¿Lees novela erótica? ¿Te has corrido alguna vez cuando tus ojos se deslizan por las palabras escritas en páginas amarillentas, mientras sientes los latidos atenazando tu polla caliente y dura en el pantalón vaquero?

¿No has sentido como un escalofrío recorre tu espalda desde el pubis, dándote la sensación de que necesitas aire... o mejor, una boca que recorra esa verga erguida desde su base hasta la punta? Muy mojada, mucha saliva caliente resbalando por unos labios carnosos pintados de rojo que se desdibujan manchando el rostro femenino.

Mi rostro...

En su defecto puedes masturbarte, agarrar firmemente tu polla con la mano, rodear el capullo con los dedos gruesos y sentirla palpitar. Gemir.

¿Quieres correrte leyendo novela erótica? ¿Quieres que escriba porno para ti? ¿Quieres recordar estas palabras mientras estás conduciendo, acostado en la cama, o duchándote? ¿Quieres sentir como se te pone dura cuando el agua acaricia tu culo al entrar en el mar? ¿Quieres imaginarme jadear tu nombre mientras estamos separados, fantasear con cómo me masturbo tirada sobre la alfombra de mi dormitorio, como me penetro yo misma y me lamo los pezones... pensando en ti?

Como me estremezco al correrme... gritando tu nombre.

Imagina leche condensada resbalando por mis nalgas. Y ahora imagínala resbalando por mi coño rasurado. Imagina que la lames, que la chupas entera, y que yo te acompaño. Que nos pringamos entre sudor y azúcar.

Y ahora imagina que no es leche condensada...

¿Quieres?

Yo quiero que te corras pensando en mí.

Puedo hacer que te corras pensando en mí.

Puedo.

Puedo escribirte las cosas más calientes.

Puedo.

¿Quieres?

sábado, 17 de diciembre de 2011

Mi porteño

Mírame a los ojos y quémate en sus llamas. Estoy prendida de deseo, encelada. Estoy llena y vacía. Liviana. Loca y cuerda… Pero sobre todo… excitada…
Mira como cruzo las piernas. Desea tocarlas; allí quiero tus manos, allí necesito tus dedos, en la unión de los muslos con las nalgas, donde la curva se vuelve deseo y el deseo prende las almas. Observa como el tacón araña la pernera del pantalón de mi compañero. Ese roce te lo brindo, si lo quieres debes venir a buscarlo…
Disfruta del tacto tenue de mi vestido sobre la piel. Tela endiablada que se presta al juego de insinuar sin mostrar, de acariciar sin pedirte que participes, de hacerte doler el corazón si la arruga que asoma desdibuja la figura que tú quieres que perfile. Imagínate vestido cubriendo mi cuerpo, imagínate mano sobre la prenda, aferrada a la altura de las caderas, imagínate ser el que decide cuando dejarla caer al suelo.


Mírame… solo deseo eso.
Y deséame, por supuesto. 
¿Oyes la música? Yo ahora solo escucho latidos. Son tan claros que probablemente sean los míos, pero el anhelo de sentir los tuyos contra mi pecho es demasiado fuerte como para que no me imagine que entre los dos la música que suena es la que ambos producimos. Cadencia de ritmo en el instrumento supremo que apaga la belleza de los que la orquesta maneja mientras mi pierna se funde con otra, mientras otra mano ajusta mi cuerpo y otro rostro se deleita con mi aroma.
Bailemos…
Sé que no temes acercarte. El que ahora me acompaña es para ti mero muñeco de trapo. Si te tuviera junto a mi oído sé que dirías que no me merece, que no me siente, que no se me acopla. Y verdad es, corazón endiablado, que por más que su cuerpo me toque no se estremecen mis pechos al presionarme contra el torso del caballero.
“No te vale, no te llega".
Lo dices en susurros, lo piensas más con el alma que con el cerebro. Lo sientes… en verdad lo sientes y necesitas que yo haga lo mismo. Quieres que rechace toda experiencia que no sea las que me brindas, quieres que mis escalofríos nacientes desde la cintura tengan un solo dueño. Quieres que cuando me recorra el temblor y me estremezca el deseo siempre sean tus dedos los que presionen las teclas que me enloquezcan.
Y te entiendo. Yo también lo deseo.  
Pertenecerte más por morirme si la distancia no se acorta que por ir atada en corto pegadita a tu vera. Hay cosas que no hace falta imponerlas, y todo lo demás sobra cuando los latidos se unen para formar la melodía perfecta.
Desea tu cara escondida en el hueco de mi cuello, desea tus labios prendidos de la sangre de mis muñecas. Anhela mi cintura unida a tu mano y tu pelvis encelada rozando e insinuando. Anhélame, deseo eso. El guiar de tu cuerpo sobre el mío, la pasión de tus ojos consumiéndome. Tus labios entreabiertos a punto de robarme ese primer beso…

Siénteme arder cuando la música me envuelve, y dibújame con el deseo de tus manos enfebrecidas. Condúceme y llena la estancia con la pasión que ahora rebosa. Sé amante… y no solo en las sombras. Enciende una última vez mi alma y apaga las ascuas cuando la pieza se acabe.
Soñemos…
Acompáñame en el sueño compartido del chocar de los cuerpos, del sudor entremezclado, de la saliva que prueba y da vestido a la piel degustada. Vive enterrado en mi vientre con la humedad que regalas a las zonas que se abren complacidas al recibirte. Muere acurrucado en mi seno, en el hueco que mis dos pechos reserva, brindándote los latidos del corazón que robaste y que no has querido reclamar.
Hazme tuya, no te escondas, sustituye al que la fiera a domar le queda grande. Muerde lo que te pertenece, araña lo que es tuyo, besa lo que reclamas y pretendes. Adora el cuerpo que quiere fundirse con el tuyo hasta desaparecer entre tus brazos, hasta terminar la melodía. Siente mi pasión y envuelve la necesidad de sentirme, una vez más, amada por tus labios perversos y mentirosos.
Ven hacia mí, no te detengas.
Sujeta mi mano, aferra mi cintura. Huele mi pelo y apoya tu mentón sobre mi cabeza. Aspira… siénteme.
Ven hacia mí, enloquece por lo que te ofrezco. Dame la mano y tómame en sueños… Y en vida, hazlo ahora que te la ofrezco…
Junta tu mejilla a mi mejilla. Aprieta mi rostro, que tu piel con la mía sean simplemente una.
Acerca mi cuerpo. Siente las nalgas tensarse justo bajo donde depositaste la mano. Tengo el cuerpo preparado para recibir tu abrazo. Atráeme hacia ti… hazme tuya bajo tu mando. Guíame con tus pasos, que te seguiré sin pensarlo.
Ven… Aferra mi mano, atrae mi cuerpo. Besa mis labios entreabiertos… 
Que quiero bailar contigo… un tango…

domingo, 11 de diciembre de 2011

La tabernera

¿Cómo había empezado todo? Ni lo recordaba bien, y tal vez ni debiera recordarlo. Tenía en la lengua la sensación del alcohol de la noche y el dolor de cabeza, pero no podía asociar las imágenes de forma concreta. Tampoco podía saber cómo había llegado hasta la calle… aunque lo intuía. En mi mano, solo la nota de papel que me había dejado, probablemente, la tabernera…

-          ¡Pero qué buena estás, jodía…!
Me imaginé que no tiene que sonar nada agradable escucharme hablar así… pero la cogorza es lo que tiene, que lo vuelve a uno grosero hasta las barbas. Y es que esa tía me tuvo cachondo durante un par de horas. Me emborraché sin darme cuenta mirando ese bonito par de tetas. ¡Cómo estaba, la muy puta!
-          Venga, sírveme otra, corazón… Que te voy a pagar la universidad con las propinas.
Bueno, creo que al menos ese comentario le sentó mejor que el anterior, ya que tanto ella como yo sabíamos que ya no está en edad de estudiar nada de nada… A no ser que sea la revista de los domingos que dan con el periódico, claro. Creo que a esa hembra le gustó que la creyera jovencita… y en verdad que con el peo que llevaba seguro que mal no la estaba viendo, tampoco.

-          Anda, toma- me dijo, llenando la copa de whisky por enésima vez-. Pero la última, que luego no quiero limpiar tus vómitos.
Su sonrisa era lasciva, como si estuviera imaginando tener que limpiarme algo con la lengua… Y me habría encantado que lo hiciera, la tía se merecía una buena polla llenándole la boca, de eso no hay ninguna duda. Y la mía llevaba un gran rato pidiendo salir de la bragueta.

La camarera, que creo, si mal no recuerdo, que era también la dueña del bareto en cuestión, me siguió mirando apoyada en la encimera de la barra, con los brazos cruzados bajo el escote haciendo que su canalillo fuera más que prominente, incitando a enterrar mi cara en ese pecaminoso anclaje. Mis manos en su culo prieto, que me enseñaba embutido en un estrecho vaquero cada vez que se daba la vuelta… y mi lengua recorriendo las redondeces de sus tetas, atrapando los pezones erectos con mis dientes… El alcohol hacía que me pesase poco la lengua, y que tuviera pocos deseos de contener mis actos.
-          Te follaba ahora mismo contra el estante de las bebidas…

Las palabras se me escapaban de la boca torpemente, y tan bajito como si se las estuviera susurrando al oído, con la vista fija en ese cuello sudoroso que estaba loco por morder como un salvaje.

-          Y yo te daba con el palo de la escoba como te viera intentar pasar la barra…
Siempre me había gustado que la tía se hiciera de rogar, y más cuando sé que tenía el coño completamente mojado. Meter los dedos allí entonces tendría que ser la hostia, de tan calentito y jugoso que seguro que lo tenía. Hacerle que separe las piernas, agacharle la cabeza y que me ofreciera el culo… Meter dos dedos entre sus pliegues y comprobar que estaba en el punto perfecto para recibir mi verga. Jugar con sus labios y su clítoris, pellizcarlos y arrancarle gemidos con cada movimiento. Escucharla pedirme más, pedir polla, pedir mi polla…

Me tragué el whisky de una vez, abrasándome la garganta ya casi nada. Tenía la boca anestesiada y pastosa, por lo que ya me daba igual si me entra alcohol o gasolina. Veía a veces doble, por lo que eran cuatro tetas y no dos las que quería abarcar con mi boca. No se me hacen tantas, la verdad… de peores he salido airoso, y esa noche quería marcha. Cuatro tetas serían, probablemente, suficientes…
-          Otra, amor. Y después cierras el local, ¿eh? Quiero correrme en tu culito…
Ella miró a ambos lados del bar, a mi espalda. Supongo que no le había gustado la sensación de ver que la pareja que hace poco nos acompañaba acababa de salir por la puerta, y nos habíamos quedado solos. La noté intranquila, pero era una mujer curtida, y me imaginé que tras la puerta del fondo seguro que estaba el chico que solía ayudarla a cerrar. No era el primer día que me emborrachaba en este tugurio, y dependiendo del final de la noche podría ser que tampoco fuera el último.

-          Te follarías al gato con tal de correrte, mamarracho. Paga a una de las fulanitas de la calle de atrás. Te hacen un buen servicio por pocos euros.
No me hizo ni pizca de gracia que pretendiera que me follara a otra…
-          Reina… es tu culito el que me pone cachondo…

-          Rey, este culito no se toca.

-          Pues la boca, entonces.
Estaba seguro de que se le había vuelto a mojar el coño. Se había estremecido al escucharme, no eran imaginaciones mías. Me importaba un carajo si el tipo del almacén me cogía por la chaqueta y me lanzaba unos metros volando fuera del local. Tenía que intentar acercarme a ella en ese momento, cuando creía que todavía me mantenía en pie.
Empujé un poco el taburete y puse las piernas en el suelo; algo me tambaleé, pero no era grave de momento. Ella solo se puso algo más tiesa. La miré desde el otro lado de la barra, solo un obstáculo a bordear. Si fuera menos ebrio la hubiera saltado sin problemas, incluso tal vez hubiera caído del otro lado de manera elegante y hubiera conseguido no tropezar absolutamente con nada. Un milagro, sería, en verdad… ya que el espacio era bastante pequeño…

-          ¿Vas a echar a correr si voy a por ti?

-          No es necesario, no vas a llegar a acercarte tanto…

-          ¿Apuestas algo?

-          Un mamporro…
Estaba dispuesto a recibir un golpe si tras él conseguía arrancarle un beso a esa jugosa boca. Un golpe que no me tumbara, claro, y que no fuera en los cojones, que luego para poco iba a servir según la idea que tenía de cómo habría de acabar la noche.
Avancé un par de pasos hacia el lado por donde se abría la barra al local, y ella caminó otros en la dirección opuesta. Tropecé un par de veces y me escoré hacia el lado de la barra. Por suerte puse la mano antes de darme con la encimera en plena cara. Estaba visto que no andaba en buena forma. Dos pasos más, y la volví a mirar. Ella se agachó y sacó un enorme palo de debajo de un estante, y me lo mostró en actitud disuasoria. Poco caso creo que le estaba haciendo, en verdad, para lo contundente que se mostraba. Al final iba a ser que realmente no quería nada conmigo…

-          Corazón, ¿para qué el palo?- me regodeo en mi miedo a perder la oportunidad de enterrarme en su coño calentito… ¡Con el frío que tiene que hacer ahí fuera!- ¿No te basta el que llevo aquí encerrado?- Le señalo mi entrepierna, donde exhibo una imponente erección apretada contra el pantalón, de esas que hacía tiempo no tenía…

-          No me hagas abrirte la cabeza…

-          No lo hagas, reina. Me tienes como loco por comerte el coño.
Llegué al inicio de la barra y me abrí paso a través de las puertas batientes que custodiaban la zona de trabajo. Me apoyé en los estantes de licores con torpeza, cayendo un par de vasos de colores al suelo. Casi ni lo noté, pero a ella le había molestado mucho que hubiera cristales en el suelo. Otros dos pasos para sujetarme al lado contrario… la barra era más estable.
Estaba seguro de que podía salir mal parado, sobre todo mi cabeza, pero parecía que el alcohol también me había hecho un poco más gilipollas de la cuenta, y al final no me quedaba otra que escarmentar mientras me estuvieran dando los puntos en el hospital más cercano. Con un poco de suerte… la enfermera estaría buena.

Me encaminé hacia la mujer. Con un palo lo cierto es que parecía hasta amenazante. Me pregunté si alguna vez lo habría usado para defenderse, o si se habría perforado el coñito con él al echar el cierre. Me la imaginé bajándose los pantalones y restregando el palo por la entrepierna, preparando la punta con sus humedades para introducirlo de forma más que contundente entre sus pliegues ardientes. Me la puso completamente dura pensar en verla masturbar así, observarla mientras goza con el trozo de madera llegando hasta el final de sus entrañas, mientras sus manos lo sacaban y lo entraban lentamente, mientras abría la boca para gemir, mientras me miraba al correrse moviendo las caderas contra el enorme palo.
-          ¿A cuántos has dejado  inconscientes con eso?- le pregunto, sin dejar de dar los pasos, lentamente.

-          No quieras ser el último…

-          Déjame masturbarme en tus tetas… juro que luego te las limpiaré con la boca.
Levantó más el palo entonces, casi por encima de la cabeza. Era lo suficientemente largo como para darme con él si avanzaba dos metros más. Tal vez todas las señales que indicaban que iba a ir directo al hospital no fueran simplemente meras fanfarronadas. Mi tabernera preferida parecía muy dispuesta a dejarme fuera de combate en breve, si me ponía a tiro. Y podía ser que ése fuera un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a plantearse la retirada. Si solo no hubiera estado tan jodidamente empalmado…
-          De veras que estoy loco por hacerte correr, nena.
No vi llegar el golpe. Tampoco recuerdo el dolor, o la caída contra el suelo. Fue todo tan rápido y confuso que me perdí la parte violenta del tema. Lo primero que sentí en verdad fueron los labios de la mujer en partes de mi piel buscando reacción. Los sentí picotearme aquí y allí mientras las palmas de las manos se aferraban al cuello y me lo meneaban. Entonces sí sentí cierto dolor, aunque no en exceso. Lo que más me mortificaba era haberme dejado coger desprevenido. La molestia duró solo un momento, y enseguida noté que me desmayaba.

Me despertaron sus besos…
Su boca en la oreja izquierda, mordisqueándola. Sus manos buscando la forma adecuada de desabrochar los botones de la camisa, torpemente, mientras sus piernas se posicionaban sobre mis caderas. La bragueta estaba abierta y mi polla se encontraba ya fuera. No tenía el tamaño ni la consistencia adecuados, pero solo ver las grandes tetas de ella tan cerca de mi cara hicieron que cambiara a mejor estado. En primer plano su escote… sus cabellos esparcidos por toda mi cara. Ahora que la tenía tan cerca me di cuenta de su verdadera edad; esa mujer no bajaba de los cincuenta, y sin embargo sus imponentes tetas me la tenían como una roca. Las arrugas en su rostro le conferían tanta naturalidad como el olor a sudor que desprendía su ropa. El maquillaje levemente corrido en los ojos por el trabajo de todo el día, el aliento a tabaco de unos cuantos porros en la parte de atrás de la tienda y las manchas de la espuma de la cerveza que había servido a lo largo de la jornada, en la camiseta de amplio escote, la hacían una mujer ruda y sexy. Una mujer capaz de aguantar las embestidas de una polla bien dispuesta en su gordito culo cincuentón. Se me puso dura como una piedra.

Sin casi desmontarme se abrió la cremallera y se bajó los pantalones. Distinguí un pequeño tanguita que no se molestó en quitar, sino que se lo apartó dejando al descubierto una pequeña mata de vello rizado muy oscuro cubriendo el monte de Venus. Mientras yo miraba como se colocaba se dio cuenta de que había despertado y fue cuando sonrió maliciosamente que me di cuenta de que me tenía esposado a la tubería que pasaba justo por encima de mi cabeza. Me calentó una barbaridad saberme indefenso ante los deseos de la sudorosa tabernera, que ya había abierto completamente mi pantalón y tenía expuestos mis huevos y la polla tiesa apuntando directa a la entrada de su coño peludito.
-          ¿Te gusta que te traten como a un objeto?- me preguntó ella, metiéndose el trozo de carne de una vez hasta el fondo. Su sonrisa de satisfacción por el cambio de tornas hacía un juego horrible con el tono de burla de su voz ronca. Se le escapó un gemido, y a mí otro-. Pues vas a saber lo que es que te usen, cabrón…
Literalmente me cabalgó. Violentamente. Disfruté de cada uno de sus movimientos, de cada jadeo de ella, de cada bofetón que recibí en la cara cuando le miraba demasiado las tetas y pedía su lengua. Sus caderas se restregaban contra las mías y su culo me estrujaba los cojones contra el pantalón vaquero que tenía abierto. Me dolía a veces y lo disfrutaba horrores. Se tocaba las tetas por dentro de la camiseta y la veía pellizcarse los pezones. Su boca escupía sobre la mía para que probara su sabor solo de la forma que ella quería… humillándome. Y lo hacía muy bien, la muy puta. Se empalaba mi verga con ritmo frenético, sin descanso, y me sentía embestir una y otra vez por el coño empapado de ella, que me mojaba toda la mata de pelos que rodeaba mi nabo duro y caliente. Olor a zorra… hasta mi nariz llegaba el olor de su coñito cachondo. Y el sonido de los cuerpos chocando me tenía enloquecido.
¡Cómo gemía, la muy perra!

La quería sentir correr… quería correrme en ella y ensuciarme los huevos cuando se le escurriera fuera. Quería que me arañara, que me pegara, que me mordiera… Me tenía duro como una piedra y a punto de derramarme dentro. Tironeaba de mis brazos para afianzar sus movimientos, clavándoseme las esposas, y hasta sentí que empezaba a sangrar de lo que escocía el roce del metal en las muñecas. Pero así lo quería… salvaje y cruel. Así se lo habría hecho yo… follada contra la barra, enculada hasta correrme, restregando las tetas por la encimera, abriendo sus muslos para meter los dedos dentro de su coñito caliente y atormentarla mientras le perforaba el culo. Me habría encantado morderle las tetas…
-          Me corro… ¡Joder, me corro!
Gimió y cabalgó más rápido para sentirla reventar con mi polla dura como un palo. Y se corrió entre gritos destrozándome la verga con el movimiento de caderas. Se desplomó un breve momento sobre mi torso y me miró con los ojos entornados. Aunque ella en ese momento no se movía yo estaba empezando a tener mi orgasmo, y la bañé entera cuando aun no la había sacado. Parecía satisfecha de que lo hiciera, y me corrí con gusto en su coño latente aun por su orgasmo.
-          ¡Dios, qué bueno!
Su sonrisa es lo último que recuerdo, porque recibí en ese momento otro golpe.
Desperté en el suelo de la calle. Sucio, frío y oscuro.

Me dolía el cuerpo, y en especial la cabeza; no sabía si por el golpe o el alcohol, aun no lo tenía muy claro. Estaba boca abajo, con la cara pegada al asfalto. Me incorporé a duras penas con un horrible dolor de huevos, de esos que te dicen que te hace falta descargar en breve como sea. Me dejó la sensación mal sabor de boca.
Miré mis muñecas. Ninguna señal de haber permanecido con unas esposas atado a una tubería. Y los huevos me dolían como si llevara siglos sin correrme. ¡Joder! Al final me había derribado de un golpe y me había sacado a la calle, seguramente rodando.

¡La muy puta!
Con lo bien que me había jodido en el sueño…

Recogí la cartera del suelo. Casi ni la había visto en la oscuridad del asfalto. Abrí el billetero y vi que me faltaba un billete de 100 euros. En su lugar, un trozo de papel con letra muy rudimentaria explicaba la ausencia del dinero.
“Pagaste el juego de vasos.”

Encima…



jueves, 8 de diciembre de 2011

Tú, mi amante; yo, la tuya...

Y cuando las luces se apaguen y sienta tus labios sobre mi piel caliente gemiré… lo sé. Lo he hecho tantas veces…
Desearé escucharte susurrarme cosas obscenas, desearé que me soples allí donde necesito tus caricias. Soñaré con sentir el surcar de tus dedos por mis pliegues hasta localizar los puntos que reclaman tus atenciones con mi súbita agonía. Moriré… si no me tocas…

Aspiraré el embriagante sudor de tu piel a la vez que saborearé tus carnes. Lameré y besaré cada recoveco ofrecido de tu cuerpo porque es allí donde desearás que me pierda, y te extasíe. Dormitaré en tu vientre al terminar la noche, despertaré contigo en mis entrañas al amanecer el día. Me surcarás, y te surcaré, porque así hemos decidido entregar nuestros cuerpos enfebrecidos.
Beberé tu esperma, te saciarás con mi acidez…

Me rendiré a la inquebrantable determinación que se propuso ser el mejor de mis amantes, y al que dejo serlo… todas las noches… Mi hombre amado, ese ser que se funde con mi espalda en cada abrazo. Mi hombre complaciente, mi macho erecto, mi amigo dulce… solo a veces.
Mi amo…

Mi vanidad se desdibuja al entrar en contacto contigo. Nada importa salvo como me ven tus ojos. Si tus manos aceptan mis curvas como te las ofrezco no me importa cómo me miren esos otros ojos que se pierden en mi cuerpo. Esos que dices que no te molestan, mientras que sean los tuyos a los que yo ofrezca la totalidad de mis carnes prietas.
Vanidad…

En un tiempo, si la hubo… Ahora, solo recuerdos vagos.
Tus labios saborearán mis labios, y esos recuerdos se terminarán difuminando. Nada queda de las otras huellas que marcaron mi piel, sino para cuando tú quieres jugar con ellas… Esos recuerdos desaparecerán hasta que los reclames, para paladearlos en el lecho y disfrutarlos por el morboso deseo de hacerlo.

Palmearás mis nalgas, tironearás de mis cabellos. Morderás y morderé. Te arañaré…
Te imaginaré como quiero disfrutarte, me transformarás en la musa que siempre te empalme. Me doblegarás para que sea esa mujer dichosa de saberse deseada, me dibujarás hasta obtener de mí la imagen perfecta a la que idolatras. Y me dejaré moldear como el barro porque quiero manchar tus manos y llenar tus poros del producto final que te ofrezco. Mi cuerpo es lodo cálido, y tú lo mojas hasta compactarlo.

Seré tu bruja, la que con sus pócimas te atraiga. Seré el animal que salte sobre tu cama. Seré la niña que se disculpe por sus travesuras, y a la que tienes que enseñar buenos modales. Seré la hembra que se meta en tu mente, en tu polla, en tu alma.
Me abriré para ti, me penetrarás muriéndote por hacerlo. Gozaremos. Nos correremos.

Gemiremos…
Dormitaré entre tus brazos, como siempre quise. Te adormecerás con mis ronroneos, como siempre quisiste.

Cada noche, cada día. En cada momento que choquen nuestros cuerpos, en cada segundo que queramos compartir la piel del otro. Porque los amantes se desean sin límite, y el deseo de mi amante, tú, es el que me hace encender… y brindarme…



domingo, 4 de diciembre de 2011

Lamentos...

¡Pero por qué habré sido tan estúpida!
Me corren las lágrimas por las mejillas de miedo e impotencia; me como las uñas a rente, como nunca había hecho, de la ansiedad tan grande que me atenaza el pecho; simplemente, como resumen muy vago, podría decir que me siento morir…

Me odio por tonta, me odio por pasional, me odio por no ser capaz de enfrentarme ahora a una realidad que me hace doler la misma alma. Y te odio a ti, que me hiciste caer, y que ahora no estás aquí para recoger con tus labios mis lágrimas…
Tus gemidos aun resuenan en mi cabeza, tus caricias aun queman en mi piel. Tu boca la siento en mi boca, mientras me ahogo con mi propia saliva al intentar tragarla, al intentar que se aparte tu sabor de mi lengua pervertida por tus deseos. Me arrancaría la piel para no sentirte bajo ella, pero me mojo allí donde depositaste mil veces tus besos, donde penetraste sin reservas y donde yo te dejé hacerme mujer. Me estremezco con tu recuerdo, me muero con lo que siento y con lo que temo.

Lloro destrozada…
Tengo miedo, ojalá lo supieras. Si tengo la suerte de no salir mal parada de esta aventura ciega juro que nunca más me harás desearte como lo hiciste aquella noche. La pasión que se enciende cuando tu cuerpo prende mi cuerpo puede volverme loca y estúpida, pero no volveré a caer en tu trampa…

¿Y de verdad me lo creo? Otra vez… puedo ser otra vez tan jodidamente estúpida…
Claro que puedo. El deseo nubla el resto del cerebro, la pasión enerva mis sentidos y me vuelve maleable entre tus manos. Hierro fundido que nunca antes nadie pudo manejar, y que tú forjas a golpes de un miembro férreo que me aparta de la cordura. Claro que puedo ser tan estúpida. No me creo mejor que hace unas semanas, solo puedo reconocerme que estoy desangelada…

Y lloro… lloro sola, apoyada sobre las manos, con el cabello revuelto ocultando la cara.
Recuerdo perfectamente tus palabras seductoras, mis ganas de ser tuya, mis caderas al recibirte y tus dedos al regalarme aquel primer y magnífico orgasmo. Como me sentí desparramada entre tus brazos, rendida y obsesionada por ser disfrutada por entero, cuando sabía mi razón que no debía… Lo recuerdo tan claramente ahora… Me recuerdo abierta y brindada a tu polla erecta…

Me estremezco al imaginarme como una espectadora unas semanas atrás, como si mi alma pecadora fuera capaz de abandonar el cuerpo que se ofreció a tu cuerpo, desesperado por ser poseído y al que le importaban muy poco las consecuencias. ¡Hay que ver lo que cuesta centrar la cabeza cuando se tiene tan mojado el puto coño! Me veo recostada sobre la mesa, con los pechos ardiendo bajo tus dedos expertos en torturarlos, con los labios entreabiertos jadeando, con las piernas dobladas y las caderas arqueadas buscando las tuyas, donde tu virilidad demostraba que me deseaba, y a mí me complacía saberme la dueña de esa maldita erección…
Elevar un poco la pelvis y rozarme contigo…

Maldito el deseo… y malditas ahora mis lágrimas, sin ti a mi lado, que me las consuelen…
Sentirte llenarme de carne compacta hasta el fondo, conseguir esa victoria. Haberte rendido a mi cuerpo, sabiendo que no querías… que no debías… Haber conseguido que todos los impedimentos desaparecieran por unos minutos mientras te enterrabas en mis entrañas y empujabas sin descanso, una y otra vez, contra mis piernas abiertas. Haber conseguido que de tus labios brotaran gemidos, y no el fatídico no, que llevabas todo el tiempo a mi lado empeñado en dedicarle a mis oídos…

-          No, espera… hoy no… ahora no…
Y mi cuerpo empeñado en que fuera un sí, aunque mi mente entendiera que no era el momento…

Mi cuerpo, ese pecador que ahora ha de pagar sus culpas, y que se merece cada lágrima amarga que prueban ahora mis labios. Ojalá pudiera separarme de él, para que mi alma sufriera su pena, por separado…
¿Cómo puedo ser tan hipócrita? ¿Mi cuerpo el único pecador? ¿Mi mente y mi alma libre de culpas? La pasión me cegó… pero no solo el cuerpo se rindió. Él es carnal y débil, él es el que menos culpa tiene. Él se entregó al placer que esperaba y que le brindaste, él actuó como el niño mimado que suele ser, y que le permite su madre… El cuerpo disfrutó de la esencia de saberse deseado, y fue dichoso mientras tu ser penetraba en él y se rendía a los encantos femeninos. Fue pleno mientras recibía tu masculinidad cálida y compacta, fue niño y jugó con el deseo… y fue adulto para disfrutarlo.

Y me corrí… y te corriste… Y ahora por eso lloro.
Recuerdo sentirte gemir contra mi cuello e intentar apartarte, recuerdo mis piernas aferrarse a tus caderas e impedirte alejarte…

Temblorosa ahora, abatida y muerta de miedo… recuerdo el momento en el que me regaste con el esperma que quise allí dentro, mientras bombeabas con fuerza, mientras mordías el lóbulo de mi oreja. Tus dedos clavados en mis nalgas y tu polla enterrada hasta el fondo, partiéndome el alma…
Mis manos arañando la piel sudorosa de tu espalda arqueada…
-          No, así no… así no…
Y allí te obligó mi cuerpo, mi mente, mi alma…
Allí te quise…

Por ese ínfimo y eterno instante ahora lloro…
En el baño, hecha un ovillo sobre las frías baldosas del suelo, miro al infinito con auténtico terror dibujado en el rostro. Y he de secar los ojos con la manga del jersey para poder fijar la mirada y ver si son una o dos las marcas que salen en el test de embarazo que tengo esperando sobre la taza del váter…  

Por ese loco instante de deseo, en el que uno, por más que quiera, no piensa…


jueves, 1 de diciembre de 2011

Mírame bailar...

¡Mírame bailar! Y sufre…

Aquí arriba soy la reina. Deséame y muere por mis huesos. No volverás a tocarme, eso me lo he prometido. ¿Has creído que porque una vez me dejé seducir va a tenerme disponible? Imbécil…

Sufre… sí. Siente tu erección y muérete de ganas. No volverás a enterrar tu polla entre mis piernas, no volverás a disfrutar de mis humedades. Mira ahora como me contoneo, mira como se mueven mis caderas. Esas caderas que aferraste mientras gozabas de mi cuerpo, mientras te dejaba hacer… Esas caderas que nunca más volverás a besar, ni lamer, ni morder.

Si… deséame y sufre. Obsérvame y tiembla. Aguanta las ganas como yo me aguanté cuando no me corrí con tu lengua. Una vez me la haces, amiguito. Dos… ni de coña…

Si quieres restregar ahora tu bragueta contra algo va a tener que ser contra una de las columnas, porque mi culito te está vetado. Si quieres unas tetas en tus manos busca otras, porque mi escote se mira, pero no se toca. Sé que miras mis braguitas desde abajo, y no me importa. Lo que me encanta es que te llegue mi olor y no sea mezclado con el de tu esperma, como la otra vez. Mucho cuerpo, chaval, pero poco seso para retenerme. Con lo fácil que habría sido querer hacerme correr…

Sí… caliéntate. Así te quiero. Así estarás toda la noche, pensando que al final de mi turno me subiré contigo en el coche. Sí… ponte cachondo, mantente tieso… que quiero que te duela cada vez que vislumbres mi culo asomar bajo la falda. Observa mis tacones, e imagina como se te clavan…

¡Hierve… cabrón! Moja el pantalón vaquero, pon perdidos los calzoncillos. Que te queme la espalda y los muslos, que la punta del capullo te lata con fuerza. Te quiero entregado solo al ritmo que te marco con las suelas de mis botas sobre la tarima forrada en fieltro rosa.

Vigila las luces que adornan mi piel al chocar con la bola de mil espejos, desea vestir tu cuerpo con la purpurina dorada que adorna el mío… Imagina mi sudor prendido de tu boca, imagina mi saliva resbalando por tu polla tiesa. Deléitate, que es lo único que te queda.

Y cuando me hayas follado mil veces ahora, mientras me miras, córrete… Tu polla ensartada en mis entrañas mientras bailo apoyada contra la tarima; mi boca regalándote el goce supremo en el baño de la discoteca; mi culo contoneándose frente a tu pelvis ofreciente consuelo mientras tú te la machacas… Imagina lo que quieras, imagínalas todas. Pero imagina… y luego quédate con las ganas.

Sí… duro toda la puta noche…

Y luego con dolor de huevos… hasta el alba…