¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

martes, 29 de abril de 2014

Solo


¿Por qué lo hice?

Ahora, mirándote a los ojos, con el cuerpo rígido y la sonrisa huida de los labios, no logro recordar qué me llevó a hacerlo. Ahora todo tiene mucho menos sentido, y me pongo a pensar si alguna vez lo tuvo.

O fue simplemente por despecho…

¿Por qué se hacen las cosas? He de reconocer que en mi caso siempre hay multitud de factores que influyen. La pregunta de qué ha pasado para que estemos ahora mismo así, mirándonos casi como si no nos conociéramos, es una de las más difíciles de responder. Y sin embargo, creo que la respuesta es bien sencilla.

Ha pasado el tiempo…

Te miro y veo rabia. Y no queda más remedio que entenderte, porque sé que te he hecho daño. Hacía unos años te decía que te quería, y ahora ya de eso no nos queda absolutamente nada. Porque, no te engañes… tú tampoco me quieres.

Si me quisieras no me habrías hecho sentir tan tremendamente sola.

Ahora tus puños se cierran a ambos lados de tu cuerpo, de pura impotencia, y piensas en apartar la mirada, pero tienes miedo. Miedo a que lo único que nos mantiene unidos sea ese contacto de ambos ojos, los tuyos a punto de derramar alguna lágrima, y los míos desesperados por no verte derramar ninguna.

Tienes miedo a que sólo nos quede esa mirada.

Y a mí me duele saber que es exactamente eso.

Tus puños están cerrados, con los nudillos blancos y las muñecas temblorosas. Imagino tus uñas clavadas en las palmas, como hace años se clavaban en la piel de los hombros mientras me embestías, follando como animales. Me gustaba sentirte duro porque me deseabas, saber que cada empujón que dabas en mis entrañas te hacía volver loco, y que mi cuerpo te recibía con idéntico deseo.

Sí, nos deseábamos. Tú mucho… pero probablemente yo a ti más.

Recuerdo mis manos aferradas al borde del colchón de la cama, tratando de mantenerme erguida mientras tus empellones me secaban la garganta por los jadeos. Recuerdo haber visto mis nudillos igual de blancos mientras me corría, sujetando las sábanas de la cama, mientras te incrustabas en mi coño de forma casi dolorosa, aunque sumamente necesaria.

Te necesitaba dentro. Te necesitaba mío, duro y pleno, todos los puñeteros días.

Hacía tiempo que tú a mí no me necesitabas…

Imagino que ahora te sientes igual de engañado que yo en su momento. Te vi darme poquito a poco de lado, y me fui quedando sola en la cama, perdida entre las sábanas que antes cubrían nuestros cuerpos sudorosos cada vez que te me enterrabas dentro, sobre las que nos enredábamos luego, satisfechos, tras estallar en el orgasmo.

Ahora te ves solo…

Pero lo único diferente que hay entre nosotros entre esta mañana y ahora es que he confesado. Si no llego a decirte nada seguirías tan tranquilo, pensando que el alejamiento es normal en las parejas… porque ya a ti te había pasado. Estabas lejos de mí y no te molestaba.

Lo que te molesta es que haya pasado una noche con otro.

¿O temes perderme?

Te miro y la fiereza en tu gesto me desconcierta. Hasta hace un momento pensaba que ibas a romper en llanto, y de pronto me miras con odio, con una repulsión profunda, y te imaginado dándome un bofetón al sentirte traicionado.

Ahora me das miedo.

No es que no te hubiera visto agresivo antes. Sé que tienes mal carácter, y una forma de discutir que siempre me ha hecho daño, pero el hecho de sentir que en el fondo me querías me aportaba la tranquilidad que ahora no tengo. El odio es muy mal consejero.

Las veces que me habías zarandeado, que me habías gritado o insultado quedaban ya lejanas. Ahora había más indiferencia que otra cosa. Nos acostumbramos a tener poco que compartir, y de lo poco que quedaba se fue extinguiendo el fuego que le poníamos. Porque el sexo siempre fue bueno, hasta que de pronto tampoco me buscaste. Recuerdo cada uno de tus insultos como cada uno de esos momentos de pasión con los que nos reconciliábamos. No compensaban, pero aliviaba la pena saber que tras algo tan malo podía quedarnos al menos eso. Si me estampaste más de una vez la mano en plena mejilla luego fue tu boca a ella a jadearme mientras me follabas con la misma rabia.

Mientras hay amor las cosas se vuelven sumamente extrañas.

Mientras el sexo es bueno…

Pero cada vez tu polla se levantaba menos cuando me desnudaba en el baño, y cada vez menos veces tus dedos se enredaron entre mis piernas, separándolas para saborearme. Tu lengua, que antes me hizo estallar contra tu boca mil veces, ahora permanecía en silencio, noches enteras, sin buscar mis labios o la piel que los rodea.

Y eso duele…

¿Te duele a ti ahora?

Tiemblas de rabia porque te sientes perdido. Porque de repente no te queda nada, porque no te viste venir que las mujeres a veces también somos infieles, y muchas de las veces por pura necesidad. Yo necesitaba serte infiel, y ni siquiera lo sospechabas, tranquilo en tu lado de la cama, dejando pasar los días con sus noches, y las mañanas con sus lágrimas secas en la almohada.

Pienso que no sería mala forma para interrumpir esa larga y silenciosa mirada. Un bofetón, como cualquiera de los anteriores, aunque probablemente sin tu polla buscando mis pliegues para dejarse envolver hasta correrse dentro.

Tal vez sí te apeteciera ese último polvo…

O, puede que quizás, no tienes claro que hace mucho tiempo que pasó ese último momento.

Probablemente ni siquiera recuerdas cuando me follaste. Es una pena, porque yo sí que lo recuerdo, y aunque no fue de los mejores, al menos puedo decir que siento aún tus manos recorrer mi cuerpo. Cuando me dejé conducir a la cama por otro era esa sensación la que buscaba, la de tus manos perdidas sin rumbo, simplemente con necesidad y apremio. Sentirme nuevamente deseada hasta el punto de olvidar el pecado y el daño infligido… por ambos.

El daño que me hiciste al olvidarme, y el daño que te hacía al sustituirte.

No recuerdas esa última vez en la que me metiste la polla en la boca, y con gran desahogo descargarte tu leche en el fondo de mi garganta, sosteniendo mi cabeza por la nuca para que no pudiera retirarme antes de que lo desearas.

Y te duele pensar que probablemente otro se corrió de la misma forma, empujando contra aquellas partes que creíste simplemente tuyas, y que ahora veías compartidas. En tu mente recorres los rostros de ambos mientras nos empleamos en ese momento, él concentrado en bombear una y otra vez contra mi rostro con sus caderas, a punto de perderse en el abandono que sobreviene cuando la corrida es ya un hecho, y yo deseosa de recibirle cada gota, lamiendo con deleite la punta del capullo, latente y vibrante, probando un sabor nuevo.

Tu mirada vuelve a ensombrecerse, y la rabia desaparece. Un atisbo de esperanza resurge en ellos, como si pudieras cambiar el significado de los hechos. Un polvo, al fin y al cabo, no significa nada. Una corrida en la garganta no se ve… si se traga…

Y sabes que yo he tragado muchas veces. Tú, en cambio… nunca has tragado nada.

Piensas que es imposible que esté dándole vueltas a dejarte por un tío al que me he follado una vez. Si he vivido tantas noches sin una polla entre las piernas bien puedo olvidarme de haber tenido una hace poco. Una verga que me hizo gemir de nuevo, y que me dio tanto placer como solías darme antes. Gemidos contra la pared del dormitorio, los azulejos del baño o la alfombra de la entrada. Tenía que dar igual que hubieran sido los instantes más excitantes en mucho tiempo. La emoción por el deseo renacido tenía que ser simplemente pasajera.

No puede ser que vaya a tirar tantos años por la borda por un simple polvo.

Eso las mujeres decentes no lo hacen.

O las que se dejan pegar e insultar… durante tantos años.

Puede que sí sepa por qué lo hice, al fin y al cabo. Y no me refiero a abrirle las piernas a otro para que recorriera mis pliegues con su lengua hambrienta. Si sus dedos me follaron mientras me lamía, recorriendo entero mi coño empapado de mi excitación y su saliva, no era respuesta. El motivo para eso lo tengo sumamente claro.

Si follé con otro hombre fue porque lo necesitaba, y me supo a gloria su leche derramada en la boca, tan caliente como el resto de su polla instantes antes de enterrarse en mí.

Mi pregunta va de por qué soy malvada y te lo cuento…

Y soy mala porque te lo mereces. Porque sabe mejor contártelo que haberme corrido varias veces mientras me follaba contra la pared del dormitorio. Y en verdad su polla me hizo olvidar todo por unos instantes, y perdí la noción de por qué se hacen las cosas.

Pero ahora no me pegas…

No quieres interrumpir la mirada. No te arriesgas a perderme todavía.

No te arriesgas a quedarte… solo.

martes, 22 de abril de 2014

Inspirar


¿Cómo se emerge cuando ya te creías asfixiada?

Algunos dirían que lentamente… En buceo es obligatoria una parada de seguridad. No debes escaparte de la sensación de estar completamente rodeada de agua para mirar hacia arriba y cambiar el azul oceánico por el azul del cielo abierto. Has de hacerlo… despacio.

Magela Gracia no es de las que hacen las cosas despacio.

No entiendo cómo puede gustarme, entonces, bucear…

He respirado hondo, muy profundamente ¿Sabes lo que se siente? Libertad, plenitud, éxtasis.

Pero yo no respiro como la mayoría de las personas. O mejor dicho, yo no respiro por lo que lo hacen otros. Llenarse de oxígeno sirve para sobrevivir. Pero eso a veces no es suficiente.

Respirar tan profundamente es equiparable a la sensación que te deja un buen polvo, cuando sientes la garganta seca de tanto gemir. Ese orgasmo liberador, que me encanta disfrutar con tu polla en la boca, tiene para el común de los mortales un efecto balsámico… aunque después me duelan las extremidades si me has tenido un buen rato atada en algún lugar de la casa.

Los hombres dirían que respirar hondo es la polla. Y yo, que soy muy vulgar cuando quiero y muy fina para algunas cosas… opino lo mismo. Me hacía falta respirar… igual que me hace falta ahora tu verga en la boca. ¿El motivo? ¿Hace falta un motivo para querer hacer que te corras sobre mi lengua? Los dos sabemos que no…

Pero si me preguntas por lo de respirar hondo… bueno. Eso ya tiene un poco más de miga.

Si llego a empezar este relato cuando dije que lo iba a empezar, probablemente la historia habría sido un poco distinta. Ir a la psiquiatra pone nerviosa a cualquiera, y más cuando no sabes si va a ser en esa sesión o en otra cualquiera cuando rompas a llorar diciéndole todo lo que te ronda por la cabeza. Entre relatar lo que pensaba decirle a ella y relatar lo que realmente le conté al final ha habido un abismo, y en él me he hundido.

Sí, me pone nerviosa la psiquiatra, y muy triste. Y la mayoría de las veces lloro. Pero aquí no suelo relatar mis lágrimas de tristeza. Apartemos las cosas tristes, y pensemos en llorar como una quinceañera, de pura vergüenza. ¿Magela Gracia teniendo vergüenza? Bueno… tengo, de vez en cuando, mis debilidades…

No me dio vergüenza comentarle a la profesional que el masturbarme antes de dormir me estaba sentando mucho mejor que cualquier pastilla que pudiera recetarme. Es lo que tiene tener un cajón lleno de juguetes eróticos, una cama muy grande y fría y una mente tan calenturienta.  ¿Pero cómo le explicas, sin agachar la cabeza, que para correrme he de pedir permiso?

Una psiquiatra tiene que haber escuchado de todo, por supuesto. Pero oírme reconocer ciertas cosas… pues cuesta un poquito. Ser sumisa, al fin y al cabo, es una elección que no todo el mundo comparte… o  muy pocos lo hacen, para ser más exactos. Nunca me ha avergonzado hablar de sexo. Me resulta francamente divertido ver enrojecer a la mayoría de las personas con las que hablo, notando que tienen ganas de desviar el tema hacia lo frío que está siendo el invierno.

¿Por qué con la psiquiatra es diferente? ¿Por qué me impone?

Precisamente… porque soy sumisa.

Y ella es Ama.

Una mujer fuerte que se sienta al otro lado de una mesa, que no me deja leer las anotaciones que hace en los papeles de mi historia clínica, y se dedica a observarme desde detrás de la montura rosada de sus gafas de pasta. Me hace hablar… y yo hablo. Hablo de todo, de lo que quiere escuchar y de lo que no. De lo que tal vez le interesa, y de lo que le aburre enormemente. Pero allí se queda, dura e impasible. Y yo me siento pequeñita al otro lado, mirando por el gran ventanal  la llegada de los barcos a puerto. Miro el mar… y me siento asfixiada. Toneladas de agua sobre mi cabeza.

Hasta que un día, decides… respirar.

Ya no me importa una mierda si opina que mis decisiones tienen que ser mías. Lo de hacerme ver que puedo escapar, que he de ser dueña de mi vida, de mi pasado y de mi futuro, ya no me agobia. Me vi tratando de entender por qué quería ella ofrecerme el mundo, algo tan grande que no podía abarcar con las manos. Cuando yo lo que deseaba era mi pequeña parcelita de paz y sosiego… y mucho sexo.

¿Magela Gracia quiere paz?

No exactamente…

Soy inconformista, indisciplinada, rebelde y arrebatadoramente traviesa. ¿Eso es bueno? No… porque soy una exagerada. Para eso te tengo a ti, que me haces entrar en razón cuando lo hormonal manda en mi cuerpo. Pero vuelvo a escaparme del caminito…

… Porque me gusta la palma de tu mano.

No estuvo mal pensar en ser la dueña del propio destino de una. ¿Hacer lo que yo quisiera? Vale… pero lo que yo quiero no es viable. ¿Siguientes opciones?  Probar…

Y eso hice. Dejé de ser sumisa y fui mujer. E hice lo que me dio la gana. Y como no tengo dueño, y como diría mi madre, ni pero que me ladre, lo de lanzarme a la aventura fue liberador.

Aspiré una gran bocanada de aire. Y elegí entre las opciones que tenía, y sobre las que podía tener control. Por lo tanto, dejé de ser sumisa para poder ser una mujer que elige cuando quiere tener un puñetero orgasmo. Tengo un par de ex amantes, y algunos tíos con la polla tiesa esperando una oportunidad, que opinarían que es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Al fin y al cabo… ¿qué le puede reportar a una mujer madura ser sumisa?

Elegí provocarte, desobedecerte, desafiarte. Elegí no agachar la cabeza cuando me arqueabas una ceja, porque el juego ha de ser divertido para los dos, y no sólo para una. Elegí provocar a otros tíos para ver únicamente la cara que se te quedaba, sin saber si serían celos o si se te estaba poniendo juguetona pensando en la posibilidad de un trío.

Creo que esto tampoco lo iba a aprobar mi psiquiatra…

Aspiré hondo y le dije a la mujer que se supone que tiene cierto poder sobre mí que era sumisa. Le dije que me gustaba que me usaras, que tuvieras potestad para decidir sobre aspectos importantes de mi vida, como la forma de vestir o si cenaba aquella noche o no lo hacía. Lo menos trascendental, como el sexo en sí, pasé de comentárselo. Al fin y al cabo, que me guste que me aferres los cabellos con rudeza para tumbarme en la cama, te coloques a horcajadas sobre mi cabeza y me des un par de bofetones para obligarme a abrirte la boca no tiene demasiada importancia. Que me excite que empotres la polla en el cielo de la boca, dejándome sin aire durante largos segundos, para luego bombear con contundencia mientras yo gimo es algo que seguramente comparto con muchas mujeres.  Y el deseo… desear como una loca empezar a masturbarme, escucharte ordenármelo mientras tus jadeos llenan mi cabeza, y tus palabras alaban las proezas de mi lengua experta, regalándome los oídos…

Soy sumisa porque quiero. Porque en cada puñetero minuto de mi vida soy la mujer más independiente y capaz que conozco. Porque he sobrevivido a cosas horribles, y lo sigo haciendo. Porque siempre decido yo sobre todo lo que concierne en el día a día, y eso, a la larga… causa estrés.

Soy sumisa porque es agradable abandonarse a los deseos de otra persona en la que confías… Porque eso denota una autoestima alta, y no como creen otros, que piensan que me quiero poco. Para hacer lo que yo hago he de estar muy segura de mí misma. Y para hacer lo que tú quieres, he de confiar ciegamente en ti…

¿Quién no querría poder decir lo mismo, al menos una vez en su puñetera vida?

Soy sumisa, y hay muchos motivos para ello.

Porque puedo respirar sin miedo a equivocarme. Mis pulmones se llenar de un aire que no tiene una carga de consecuencias, sólo vicio y libertad tras las ataduras de tus manos aferrándome el cuello mientras te la chupo como si me fuera la vida en ello. Tu leche derramada en lo más profundo de la boca… Eso me da la libertad que tanto ansío. Cuando me cortas el aire con tus manos… respiro.

Porque no importa nada más.

Respiré y me atraganté cuando dejé de ser sumisa. Cuando decidí por mí misma que ya estaba bien de esperar resultados que nunca llegarían, cuando empecé a verme con otros hombres, con mis antiguos amantes, con gente que no conocía absolutamente de nada.

Respiré porque mi psiquiatra quería que lo hiciera, pero el aire estaba viciado con tu aroma, ese que no podía sacarme de debajo de la piel aunque quisiera arrancármela a tiras. Follar en el coche de uno de mis amigos no fue tan divertido, ni siquiera pensando en la posibilidad de grabarlo para luego mostrarte el vídeo. Levantarle el novio a un par de conocidas no fue tan gratificante, sobre todo porque tú no estabas allí para dar el beneplácito de mis actos, mientras subía y bajaba por aquellas vergas tiesas que se estrellaban contra el fondo de mi coño, dilatándome.

Respiré… pero no me sirvió de nada.

Sólo respiro cuando tu mano está posada sobre mi vulva abierta y mojada, y no sé si lo siguiente que sentiré será una caricia o una fuerte palmada. Si gemiré de placer o de dolor, si moriré de gusto bajo la presión de tu mano, o me perderé en los interminables minutos  que pasan mientras tus dedos deciden si me van a follar con fuerza, como lo haría tu polla si tuvieras ganas…

No puedo respirar si no soy sumisa.

Me asfixié porque una especialista quería que tomara las riendas de mi vida.

Y mi vida no tiene más sentido eligiendo degustar vino con otra persona, yendo despacio, compartiendo atardeceres de la mano o recolectando naranjas en el campo. Que otros hombres puedan hacerme la vida más fácil es muy relativo. Probablemente lo único que hicieran, al final, es llevarme al hastío. Que pueda decidir no esperar, sino actuar… ¿acaso es mejor? Hay veces que la espera vale la pena.

No me va el sexo vainilla, y no estoy ya para jueguecitos, enseñando a un tío cómo se folla a una mujer con mi apetito. Los niños que se queden con las niñas. Yo juego en otra liga.

Yo soy sumisa.

Las opciones no me gustan… porque con lo que realmente me divierto es rebatiendo las que me das. La putada es cuando no tenemos opciones, pero mientras las haya, será divertido. Por eso, cada vez que te desafío me brillan los ojos, y a ti se te levanta la polla. Porque los dos pensamos en tu mano marcando mis nalgas.

La psiquiatra se equivoca. Soy dueña de mi vida porque nadie me impone lo que no me agrada. Si no sabes lo que se siente siendo lo que soy no puedes, siquiera, imaginar el regocijo que se obtiene.

Mi psiquiatra es Ama… no sumisa.

Si la palma de tu mano no me tiene caliente… no me gusta la idea de asfixiarme respirando, simplemente para sobrevivir.

Al final… sí voy a saber por qué me gusta bucear…