería realizada esa misma noche.

Tus besos sabían a limón… igual que mi boca…
Siempre he considerado que mi entrepierna era ácida, así que poca diferencia ibas a encontrar cuando me comieras el coño tras arrancarme las bragas.

-          A una esclava se la gana… Y no soy de las fáciles…

-          Será interesante someterte, cariño. No sabes lo dura que se me ha puesto cuando me has dicho que querías un amo.
La frase debió de sonarme rara, pero la cabeza todavía me daba vueltas tras aquel primer contacto con tu boca. En mis labios quedaba el áspero tacto de tu barba de tres días, unido al sabor alcohólico de la colonia que tenías pegada a la piel. Magnífica forma de perder completamente la cordura con un desconocido.
-          Soy tu amo…
Me volví, sorprendida al escuchar otra voz a mi espalda. Mi frase…
La presencia de otro hombre en la contienda me dejó completamente descolocada. Y entonces comprendí que a ti te había ayudado a hacerme la proposición, y que no tenías ni idea de que yo estaba esperando a alguien que me reconocería por el limón que reposaba sobre la barra del bar, junto a mi tequila. Entonces… ¿no ibas a ser mi dueño? ¿Yo había quedado con otro?

-          Perdón… - balbuceé, con cara de asombro-. ¿Te esperaba a ti?

-          ¿A quién si no, sino a tu amo?
-          A su dueño…
Que contestaras por mí ya era una muestra de dominación en sí misma. Y tal vez no era mala idea dejarte hacer, pero por una vez en mi vida el sentido común me decía que estaba cometiendo una estupidez, y que me hubieras mojado las bragas no era excusa suficiente para irme con un desconocido… del que tampoco tenía ningún tipo de referencias. Al menos, el recién llegado… venía de una agencia, y era de pago… Que mis buenos seiscientos euros acababa de ingresar en su número de cuenta para que al final acabara atada en la cama de su habitación de hotel.

-          Perdona, pero creo que ya estoy ocupada esta noche.
La cara de mi amante de pago no se desfiguró lo más mínimo. Seguro que ya sabía que le había pagado, por lo que la ofensa al menos no le causaba ninguna pérdida, y sí más tiempo libre en el que invertir el sueldo obtenido sin hacer un solo nudo de los prometidos.

-          No es reembolsable…
Hasta sentí la tentación de pedirle que me sometieran entre los dos, por la forma tan estúpida en la que había perdido el dinero. Y vi marchar al hombre al que había pagado por hacerse pasar por mi amo durante unas horas, atándome a la cama.

-          Supongo que ahora es cuando me dices exactamente cómo quieres que te doblegue, cielo…
Mi mente volvió a la cama en el preciso instante en que sentí que la tela de las braguitas se rasgaba. Un tirón, y ambos lacitos cedían ante la presión de tus manos. Mi coño se descubrió completamente rasurado y mojado para que te regalaras la vista… y parecía que gustabas de lo que veías, porque la dureza de tu pantalón se hizo más que patente. La tela fue a parar al bolsillo del vaquero que llevabas puesto, y las manos se aferraron al interior de mis muslos, fijando tu pétrea presencia entre mis piernas. Bajaste la cabeza y aspiraste el aroma que desprendía tras la lucha y el consiguiente calentón. Habría sido completamente decepcionante el no haberme humedecido en ese momento, en el que ya me tenías, en el que ya era tuya, en el que poco más podía hacer que gemir y suplicar que me perforaras de una puñetera vez y me hicieras sentir como la zorra que deseaba ser por una noche.

-          Y ahora… pide que te haga correr…
Se me atragantaron las palabras porque no esperaba que de inmediato te lanzaras sobre mi entrepierna, y lamieras allí, como si tuvieras hambre de meses. Sentí tu lengua recorrer mis pliegues, buscando mis secretos, apreciando el sabor, divirtiéndote con las reacciones. Me hacías retorcer y casi aullar entre un movimiento y otro, y lo disfrutaba como una verdadera puta. El no poder escapar al castigo que merecía por haberme resistido como una niña mala, a que me domaras sin ofrecer oposición, hacía aun más excitante el placer que me otorgaba tu lengua. No poder… y no querer en absoluto…

-          Pídemelo, zorra. Suplica que te de tregua…
-          Nunca…
Tu lengua fue implacable, pero nunca rebasó la línea que querías que cruzara sólo tras rogarte. Sabías que debía pedirlo, y teníamos toda la noche para que cambiara de opinión.

Bajaste la cremallera del pantalón y exhibiste tu enorme erección ante mí. Se me llenó la boca de saliva, y no fue la única parte de mi anatomía que se llenó de líquido. La veía tiesa y plena, enrojecida por el cautiverio en la bragueta durante tanto tiempo.

-          Pues vamos a ver si te gusta comer polla.
Y la tragué entera en cuanto la tuve a tiro, con tus muslos a ambos lados de la cabeza y tus manos estratégicamente colocadas, una en la frente y la otra propinándome pequeños cachetes en el lado donde se marcaba el capullo al chocar contra el interior del carrillo. Me follaste la boca con fuerza, hasta el fondo, sin detenerte ni dejarme tregua sino un par de segundos para respirar, y aun así se hacía insuficiente. Y me encantó que lo hicieras de esa forma, que me obligaras, que me insultaras y gimieras cada vez que presionabas contra mis labios y metías casi toda la verga en el interior, forzándome a tomar aire solo cuando tú querías, y obligándome a mirarte mientras me empalabas y te enterrabas con fuerza hasta chocar los cojones contra la barbilla.

-          Así, zorra. Sigue. Ponme duro para romperte el coño.
Tus gemidos me hacían quemar la piel, al igual que tus palabras. Emputecida, sí, así me tenías. Destrozados los resquicios que me habían hecho dudar al montarme en el taxi, cuando te confesé mis fantasías, solo me quedaba actuar como una zorra. Como la zorra que te había dicho que deseaba ser follada atada a la cama de un desconocido. Tu mano se había introducido entre mis piernas mientras los dientes me castigaban los pezones, y yo miraba con descaro al taxista que continuaba espiando nuestras andanzas en la parte trasera del coche. Gemía levemente por el placer que me regalabas con tus dedos sobre la tela de las braguitas, rozando levemente las zonas sensibilizadas por la excitación de la que se sabe que va a cumplir su gran fantasía. Los pezones te recibían endurecidos y hasta llegué a separar levemente las piernas para facilitar el acceso a la entrada de mi vagina, que se encontraba terriblemente vacía. Aferré tus cabeza y guié tu mano con movimientos de caderas, y cuando me sentí penetrar por uno de tus dedos tras apartar la tela de encaje mi cuerpo se arqueó perdiendo la visión del taxista que seguro tendría material para una buena paja al terminar el servicio aquella misma noche. Pero me apartaste. Me castigarías por intentar aquel movimiento, lo sabía. Tenía muchas cosas que aprender, si me dejabas…

-          ¿Me lo vas a pedir ahora?
Y aunque tuviera el coño ardiendo, deseando tus atenciones para el mayor de mis orgasmos, gracias al cielo no podía articular palabra por la enorme polla que me impedía otra acción que no fuera chupar el capullo hinchado. Me encantaba el sabor de ese trozo de carne. La piel era suave y se dejaba manejar, agradecida por las atenciones. ¡Por Dios! ¡Cómo deseaba que me follaras! Necesidad… pura y dura. Eso era lo que sentía. Necesitaba sentirme llena con tu cuerpo, sentirme poseída sin poder negarte ninguno de los orgasmos que me tenías prometidos. Los quería todos, tras haber disfrutado de cada instante en el bar donde pasé de un experto para decantarme por tu sonrisa torcida y tus dedos hábiles que prometían la gloria para recordarla lo que me quedara de vida.

Eso quería. Dominada, usada, doblegada. Quería ese sentimiento para mi cuerpo… quería que mi voluntad fuera la que otro quisiera imponer. Quería dejar de decidir, sentir por deseo ajeno, ser lo que a tu alma se le antojara. Entonces, después de estar atada ante un extraño, con la boca tapada por una polla despiadada y la entrepierna caliente por el orgasmo que te negabas a darme… ¿qué me impedía pedirlo, como solicitabas? ¿Por qué no me soltaba?
Mis ojos te miraban, como pedías. Pero mis labios se negaban a entregarte lo que los dos ansiábamos. Te reíste, y de varias embestidas más te derramaste en mi boca. Tremenda tortura el hecho de sentirte fuertemente empotrado, disfrutando de tu orgasmo y negándome el mío por testaruda. Espesa, caliente, abundante. Tu leche me castigó el paladar y la lengua sin mi preciada penetración, como me imaginaba que al final sería, al no dejarme llevar y haber sido una niña mala. Conseguí tragarla entera siguiendo tus indicaciones, ya que te negabas a retirar la polla, clavada contra el fondo de la boca. Jadeabas…

Iba a ser más difícil de lo que en principio habías pensado.
Pero sonreías.

-          No te preocupes, zorra. Hay muchas noches… para atarte. Y muchos días… para doblegarte…




martes, 10 de enero de 2012

Mentirosa

Deja que ahora te mienta… lo necesito. Mi cuerpo me pide otra cosa, pero mi mente no le va a dar tregua. Te voy a mentir, que lo sepas, y decirte que no siento nada al pensarte… O tal vez te diga todo lo contrario, y te diga que te amo. ¿Quién sabe? Soy mala. Te miento siempre, o tal vez solo a veces. Créelo, si puedes. Espero que lo hagas, porque yo no puedo.

Nada me das, sino lo que no preciso. Nada me falta cuando no te tengo conmigo. Eres desechable, como los pañuelos en las que una vez sequé las humedades que provocaste. Allí quedaron, entre otros restos de noches locas. Ahora, si me preguntas por ellos, te diré… que solo uno guardo, como recuerdo, de tu olor con el mío impregnado… El motivo lo desconozco, pero al olerlo… me mojo. ¿Será por eso, que hoy, aun mintiendo, te deseo? ¿O será que me recuerdas a otro?

No tiemblo al sentirte cerca, ya no me caliento con tus palabras. No me haces falta, lo digo en serio… Y sin embargo… por ti muero. Pero es mentira, ya lo sabes; no voy a decirte ahora verdades. Miento más que hablo, porque las certezas, a veces, duelen más que las cosas velada. Y yo mis sentimientos me los tengo que tragar, y así nunca sabrás si es cierto o mentira lo que con tu cuerpo provocas en el mío.

Es todo una invención propia que me pierda entre tus besos. Te engañé por conveniencia, para obtener lo que necesitaba de tus caricias. No te recuerdo, o al menos solo una vez al día… O dos… O mil veces, pero por tonterías. No para recordar como me amabas, como me fundía en tu abrazo, como me perdía en tu boca bendita… o maldita siempre. Te utilicé como a tantos, y me enamoré como una loca, como nunca. Me cambiaste y me dejaste hecha un harapo, que luego tuve que reconstruir como jirones entrelazados, de los trozos de mi ser tras los orgasmos producidos.

Te amé, y ahora no lo hago. Te deseé, y ahora no me importas. Te necesité tanto… tanto como ahora…

Mentiras… mentiras todas. Una traidora, una taimada ramera… eso soy a tus ojos, así quiero que me sientas. No me creas nunca, que mis verdades son obscenas y melosas, y mis mentiras dulces puñaladas en partes de tu cuerpo que desearía estrechar entre mis labios y mis dedos manchados con el semen que te arranco en cada encuentro. Prueba mi boca mentirosa, que sabe a gloria, y engáñate al sentirla indiferente, como quiero que la sientas. No me creas, si mientras entierras tus caderas entre las mías, con la cadencia más hermosa, te digo que te amo. Si lo hago… se me escapó la más dulce de todas las verdades. Pero nunca será otra cosa para mí, que una mentira más… No puede ser verdad, eso hace daño.

Si lo único que no finjo contigo… son mis orgasmos…

No persigas a esta mujer que solo miente cuando habla, que solo imagina que miente, que solo se cree que es capaz de engañar a los que miente, aunque no lo consiga… Déjame imaginar que lo pretendido es obtenido, que me crees cuando quiero, y que me descubres cuando deseo, que es siempre.

Ama solo a la mentirosa, no a la niña asustada que se esconde. No quieras buscarla porque es perversa, y aunque no lo haga con maldad hace doler el alma ajena cuando por su boca sale la mentira más morbosa. Un deseo, un anhelo, o pura necesidad. Si esa niña lo precisa mentirá para obtener de ti las más bellas caricias o el sexo más animal que le puedas conceder. Porque la niña miente igual que la mujer, y si la mujer muere por tus besos puede que por una vez no esté mintiendo… aunque no pueda asegurarlo yo, que ahora no sé que edad tengo.

No te quiero, no te necesito… solo de ti preciso tus besos. Solo eso… Y ya no sé si miento.

No… de ti solo recuerdo tu cuerpo golpeando el mío, compartiendo sudor, compartiendo el calor de los amantes prohibidos… Miento cuando recuerdo algo más que tu sexo en mi sexo… pero esta vez, a quien miento, es a mi mente y no a mi cuerpo. El sabe la verdad, hay veces que es imposible engañar…

Sencillo fuera desearte si pudiera. Sencillo amarte si me estuviera permitido. Solo mentiría para obtener de ti los placeres que me tienes vedados por obtusas convicciones morales. Mentir, al fin y al cabo, me ayuda a que me veas como alguien aceptable, y no como la puta de turno que no quieres a tu lado. Soy mentirosa, pero porque sé, que al final, a la que dice las verdades a la cara no te la follarías nunca, o solo por detrás, sin besarla…

Te deseo. Olvida todo, deja que hable mi alma, y no mi cerebro.

Te amo. Porque por más que mi mente diga lo contrario… no quiere mi entrepierna quedarse sin tus besos.


lunes, 2 de enero de 2012

Restregarme en tu cama

Ando perfecta… No me busques fallos. Hoy, ciertamente, no vas a poder mirarme con malos ojos y decirme que es un riesgo. Te he cogido desprevenido, nada tienes que hacer ante lo que te he preparado. Ningún descuido. Nada…

Me miras de arriba a abajo, asombrado. No estamos hablando de haber cuidado la ropa, que lo he hecho. Jamás volverás a encontrar una blusa con adornos de purpurina, ni un maquillaje de colores fuertes y carmín con tendencia a manchar, o plumas en un adorno en el cuello. Tantas veces que tras subirme a tu coche has tenido que ir, por mi culpa, al tren de lavado a echar mano a la aspiradora.

Malvada de mí… que disfrutaba eso. Y pensaba que debías haberte comprado uno con la tapicería de cuero… que con un pañito se limpia en el garaje de tu casa, antes de recoger a tu señora para llevarla al cine tras haberme follado en el asiento trasero, como un animal.

Al principio me parecía gracioso que lucharas con todas tus fuerzas por no acercarte a mi cuerpo para abrazarme cuando mi ropa era inapropiada. Que me besaras también únicamente tras haber tomado algo, cuando el lápiz de labios tenía menor efecto, y que no me permitieras nunca retocarme en el baño, era también pura anécdota… Luego, con el paso del tiempo, al tener algo que perder yo también en vez de ser simplemente la castigadora de tus deseos sexuales, entendí que por más sugerente que pudiera ser un perfume, lo ideal era que no se quedara el aroma de tu loción de afeitar prendido de la solapa de la blusa.

Atrás quedaron las compras de ropa despreocupada. Ahora busco prendas que no dejen rastro al frotarse unas con otras, prendas discretas, ropa anodina. Atrás quedaron los días en que perdía horas probando perfumes con los que engatusarte, obligando a que me olfatearas en todos los puntos que cubría con la esencia elegida… Y digo bien, todos… Me encantaba que lamieras el tobillo, allí donde lo había masajeado con unas gotas, y siguieras el rastro con la lengua, ascendiendo por el interior de la pierna hasta la ingle preparada para recibirte. Allí, ahora, únicamente encontrarías olor a hembra, no como antaño… aunque reconozco, si he de ser sincera, que creo que ese aroma de mi coño excitado también debe poder causarte más de un quebradero de cabeza cuando me restriego demasiado pronto contra tu cuerpo, sin haberte despojado de tus ropas.

Ando perfecta… imposible que te niegues. Y es que hoy… quiero follarte en tu cama de matrimonio.

Al abrir la puerta de tu casa te has quedado de piedra. Sé que no me esperabas, que nunca me has permitido el acceso a tu santuario. Reconozco que te acabo de hacer una gran putada, pero tal vez otro día ya no tenga la valentía de plantarme en tu rellano y llamar al timbre. Mejor ahora, que me atrevo, a lamentar no haberte provocado nunca hasta ese extremo. Habíamos quedado en media hora en la cafetería de siempre, con la discreción acostumbrada. Dos compañeros de trabajo que salen a media tarde de la oficina a tomar un café. Allí todo es mucho más fácil para ti… y yo lo quiero hoy extremadamente difícil.

Quiero tentarte hasta lo impensable. Te quiero entre mis piernas en tu lecho.

Sé que estás a punto de decir una barbaridad, te lo veo en la cara. Pero te has puesto completamente cachondo ante el reto que te he lanzado. No sé si alguna vez lo habrías considerado siquiera, pero por tu reacción parece que la idea de apartarte de la entrada y permitirme el acceso es mucho más que interesante a tus ojos.

Te quiero así, perdidamente cachondo…

Sabes que llevo tiempo con el mismo color de pelo de tu mujer, para evitar problemas con la posible pérdida de cabellos… Ninguno de los dos pensaba renunciar a los tirones de pelo que me das cuando me cabalgas… y eso puede tener más de una consecuencia imprevista. Tener mis cabellos aferrados entre tus dedos mientras empujas contra mis nalgas a cuatro patas de forma salvaje en la parte de atrás de tu coche tendría un desenlace poco satisfactorio si en tus ropas quedaran prendidos, con las prisas al vestirnos.

Aun así, me acostumbré a llevar cola, para disminuir los riesgos… Y hoy, que quiero que sea todo perfecto, decidí cortármelo justo al tamaño en el que lo lleva tu esposa. Si, mi malvado y cachondo amo. Hoy… no puedes negarlo… Me debes una buena comida de coño por haberme atrevido… y voy a exigirla. Y, por cierto… y para que lo sepas… tampoco llevo ni el hilo fino en el pubis, tras rasurarme. Riesgo cero…

Atrévete, abre la puerta… Deja que el aroma de tu mujer, que también he investigado, quede prendido de otro cuerpo en las sábanas pulcras de tu cama… Soy tu amante… disfrazada de tu puñetera y cornuda esposa…

Eso es. Cede. Y ahora cierra la puerta. Y antes de que se te cruce por la cabeza que estoy loca, que me he chiflado y pretendo suplantar a tu mujer para ponerte aun más cachondo… piensa. ¿Quieres correrte taladrándome los bajos mientras sabes que en cualquier momento puedo llevarte a la perdición en tu familia? ¿Quieres? Porque yo estoy loca por devorarte la boca mientras gimes mi nombre, contra la pared de tu dormitorio… mirando tu cama.

No solo quiero ser infiel. Además, quiero ser perversa y regodearme en ello.

Ven… acompáñame a tu dormitorio, y no digas nada. Imagina simplemente lo morboso que será que te folles a tu amante por toda la casa. Joderme en el baño, tras la ducha, apoyada contra el lavabo, mientras ves tu imagen reflejada en el espejo y observas mi cara de gozo con cada embestida tuya. Mis piernas separadas lo justo para que tu enorme verga se entierre en mis carnes y me hagas estremecer e insultarte si frenas, si no me das lo que deseo…

Follarme en la cocina, sobre la encimera donde tantas veces habréis compartido momentos íntimos, donde te prepara tu plato preferido, donde tal vez también la has asaltado. Empalarme con las piernas entrelazadas a tu espalda, ofrecida al movimiento de tus caderas obscenas, con el pantalón vaquero resbalando por las piernas al tiempo que tus manos me torturan las nalgas.

Revolcarnos en el parquet del salón, cabalgarte a buen ritmo mientras tus dedos me pellizcan los pezones y mis uñas se clavan en tus pectorales. Sentir que me llegas al fondo con cada movimiento, restregarme contra tu pelvis sin quitarme la falda ni los puñeteros tacones… Sentir el roce contra tu cuerpo y tu verga tiesa clavarse muy dentro, cada vez que desciendo y te aplasto los huevos entre las nalgas y los muslos.

Y comportarme como una verdadera zorra al entrar en tu dormitorio…

Empótrame contra la pared, hazme gemir mientras tu dureza me taladra la entrepierna. Quiero arañarte la espalda y morderte el cuello mientras te imagino como se lo haces modositamente en el colchón a tu señora esposa. Sin un insulto ni una nalgada, sin saliva ni tirones de pelo, sin jadeos ni pérdidas de aliento, sin sudor ni ruido de chocar de cuerpos. Porque a mí, querido cabrón, me follas como no la follas a ella, me usas como no te atreves a usar su cuerpo, te hago gozar como nunca te ha concedido su coño estrechito de solo en la noche de los sábados…

Si, mi maldito macho… quiero hacerlo mirando tu cama… primero. Que ya luego sepultarás mi cuerpo bajo tu peso y me arrancarás orgasmos tirada y sometida en tu lecho, donde nunca te han ofrecido un culo, donde siempre has querido correrte fuera, sobre la piel calentada y roja por las palmas de tus manos tras las nalgadas. Ahí me quiero correr también, masturbándome mientras me miras retorcerme de gusto, en la colcha que compraste con ella aquella tarde de verano de rebajas, cuando lo que querías era ver el puñetero partido de fútbol. Imagina la que habría elegido yo… pensando en que la íbamos a ensuciar una y otra vez con sudor y semen…

Sí, mi maldito hombre, el dueño de mi coño escaldado bajo el roce de la polla que me quita el sueño. Allí, donde nunca has roto unas bragas cuando estás tan desesperado por enterrarte en un cuerpo femenino que con solo apartarlo no basta; donde nunca usaste un consolador para ver gemir a nadie, para ver como un coño travieso se lo tragaba entero, para disfrutarlo luego saliendo mojado, y ofreciéndolo para saborear la propia esencia de la calentura que provocas…

Sí. Átame a ese cabecero que nunca se ha meneado lo suficiente contra la pared del dormitorio molestando a los vecinos, y aferrándome la cabeza haz que me trague tu polla dura como una piedra mientras te miro fijamente, disfrutando de tus gestos de satisfacción cada vez que me la trago hasta el fondo. Oblígame a lamerte los huevos, ofrece tu culo para que lo deguste, y entierra la verga hasta los cojones en mi boca, cortándome el paso del aire. Sé rudo, sé cruel… y sobre todo, sé lascivo. Haz conmigo lo que quieras, que estoy deseando convertirme en tu fantasía viva.

Si visto igual, huelo igual y mi cabello es casi el mismo… Si saldré por la puerta y mi presencia jamás será notada, salvo por las imágenes que retengan tus pupilas de las escenas que quiero teatralizar contigo… Si aunque solo sea tu amante, tu zorra, tu maldita perra… es mi nombre, mi culo y mis tetas las que recuerdas cuando finges satisfacción mientras solo tu esposa te ofrece su cuerpo con la luz apagada. Si aunque yo duerma fuera de tu cama es mi cintura la que aferras dormido, cuando sueñas y mojas las sábanas de la cama…

Hazle a tu esposa en mi cuerpo lo que sé que deseas hacerle, y no te deja por estrecha. Para eso estoy yo, aquí, calentando el cuerpo que luego descansa en su lado hasta el alba. Yo a su marido me lo tiro en el coche, en la calle o en la sucia pared de un motel de carretera, a la hora que él tenga su puñetera polla tiesa. Y sobre todo con luz, que quiero que el recuerdo de mi cuerpo retorcido bajo el hechizo de tus dedos y tu lengua te acompañe cuando cruzas el umbral de la puerta.

Si ahora no dejo rastro… al menos déjalo tú, sobre las sábanas. Córrete en mi cuerpo, y deja que resbale, que luego ya me encargaré de recoger la leche de tu polla del cobertor de la cama con la humedad de la lengua. De la de mi coño espero que te encargues tú, antes de que me derrame, incluso antes de dejar mi olor de hembra encelada en cualquier rincón de la casa. Lame mi coño… y sécalo, tras cada orgasmo. Que a tu lado siempre está mojado, y a eso dudo que tu esposa esté acostumbrada.

Sí, querido amante. Déjame bien follada mientras la foto de tu reportaje de boda nos mira desde la mesilla de noche.