¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

lunes, 30 de abril de 2012

Estúpido

Mis dedos estaban moviéndose frenéticamente sobre mis pliegues, entrando y saliendo del coño, arrancando jadeos y estremecimientos  a mi cuerpo… No me quitabas ojo de encima, y lo disfrutabas como si fuera tu polla la que recorriera mi entrepierna. Babeabas con mis carnes expuestas, con la boca abierta y la polla tiesa sin encontrar consuelo.

Y yo jadeaba… Para endurecerte, para volverte loco y tenerte atado a lo poco que te ofrecía, pero que te bastaba… Jadeaba como la buena puta que soy…

Encadenado a la fantasía de poder algún día poseerme…

Mírame correr. Deséame.

Compórtate como el estúpido que eres…

Y sigue pagando…


sábado, 28 de abril de 2012

Dormir enredados

La transparencia de tu piel invita a cubrirla de besos. No besos salvajes, de esos que siempre me han gustado, sino de caricias con los labios, suspiros con el aliento exhalado, que se tornan ternura y te erizan con el avance de la boca.
Delicada, como nunca he sido con un hombre.
Tu piel necesita mis atenciones, y yo me muero por ofrecerlas. Tal vez no sean bien recibidas ahora, que conoces mi sexo rudo y agitado. Pero es lo que quiero regalarte en esta noche, tranquila y mágica. Has hecho un pequeño milagro aflorando en mí este sentimiento, y no sería justo no compartir contigo la dicha del descubrimiento.
¿Sabes? Hacía tiempo que no podía ofertar este estado mío, sumiso y adorable. No me salía, por más que me esforzara. No deseaba caricias, ni tampoco darlas. El hecho de retozar sobre las sábanas, con los miembros entrelazados, y la piel sudorosa y cubierta de atenciones, es nuevo para mí. ¿Cuánto tiempo? Puede que nunca lo hubiera hecho, puede que siempre haya estado esperando esta noche, este instante…
Puede que siempre haya estado anhelando tu cuerpo abrazado al mío.
No creí poder encontrarte a estas alturas, cuando ya mi piel ha sido tantas veces probada por tantas manos distintas. Poco importa si mañana por la mañana no estás en ese lado de la cama donde creo que dormirás, plácidamente, tras haber sudado por el calor del chocar de nuestros cuerpos, acompasados. No quiero mentirte, tampoco… Ciertamente me sorprendería que no estuvieras, pero no lloraré por ello. Lo que me has ofrecido lo recibo como un tesoro, y si no se repite… Bueno, si no se repite, siempre puedo recordarlo. Que se vaya tu cuerpo no hará que se aleje tu tacto de mis adormecidos sentidos.
No podré olvidar que quise abrazarte y dormir enroscada a tu lado.
Imposible ignorar un deseo inexplicable.
Quiero usar, al menos por unas horas, tu brazo como almohada. No me quejaré luego si no tienes nada más que ofrecerme. Calentarme con tu cuerpo, cubrirme con tu piel, enredar mis sueños a los tuyos… Quiero esto sólo una noche. Las caricias de las yemas de tus dedos recorriendo la curva de mi cintura, y anidando en el hueco del cuello, donde poder sentir la leve presión… las necesito ahora. Poco importa si fui antes puta o señora, niña o vieja. No mires como he sido hace unas horas, mira el cuerpo que se te ofrece ahora.
Ahora estoy temblando, a tu lado…
Tras el orgasmo obtenido, el cansancio en los miembros y la sequedad de la garganta, ha quedado un cabello revuelto que ya no pide ser sujetado con fuerza, sino acariciado y apartado con ternura de delante de los ojos. Porque mis pupilas necesitan fijarse en las tuyas, mientras nos adormece el sueño.
Mis nalgas, sonrosadas tras el sexo rudo en el que nos sumergimos antes, se acoplan ahora al hueco de tu pelvis, donde el miembro que tan duramente castigó mi entrepierna, se encuentra rendido y laxo, obtenido su merecido descanso. Entre mis muslos se seca mi humedad y la tuya, mezclando olores y sabores que hasta hace nada lamías con deleite. Y mi espalda se pega a tu pecho agitado, que arañé y aferré mientras me recorría el primer orgasmo… El primero de muchos, pero el más intenso de todos.
Mis uñas te dejaron marcado. Y luego mi lengua recorrió las heridas, pidiendo perdón por la ofensa…
Enreda tus dedos entre los míos bajo la cabeza, y suspira acomodando tu respiración a la mía. Mezcla tu olor y regálame tu lengua, que quiero probarla una vez más antes de que amanezca. Pues nunca antes había muerto por un puñetero beso en la cama…
Y si mañana no te encuentro… Bueno. Puede que al final mis ojos sí lloren algo si por la mañana en la cama falta tu cuerpo.


jueves, 26 de abril de 2012

Cuando el sexo duele...


-          ¡Ummmm!

Se me escapó ese gemido, leve susurro contra la piel del brazo. Lo había colocado para amortiguar cualquier sonido, pero me di cuenta tarde que sería inútil intentarlo. Mi boca quería expresarse, y mi cuerpo no se lo iba a impedir.

Necesitaba hablarte.

Además, sé que a ti te gustaba que me expresara. Que gritara, sobre todo que gritara.

-          Me gusta. Sigue…

Imaginar que estabas ahí debajo, entre mis piernas, me mantenía mojada. Que mis sábanas sólo cubrieran mis miembros sudorosos, y sin compañía maldita, era secundario. A la larga, había aprendido a disfrutar sola, y ya no me resultaba tan sumamente frustrante hacerlo. Me valía cualquier palabra de las que me dedicaste mientras fuimos amantes para encender las ansias de sexo. Y aunque ahora no fueras más que un recuerdo vago, te había encumbrado como el mejor de mis polvos.

Mentirosa…

Nunca he mentido muy bien, y menos a mí misma. Me habías dejado marcada a fuego, y no solamente la piel que mostraba. Habías señalado mi alma con algo más que sexo, y ahora tocaba pagar por ello; penitencia que, si te traía nuevamente a mi lado, cumpliría gustosa. 

No eras, ni por asomo, un recuerdo vago.

-          ¡Joder! Más, quiero sentirte ahora. No pares.

Tus caderas arremetiendo contra el hueco que te ofrecían mis muslos separados… Simplemente delicioso. Una polla como tantas otras, y sin embargo tan distinta. Entregado al trabajo de recorrerme mil veces, de hacerme vibrar, de derribar mis insatisfacciones. Pero no… no era sólo tu polla. Imbécil de mí si llegaba a pensar que la dicha de esos momentos no me la daban tus manos. O tu boca…

Y tu mente perversa.

Mis orgasmos fueron tuyos por un breve período de tiempo, y cada uno lo arrancaste y atesoraste sin preguntarte si habría un siguiente.

O eso creo.

Nunca te preocupó el hecho de poder perderme. Visitabas mi cama como quien visita una tienda de golosinas atraído por el olor del azúcar. Los vivos colores que te ofrecía mi cuerpo, marcado en rojo bajo la fuerza de tu palma, te cautivaban lo justo para ofrecerme un par de sonoros gemidos… acompañados de sus correspondientes orgasmos, por supuesto. Luego, los cardenales en mi cuello, testigos de las yemas de tus dedos haciendo presión para inmovilizarme mientras mi boca recorría, apremiante, tu verga, completaban un cuadro que poca gente entendería. Esos hematomas que, unidos a los arañazos oscuros de mi espalda, avisaban de un sexo rudo y sin control.

Me gustaba sufrir dolor cuando me follabas.

Extravagante. Caliente mi entrepierna cuando mis miembros se torcían en un ángulo difícil, bajo la presión de la cuerda. Entrañas latentes, imaginando la marca en la piel cuando el nudo fuera retirado, tras el goce de la carne, tras terminar tu experto trabajo.

Una correa, una mordaza, metal caliente. Cualquier cosa te valía, y cualquier cosa en tu mano me excitaba.

El calor del fuego, el olor del pelo quemado, y temblar ante las sensaciones que acudirán justo después, cuando ya no solo sea cabello lo que se quema.

Sangrar levemente, derramar lágrimas por la agudeza de la punzada cuando me pellizcabas, sentirme sin aire si presionabas demasiado… Sentirse morir, y arder los pulmones cuando me devolvías la vida.

Olor a cuero, sudor, orina…

Loca. Así me consideraban. ¡Y cuán delicioso era experimentar dolor unido al goce del orgasmo! Todas las noches desperdiciadas al lado de hombres que únicamente le prodigaban a mi cuerpo caricias. Insuficiente siempre, aunque he de reconocer que nunca antes creí que el placer fuera a ser tan caprichoso, necesitado del dolor para complementarse, con el experto toque de tu mano.  Sudor, saliva y semen, mezclados en mi piel enrojecida y marcada, castigada bajo la inclemencia de tu sexo.

-          ¡Cabrón, continúa! Castígame, que lo merezco…

Mis dedos podrían perderse cientos de veces en el interior de mi cuerpo, y sin embargo, nunca obtendrían en mismo resultado que los tuyos. Aun así, el recuerdo de las sensaciones me mojaba, y escucharme gemir como lo hiciera contigo te hacía un poquito más presente en mi dormitorio. Girar la cabeza para mirarme en el espejo, y ver mis manos trabajarme las zonas que tú anteriormente habías castigado, dulcemente… Cruelmente, no me compensaba… Pero menos había tenido antes.

Yo no conseguía el mismo efecto, faltaba la sorpresa, y mi completa rendición a tus caprichosos deseos. Someterme a ti, hasta las últimas consecuencias. Temer por mi vida, y excitarme por ello…

Enferma. Lucir mis trofeos me había granjeado  el desprecio de la gran mayoría de los que me rodeaban. Insultos que, sin saberlo ellos, me excitaban. Si hubieran sospechado que bajo esas palabras yo corría a desahogar mis inquietudes, presa del deseo carnal que habías despertado en mi cuerpo… Pezones erectos bajo la tela de la blusa, ansiando ser pellizcados; cabello recogido en una delicada cola, deseando ser tironeado de forma salvaje.

Vicio…

La boca que desea probar el sabor de la propia sangre, al recibir el mordisco en un labio hasta romper la piel, en el preciso instante en que embestías hasta el fondo. Tragar mi sangre, y luego tu esperma. Lamer mis heridas, y disfrutar de cada una de ellas.

¡Quemaduras! ¡Cortes! ¡Arañazos!

Claro que no se puede explicar con palabras, y sin embargo, aquí lo intento. Sufro mientras me masturbo con tu recuerdo, y se echa a temblar mi mandíbula ante la idea de presionar justo como tú lo hacías, sobre mi labio, para probar nuevamente mi sangre, y provocar  que mi cuerpo se abandone al éxtasis de las corridas que hace tiempo no disfruto. Orgasmo que me negaste cuando decidiste dejar de visitarme, cuando los colores en mi piel ya no llamaban tu atención, y buscaste nuevas voces que gimieran bajo tu tacto.

Y me corro… pero sin morderme. Porque, al final, me da miedo hacerlo y que me guste.

O que no sienta nada y me pase las noches buscando el dolor que me concediste, al que me acostumbraste, y que te llevaste, con tu palma abierta y endurecida, tras tantos azotes.


miércoles, 25 de abril de 2012

¿Celos?

Celos…

No, eso no es lo que siento. Voy a ser ahora sincera, que ya viene haciendo falta, contigo. No son celos, pero casi. Si fueran celos implicaría que tengo miedo. Simplemente, me molestas. No pierdas más tu tiempo pensando que me intimidas. No van por ahí los tiros… Para nada.

No te quiero a su lado. Ni hoy, ni mañana, ni nunca. Lo estás captando, preciosa. Voy a luchar por él, y soy muy puta para que puedas ganarme en esto. Juego sucio. Es la única advertencia que pienso hacerte. Y creo que es la más importante.

No he querido centrarme en ti hasta ahora, ya que no eras la culpable de mi mala leche. Pero he de reconocer que necesito un saco de boxeo… y, chica, eres perfecta para ello. A estas alturas no tengo mucho escrúpulo que mostrar, y la máscara me hacía algo de daño. Él ya ha visto mi verdadero rostro. Sabe que soy una campeona. Y me entiende. No va a asustarse si te hago salir corriendo.

Y corriendo vas a tener que ir, seguramente, si no me haces caso.

En serio. Ahórrate el mal trago. Podría ridiculizarte hasta el extremo; querría, incluso, que me dieras motivos para ello. Pareces una mujer coherente, y eso hace que esté refrenando mi necesidad en estos momentos. Pero refreno hoy… no mañana. Mañana, eres carne de cañón.

Mañana sólo serás la tonta que se acercó a mi pareja sin darse demasiada cuenta del error que cometía. Llámalo celos, si quieres. Pero es otra cosa…

Soy orgullosa y altiva, soy tu peor adversaria. No me llegas, muchachita… así que agacha la cabeza y aléjate. Aunque te duela, aunque te vayas insatisfecha. Te doy la última oportunidad para salvar la honra. Y no es poca cosa, teniendo en cuenta lo que podría llegar a hacerte.

Puedo olerte desde aquí. Estás mojada. Te excita la idea de quedarte y luchar. Y a mí me pone muchísimo que así sea.  Ganas te tengo, a ti o a cualquier otra. Importa poco si al terminar contigo te llamas Ana, Adela o Adriana. Va a acabar como tantas antes, llorando… aunque lleves las bragas mojadas.

¿Te acostaste alguna vez con él, cabrona? ¿O sólo lo imaginaste? ¿Te excitas con su recuerdo, o con lo que tu calenturienta mente dibuja para soportar su ausencia? ¿Tu coño lo sintió dentro, o simplemente anhelas su polla sin haberla disfrutado?

No, pequeña… No me llames vulgar. Puedo ser mucho más grosera que esto, créeme. A la larga te hago un favor si te muestro mi lado más… políticamente correcto, adaptado a poner en su sitio a una golfa como tú.

¡Venga! ¡Échale narices! Dime que lo deseas, confiesa que te mueres por abrirte de piernas para que calme con su virilidad la calentura que arde en tus ojos. Y te diré que nunca más volverás a retozar con él en una cama, contra una pared, o en el asiento trasero de su jodido coche.

¡Atrévete!

Sus besos son míos. Sus caricias son el vestido con el que me ha cubierto la piel desde que estamos juntos. Y el sexo que brinda no lo pienso compartir con nadie. Razona. Mírame y mírate. ¿Con quién crees que va a quedarse? ¿Contigo? No sueñes, muñequita. Sabes que vas a perder si te comparas…

¡Y… por mis muertos, que quiero que te compares! Necesito competir contigo, sentirme viva, luchar por él. Necesito que entienda que estoy dispuesta, que me importa, que me gusta. ¡Dios! ¡Cómo me gusta! Mirarte ahora en la distancia, sonreírte sabiendo que me temes, y que deseas la confrontación tanto como yo. Mojarnos ambas imaginando a la otra con él, y deseando ser la mejor en su cama, la que lo complazca más, la que le arranque su mejor corrida. Dudar ante el sentimiento de burla de él… si al final se enterró entre tus piernas alguna vez. Saber que tú no tienes dudas de mí, que sabes que todas las noches me lo llevo a la boca, que me desea, que lo encelo y lo disfruto.

Por entero…

Muero en su cama, renazco con los orgasmos que me regala.

¿Has tenido tú eso, zorra? Ahora que te conozco, que te miro a la cara… puedo decirte, sin duda alguna, que si no lo conseguiste antes… perdiste tu oportunidad. Lo que me arrebataste, tuyo es. Pero ningún orgasmo más saldrá exhalado de tu boca, incendiando tu entrepierna y recorriendo la espalda. Quédate con el recuerdo, que yo a él lo tengo por entero.

Su polla caliente, su boca perversa, sus manos contundentes. Es mío. Me folla a mí, entérate bien. Me embiste a mí, se corre en mi coño, gime contra mi boca, y se desploma contra mi cuerpo cuando yace rendido tras el orgasmo.

Suda conmigo, se moja en mis carnes, se consume en mi fuego.

No te compares, niña…

Mírame ahora a la cara. Fija tus ojos en los míos. ¿Lo deseas tanto como yo?

Pues ven a buscarme…

Demos el espectáculo.






martes, 24 de abril de 2012

Derrámate


¿Sexo oral? ¿Sólo?

 Sí… sólo sexo oral… Pero no es poco.

¿Cómo pensar que algo tan perfecto puede ser considerado escaso, o necesitar un complemento? ¿Cómo mejorar el éxtasis de las partes corporales, destinadas a encontrarse una y mil veces, sea donde sea, por el mero placer de la unión carnal?

No es únicamente follarme la boca…

No se puede mejorar. No es sólo sexo oral.

Es…

Decir sólo es como si no fuera suficiente sentir la boca vacía cuando no estás enterrado en ella. Pura necesidad. No está completa si no te encuentras dentro de ella, jugando con el espacio, disfrutando de los recovecos, embriagado por la esencia del deseo transformado en saliva… Cuidados que mi boca siempre está necesitada de entregar, y tu verga de recibir.

Decir sólo es no apreciar en la punta de la lengua el ansia de unirla a la piel que se ofrece en tu endurecida verga. Decir sólo es restarle intensidad a un deseo que se comparte de forma sublime. Tu polla latiendo, ardiente, a la que le falta la caricia de una lengua que se desvive por atenderla, por morir enredada en su sabor a sexo.

La piel brilla sobre el capullo y se derrama en ella la primera gota del éxtasis, casi únicamente con el aire respirado que exhalo de la boca. Tiembla antes del momento de fundirse con la humedad deliciosamente entregada, al envolver el regalo que tu virilidad me ofrenda. Deseo en estado puro, deleite para el paladar.

Observo tu polla; jugoso juguete para mis labios, ese que me golpea suavemente la barbilla, y dibuja el contorno de mi cara con los trazos que le indica tu mano. La restriegas, disfrutando de mi mueca de vicio, sin dejar que mi lengua la pruebe. Mi boca abierta te brinda la posibilidad de terminar con mi sufrimiento, y con el tuyo. Los dos deseamos que te pierdas en mi interior, y retrasas ese momento a sabiendas del deseo que te demuestro en el brillo de los ojos.

Y lo haces con gusto. Disfrutas al castigarme.

- No te he pedido que abras la boca…

Y es cierto. No me has dicho que vayas a follarme la boca, que desees correrte dentro. Pero… ¿cómo no desearme así? Desnuda, sobre tu cama, con las manos a la espalda porque así lo has pedido, sabiendo que sólo una palabra tuya podría hacer que volvieran a una posición más cómoda y relajada. El cabello suelto regando la espalda arqueada, que busca mostrarte la mejor imagen de un culo alzado Me sostienes la cabeza con una mano, bajo el mentón tembloroso. La postura, a cuatro patas, sin el apoyo de las manos, hace que me tambalee, y desee el apoyo de tu pelvis contra mí para sostenerme. Pero no te ofreces…

¡Qué fácil sería mantenerme contra tu virilidad! Anclada contra ti, sujeta por tu polla henchida de deseo.

- Perrita, ¿tienes hambre?

Asiento con la cabeza levemente, y tu mano acerca la polla a mi boca. Me haces olerla, me haces desearla con todas mis fuerzas. Disfrutas de ese instante, mientras tus dedos la recorren varias veces, con calma, mostrándome tu mano aferrada a ella…

Mis dos placeres tan cerca… y tan lejos.

- Abre la boca, perrita.

Y los labios se separan, y la sonrisa se curva al degustar el calor que se quiere enterrar hasta la garganta. Y allí te sumerges, casi un siglo después de haber sido liberado del pantalón. Y a la vez… tan de repente, cuando ya veía tu polla palpitando contra la piel suave del rostro, y creyendo que allí mismo te derramarías, contra el pómulo, mientras mis ojos no se apartan de los tuyos, y tus piernas comenzaban a temblar. Te entierras en una embestida suave y lenta, rodeado de calor, hasta que los labios llegan a tu base y el glande choca contra el fondo de la boca, donde el paladar es blando y acogedor.

Y gimes…

Gimes porque ya llevas tiempo queriendo correrte, y no te habías entregado. Quieres reprimirlo un instante y no sabes si conseguirás no derramar tan rápidamente el licor con el que deseo emborracharme todas las noches, y todas las mañanas. Lo sientes venir y aprietas los labios, y me miras.

Me gusta que gimas.

Me gusta que desees mi boca.

Me gusta que te corras en ella, y que te estremezcas durantes largos segundos, hasta que por fin me entregas el regalo que tanto ansío. Tu leche caliente choca contra la piel tersa que envuelve el capullo y se derrama contra ti, y fluye sobre el paladar. Lo cubre y tapiza lentamente, sin prisas, y la ves escapar de mis labios cuando levemente los separo para entregarte la imagen de las gotas resbalando, aunque sabes que deseo recogerlo con los dedos y jugar con ella, dártela de probar de mi piel.

Y te miro con los labios entreabiertos, aprisionando aun tu verga, rendida… Mientras, el semen va llegando a la barbilla, y sabes que en breve te volverás a correr en mi boca. Pero ahora decides deleitarte con la imagen de tu leche goteando hacia mis pechos, que pronto lamerás…