Entrar a hurtadillas en tu dormitorio, como entra la brisa
por la ventana en las frescas noches de verano… Ver tu piel desnuda, y dibujada
la débil silueta de la sábana a los pies de la cama.
Nunca te despiertas cuando te observo dormir.
Tu respiración es tranquila, y tu rostro sereno. No sueñas,
no te inquietas. Nunca te encuentro alterado, ni cuando hace unas horas
peleabas con la casa, o compartías intimidad con alguna de tus amigas. Ojalá
abrieras los ojos en esos momentos en los que te visito, para poder unir tus
labios a los míos en un frenético beso. De esos besos… que te cortan el aire.
Esos besos con los que sueño.
Hay veces que me arriesgo a tocarte el pecho, allí donde tu
respiración lo eleva. Noto la piel caliente, y me estremezco al imaginarme bajo
tu cuerpo, temblando ante la perspectiva de sentirme por primera vez llena de
tu carne. Y miro hacia abajo, donde tu virilidad relajada me ofrece consuelo…
Y sueño…
Te gusta dormir desnudo, y a mí que lo hagas. ¡Cuántas veces
me habría acurrucado a tu lado, para sentir que me abrazas! Aunque fuera
únicamente por la costumbre que has compartido otras veces con tantas… sé que
tu brazo se enroscaría en mi cadera, y reposaría lánguidamente junto a mi
vientre. Ese hueco… que llora por no tenerte. Ardo a tu lado, me estremezco por
la insatisfacción de mi vacío, y sigo soñando.
Porque soñar a tu lado, con tu olor envolviéndome, es
demasiado grato.
Cabello revuelto, tal vez excesivamente largo. Cada vez que
me he atrevido a perder los dedos en él me he visto aferrada a ellos mientras
tus labios recorrían mis pechos, saboreando mi piel deseosa de las caricias de
tu lengua experta. Doy gracias todas las noches por que tu sueño tan profundo,
y sea capaz de pasar tantas horas sentada en la cama. Porque, aunque a veces
muero intentando refrenar el impulso de despertarte con un gemido tierno junto
a tu oído, lo cierto es que estoy segura que al final me rechazarías.
Nunca me miras cuando nos cruzamos por los pasillos, cuando
compartimos ascensor, o cuando casi chocamos con las prisas. Seguro que me ves
demasiado niña, una chiquilla virgen que sólo puede ofrecer quebraderos de
cabeza y conversaciones aburridas.
Pero que sea virgen no quiere decir que sea tonta.
Y muero por sentirme presionada contra el colchón de tu
cama, en una primera embestida que me arrancara ese estigma de una vez por
todas. Te deseo tanto…
Ha habido veces que he mojado la sábana a tu lado, y no
precisamente con lágrimas. He aprendido a ser invisible a tus ojos desde mi
ventana, y verte tocar a otra mujer me llena de una furia desconocida que
altera mi cuerpo como ninguna otra emoción lo hace. Envidia, anhelo, pasión.
Pura necesidad. Hay cosas de las que no entiendo, pero sé que sólo puedo
apaciguar mi cuerpo de una forma. Y aunque masturbarme calma momentáneamente mi
sed, indiscutiblemente me siento vacía.
Te necesito dentro. Una vez, y otra, y otra…
He imaginado tantas noches como sería, que las versiones de
mi primer orgasmo contigo tienen más finales que posturas el Kama Sutra. No soy
una virgen estúpida… sólo soy una virgen. Que me lleves diez años de ventaja en
sexo no quiere decir que espere que nuestra primera vez sea lenta y tierna. Te
he visto con otras… y quiero lo mismo. Sexo ardiente y pasional, salvaje.
Quiero esos mordiscos que les das a tus amantes en el cuello
cuando las embistes por detrás. Quiero esos dedos clavados en mis nalgas,
forzándome a seguir tu ritmo…
Es verdad que a veces me había imagino, hace tiempo ya, que
me mirarías a los ojos cuando me la metieras por primera vez. No sé si dolería
o no, pero desde luego no tenía miedo a sentir algo de molestia si luego
ejercías tu magia, igual que con el resto de las chicas que visitaban tu cama.
Una primera embestida lenta, dejando que me adaptara a tus formas, y tú a las
mías. Sentirte llegar hasta el fondo de mi ser, como tu rostro se contraería al
gozar de mi cuerpo.
Y oírte gemir… ¡Por favor, cómo lo necesitaba! Desde mi
ventana solo lograba captar pequeñas trazas de tus palabras. Tus amantes eran
mucho más escandalosas, y apagaban con sus jadeos los tuyos. Pero yo quiero los
que salen de tu boca, que los de los labios femeninos son ya muy conocidos,
sobre todo porque escucho los míos.
Pero luego, con el paso de los meses, y tras la vigilancia
de tu dormitorio desde mi ventana, descubrí que en verdad lo que más me
excitaba era una embestida rápida al principio, con tus labios jadeando contra
mi boca, y tus manos aferradas a mi culo, para hacerla aun más profunda. Te
quería clavado dentro, que me doliera, que me sintieras gemir contra tu cuerpo,
con mis dedos perdido en tu cabello, disfrutando del primer choque de tu
virilidad contra el fondo de mi cuerpo.
Al final… seguía fantaseando con poder hacerlo realidad.
No quería un niñato entre mis piernas la primera vez. No
deseaba ser el trofeo de nadie, ni tener que luchar contra una eyaculación
demasiado temprana. Quería sexo de verdad, no como el que me contaban mis
amigas que tenían a la salida de las discotecas. Un par de arremetidas tras
muchos toqueteos y apretujones sin demasiado sentido. Eso de dejarme meter mano
en un parque, y notar que los chicos no demostraban mucha idea de donde tenían
que poner los dedos, me producía desazón y enfado. Notar que tras mover la mano
sobre sus pollas un par de veces se corrían dentro de sus propios calzoncillos,
poniendo los ojos en blanco y aferrándose con las manos al banco donde
estuvieran sentados, ya no iba conmigo. No me consideraba mejor que mis amigas,
que disfrutaban de un sexo juvenil sin grandes pretensiones, pero…
Pero es que yo te había visto follar a ti.
Yo quería esos dedos expertos torturando mis pezones, tu
lengua juguetona escondida entre las humedades de mis pliegues, y tu polla
erecta, durante interminables minutos, partiéndome el cuerpo cada vez que
profundizaras.
Soñaba con el orgasmo que me proporcionaría tu cuerpo,
rozando el mío, mientras te introducías en mí con fuerza. Sé que haber leído
sobre el tema no me convertía en una experta, pero me había dado cuenta que tus
amantes se masturbaban mientras tú te las follabas. Eso, o tú metías tus dedos
en su carne, y mientras lo hacías, seguías bombeando con determinación. Ellas
gemían bajo la presión de tus dedos, y yo me tocaba, desde mi ventana,
imaginando que eran los tuyos los que me habían venido a consolar el ardor de
la entrepierna. Pero cuando me imaginaba haciéndolo contigo, ni tus dedos ni
los míos eran los que rozaban mis zonas prohibidas. Lo hacía tu cuerpo, esa
pelvis recta que se podía pasar horas combatiendo contra el cuerpo de las
chicas, sin desfallecer. Te veía restregándote contra mi pubis, sin sacar tu
verga envarada, y torturando mi entrepierna con la tuya, mientras nuestras
manos se aferraban el uno al otro, arañando, pellizcando o palmeando.
Yo me tocaba en la distancia, pero si llegaba alguna vez a
retozar a tu lado, prefería que tu cuerpo fuera el que se entendiera con el
mío. Quería mis manos en tu piel, tocándote de la forma en que ahora no se me
permitía. Mis dedos no iban a perder el tiempo en mí; te anhelaban demasiado.
¿Y si te despertaba? ¿Y si por una vez me atrevía a
intentarlo? Ya habría forma de salir corriendo, del mismo modo que me marchaba
todas las noches, en silencio.
Atreverme a besar tus labios…
Sé que ibas a rechazarme. Que en el mismo momento en el que
abrieras los ojos, una mueca de sorpresa e incredulidad se dibujaría en tu
rostro. Preguntas no formuladas se agolparían en tu mente somnolienta, y lo
único que conseguiría arrancarte antes de que fueras plenamente consciente de
lo que pasaba era un simple beso.
¿Merecía la pena?
Cerrarías las ventanas a partir de ese momento, y nunca más
se me permitiría la entrada a tu dormitorio. Correrías las persianas, y no
disfrutaría nunca más de la imagen de tu cuerpo, cabalgado por alguna de tus
amigas de tetas grandes y cabellos teñidos. Me mirarías con desprecio si nos
encontráramos por el pasillo, evitarías los ascensores conmigo.
¿Merecía la pena?
Porque no era para mí simplemente un beso…
Pero quería más. Lo quería todo, de forma que sólo la
inexperiencia y la necesidad por lo desconocido te hace actuar. Eras mi droga
desde hacía muchos meses, mi deseo prohibido por tu edad y la mía. La
impaciencia por esperar un par de años a que tus ojos pudieran pararse en los
míos, para luego recorrerme el cuerpo sin parecer un pervertido, me embargaba.
Quería probar tu sabor ya. Quería hacerte todas las cosas que te hacían esas a
las que considerabas más adultas. Tu polla en mi boca, tu polla entre mis
tetas, tu polla perforándome el coño… Todas las noches, a todas horas.
Si solo me inclinara un poco, tendría tu verga al alcance de
los labios. ¿Me rechazarías entonces, al despertarte con una erección, aunque
estuvieras disfrutando en la boca de una chica más joven de lo que deseabas?
Necesitaba tanto saber a qué sabías…
Siempre se te ve tan tranquilo… cuando duermes…
Eroticamente Impresionante.... un Poema de Lujuria....
ResponderEliminarExitossssssssssssss Néstor......