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¡Ummmm!
Se me escapó ese gemido, leve
susurro contra la piel del brazo. Lo había colocado para amortiguar cualquier
sonido, pero me di cuenta tarde que sería inútil intentarlo. Mi boca quería
expresarse, y mi cuerpo no se lo iba a impedir.
Necesitaba hablarte.
Además, sé que a ti te gustaba
que me expresara. Que gritara, sobre todo que gritara.
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Me gusta. Sigue…
Imaginar que estabas ahí debajo,
entre mis piernas, me mantenía mojada. Que mis sábanas sólo cubrieran mis
miembros sudorosos, y sin compañía maldita, era secundario. A la larga, había
aprendido a disfrutar sola, y ya no me resultaba tan sumamente frustrante
hacerlo. Me valía cualquier palabra de las que me dedicaste mientras fuimos
amantes para encender las ansias de sexo. Y aunque ahora no fueras más que un
recuerdo vago, te había encumbrado como el mejor de mis polvos.
Mentirosa…
Nunca he mentido muy bien, y
menos a mí misma. Me habías dejado marcada a fuego, y no solamente la piel que
mostraba. Habías señalado mi alma con algo más que sexo, y ahora tocaba pagar
por ello; penitencia que, si te traía nuevamente a mi lado, cumpliría
gustosa.
No eras, ni por asomo, un
recuerdo vago.
-
¡Joder! Más, quiero sentirte ahora. No pares.
Tus caderas arremetiendo contra
el hueco que te ofrecían mis muslos separados… Simplemente delicioso. Una polla
como tantas otras, y sin embargo tan distinta. Entregado al trabajo de
recorrerme mil veces, de hacerme vibrar, de derribar mis insatisfacciones. Pero
no… no era sólo tu polla. Imbécil de mí si llegaba a pensar que la dicha de
esos momentos no me la daban tus manos. O tu boca…
Y tu mente perversa.
Mis orgasmos fueron tuyos por un
breve período de tiempo, y cada uno lo arrancaste y atesoraste sin preguntarte
si habría un siguiente.
O eso creo.
Nunca te preocupó el hecho de
poder perderme. Visitabas mi cama como quien visita una tienda de golosinas
atraído por el olor del azúcar. Los vivos colores que te ofrecía mi cuerpo,
marcado en rojo bajo la fuerza de tu palma, te cautivaban lo justo para
ofrecerme un par de sonoros gemidos… acompañados de sus correspondientes
orgasmos, por supuesto. Luego, los cardenales en mi cuello, testigos de las
yemas de tus dedos haciendo presión para inmovilizarme mientras mi boca
recorría, apremiante, tu verga, completaban un cuadro que poca gente entendería.
Esos hematomas que, unidos a los arañazos oscuros de mi espalda, avisaban de un
sexo rudo y sin control.
Me gustaba sufrir dolor cuando me
follabas.
Extravagante. Caliente mi
entrepierna cuando mis miembros se torcían en un ángulo difícil, bajo la
presión de la cuerda. Entrañas latentes, imaginando la marca en la piel cuando
el nudo fuera retirado, tras el goce de la carne, tras terminar tu experto
trabajo.
Una correa, una mordaza, metal
caliente. Cualquier cosa te valía, y cualquier cosa en tu mano me excitaba.
El calor del fuego, el olor del
pelo quemado, y temblar ante las sensaciones que acudirán justo después, cuando
ya no solo sea cabello lo que se quema.
Sangrar levemente, derramar
lágrimas por la agudeza de la punzada cuando me pellizcabas, sentirme sin aire
si presionabas demasiado… Sentirse morir, y arder los pulmones cuando me
devolvías la vida.
Olor a cuero, sudor, orina…
Loca. Así me consideraban. ¡Y
cuán delicioso era experimentar dolor unido al goce del orgasmo! Todas las
noches desperdiciadas al lado de hombres que únicamente le prodigaban a mi
cuerpo caricias. Insuficiente siempre, aunque he de reconocer que nunca antes
creí que el placer fuera a ser tan caprichoso, necesitado del dolor para
complementarse, con el experto toque de tu mano. Sudor, saliva y semen, mezclados en mi piel
enrojecida y marcada, castigada bajo la inclemencia de tu sexo.
-
¡Cabrón, continúa! Castígame, que lo merezco…
Mis dedos podrían perderse
cientos de veces en el interior de mi cuerpo, y sin embargo, nunca obtendrían
en mismo resultado que los tuyos. Aun así, el recuerdo de las sensaciones me
mojaba, y escucharme gemir como lo hiciera contigo te hacía un poquito más
presente en mi dormitorio. Girar la cabeza para mirarme en el espejo, y ver mis
manos trabajarme las zonas que tú anteriormente habías castigado, dulcemente… Cruelmente,
no me compensaba… Pero menos había tenido antes.
Yo no conseguía el mismo efecto,
faltaba la sorpresa, y mi completa rendición a tus caprichosos deseos.
Someterme a ti, hasta las últimas consecuencias. Temer por mi vida, y excitarme
por ello…
Enferma. Lucir mis trofeos me
había granjeado el desprecio de la gran
mayoría de los que me rodeaban. Insultos que, sin saberlo ellos, me excitaban.
Si hubieran sospechado que bajo esas palabras yo corría a desahogar mis
inquietudes, presa del deseo carnal que habías despertado en mi cuerpo… Pezones
erectos bajo la tela de la blusa, ansiando ser pellizcados; cabello recogido en
una delicada cola, deseando ser tironeado de forma salvaje.
Vicio…
La boca que desea probar el sabor
de la propia sangre, al recibir el mordisco en un labio hasta romper la piel,
en el preciso instante en que embestías hasta el fondo. Tragar mi sangre, y
luego tu esperma. Lamer mis heridas, y disfrutar de cada una de ellas.
¡Quemaduras! ¡Cortes! ¡Arañazos!
Claro que no se puede explicar
con palabras, y sin embargo, aquí lo intento. Sufro mientras me masturbo con tu
recuerdo, y se echa a temblar mi mandíbula ante la idea de presionar justo como
tú lo hacías, sobre mi labio, para probar nuevamente mi sangre, y provocar que mi cuerpo se abandone al éxtasis de las
corridas que hace tiempo no disfruto. Orgasmo que me negaste cuando decidiste
dejar de visitarme, cuando los colores en mi piel ya no llamaban tu atención, y
buscaste nuevas voces que gimieran bajo tu tacto.
Y me corro… pero sin morderme.
Porque, al final, me da miedo hacerlo y que me guste.
O que no sienta nada y me pase
las noches buscando el dolor que me concediste, al que me acostumbraste, y que te
llevaste, con tu palma abierta y endurecida, tras tantos azotes.
Apología de un placer masoquista.....
ResponderEliminarVa en gustos.....
Néstor
Apología de un placer masoquista.....
ResponderEliminarva en gustos.....
Néstor
Jolín, buen relato, bien expresado y contado, y el contarlo en primera persona hace que el lector se meta en el asunto. Vamos, que felicidades.
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