¿Cómo se emerge cuando ya te creías asfixiada?
Algunos dirían que lentamente… En buceo es obligatoria una
parada de seguridad. No debes escaparte de la sensación de estar completamente
rodeada de agua para mirar hacia arriba y cambiar el azul oceánico por el azul
del cielo abierto. Has de hacerlo… despacio.
Magela Gracia no es de las que hacen las cosas despacio.
No entiendo cómo puede gustarme, entonces, bucear…
He respirado hondo, muy profundamente ¿Sabes lo que se
siente? Libertad, plenitud, éxtasis.
Pero yo no respiro como la mayoría de las personas. O mejor
dicho, yo no respiro por lo que lo hacen otros. Llenarse de oxígeno sirve para
sobrevivir. Pero eso a veces no es suficiente.
Respirar tan profundamente es equiparable a la sensación que
te deja un buen polvo, cuando sientes la garganta seca de tanto gemir. Ese
orgasmo liberador, que me encanta disfrutar con tu polla en la boca, tiene para
el común de los mortales un efecto balsámico… aunque después me duelan las
extremidades si me has tenido un buen rato atada en algún lugar de la casa.
Los hombres dirían que respirar hondo es la polla. Y yo, que
soy muy vulgar cuando quiero y muy fina para algunas cosas… opino lo mismo. Me
hacía falta respirar… igual que me hace falta ahora tu verga en la boca. ¿El
motivo? ¿Hace falta un motivo para querer hacer que te corras sobre mi lengua?
Los dos sabemos que no…
Pero si me preguntas por lo de respirar hondo… bueno. Eso ya
tiene un poco más de miga.
Si llego a empezar este relato cuando dije que lo iba a
empezar, probablemente la historia habría sido un poco distinta. Ir a la
psiquiatra pone nerviosa a cualquiera, y más cuando no sabes si va a ser en esa
sesión o en otra cualquiera cuando rompas a llorar diciéndole todo lo que te
ronda por la cabeza. Entre relatar lo que pensaba decirle a ella y relatar lo
que realmente le conté al final ha habido un abismo, y en él me he hundido.
Sí, me pone nerviosa la psiquiatra, y muy triste. Y la
mayoría de las veces lloro. Pero aquí no suelo relatar mis lágrimas de
tristeza. Apartemos las cosas tristes, y pensemos en llorar como una
quinceañera, de pura vergüenza. ¿Magela Gracia teniendo vergüenza? Bueno…
tengo, de vez en cuando, mis debilidades…
No me dio vergüenza comentarle a la profesional que el
masturbarme antes de dormir me estaba sentando mucho mejor que cualquier
pastilla que pudiera recetarme. Es lo que tiene tener un cajón lleno de
juguetes eróticos, una cama muy grande y fría y una mente tan
calenturienta. ¿Pero cómo le explicas,
sin agachar la cabeza, que para correrme he de pedir permiso?
Una psiquiatra tiene que haber escuchado de todo, por
supuesto. Pero oírme reconocer ciertas cosas… pues cuesta un poquito. Ser
sumisa, al fin y al cabo, es una elección que no todo el mundo comparte… o muy pocos lo hacen, para ser más exactos.
Nunca me ha avergonzado hablar de sexo. Me resulta francamente divertido ver
enrojecer a la mayoría de las personas con las que hablo, notando que tienen
ganas de desviar el tema hacia lo frío que está siendo el invierno.
¿Por qué con la psiquiatra es diferente? ¿Por qué me impone?
Precisamente… porque soy sumisa.
Y ella es Ama.
Una mujer fuerte que se sienta al otro lado de una mesa, que
no me deja leer las anotaciones que hace en los papeles de mi historia clínica,
y se dedica a observarme desde detrás de la montura rosada de sus gafas de
pasta. Me hace hablar… y yo hablo. Hablo de todo, de lo que quiere escuchar y
de lo que no. De lo que tal vez le interesa, y de lo que le aburre enormemente.
Pero allí se queda, dura e impasible. Y yo me siento pequeñita al otro lado,
mirando por el gran ventanal la llegada
de los barcos a puerto. Miro el mar… y me siento asfixiada. Toneladas de agua
sobre mi cabeza.
Hasta que un día, decides… respirar.
Ya no me importa una mierda si opina que mis decisiones
tienen que ser mías. Lo de hacerme ver que puedo escapar, que he de ser dueña
de mi vida, de mi pasado y de mi futuro, ya no me agobia. Me vi tratando de
entender por qué quería ella ofrecerme el mundo, algo tan grande que no podía
abarcar con las manos. Cuando yo lo que deseaba era mi pequeña parcelita de paz
y sosiego… y mucho sexo.
¿Magela Gracia quiere paz?
No exactamente…
Soy inconformista, indisciplinada, rebelde y
arrebatadoramente traviesa. ¿Eso es bueno? No… porque soy una exagerada. Para
eso te tengo a ti, que me haces entrar en razón cuando lo hormonal manda en mi
cuerpo. Pero vuelvo a escaparme del caminito…
… Porque me gusta la palma de tu mano.
No estuvo mal pensar en ser la dueña del propio destino de
una. ¿Hacer lo que yo quisiera? Vale… pero lo que yo quiero no es viable.
¿Siguientes opciones? Probar…
Y eso hice. Dejé de ser sumisa y fui mujer. E hice lo que me
dio la gana. Y como no tengo dueño, y como diría mi madre, ni pero que me
ladre, lo de lanzarme a la aventura fue liberador.
Aspiré una gran bocanada de aire. Y elegí entre las opciones
que tenía, y sobre las que podía tener control. Por lo tanto, dejé de ser
sumisa para poder ser una mujer que elige cuando quiere tener un puñetero
orgasmo. Tengo un par de ex amantes, y algunos tíos con la polla tiesa
esperando una oportunidad, que opinarían que es la mejor decisión que he tomado
en mi vida. Al fin y al cabo… ¿qué le puede reportar a una mujer madura ser
sumisa?
Elegí provocarte, desobedecerte, desafiarte. Elegí no
agachar la cabeza cuando me arqueabas una ceja, porque el juego ha de ser
divertido para los dos, y no sólo para una. Elegí provocar a otros tíos para
ver únicamente la cara que se te quedaba, sin saber si serían celos o si se te
estaba poniendo juguetona pensando en la posibilidad de un trío.
Creo que esto tampoco lo iba a aprobar mi psiquiatra…
Aspiré hondo y le dije a la mujer que se supone que tiene
cierto poder sobre mí que era sumisa. Le dije que me gustaba que me usaras, que
tuvieras potestad para decidir sobre aspectos importantes de mi vida, como la
forma de vestir o si cenaba aquella noche o no lo hacía. Lo menos
trascendental, como el sexo en sí, pasé de comentárselo. Al fin y al cabo, que
me guste que me aferres los cabellos con rudeza para tumbarme en la cama, te
coloques a horcajadas sobre mi cabeza y me des un par de bofetones para
obligarme a abrirte la boca no tiene demasiada importancia. Que me excite que
empotres la polla en el cielo de la boca, dejándome sin aire durante largos
segundos, para luego bombear con contundencia mientras yo gimo es algo que
seguramente comparto con muchas mujeres.
Y el deseo… desear como una loca empezar a masturbarme, escucharte
ordenármelo mientras tus jadeos llenan mi cabeza, y tus palabras alaban las
proezas de mi lengua experta, regalándome los oídos…
Soy sumisa porque quiero. Porque en cada puñetero minuto de
mi vida soy la mujer más independiente y capaz que conozco. Porque he
sobrevivido a cosas horribles, y lo sigo haciendo. Porque siempre decido yo
sobre todo lo que concierne en el día a día, y eso, a la larga… causa estrés.
Soy sumisa porque es agradable abandonarse a los deseos de
otra persona en la que confías… Porque eso denota una autoestima alta, y no
como creen otros, que piensan que me quiero poco. Para hacer lo que yo hago he
de estar muy segura de mí misma. Y para hacer lo que tú quieres, he de confiar
ciegamente en ti…
¿Quién no querría poder decir lo mismo, al menos una vez en
su puñetera vida?
Soy sumisa, y hay muchos motivos para ello.
Porque puedo respirar sin miedo a equivocarme. Mis pulmones
se llenar de un aire que no tiene una carga de consecuencias, sólo vicio y
libertad tras las ataduras de tus manos aferrándome el cuello mientras te la
chupo como si me fuera la vida en ello. Tu leche derramada en lo más profundo
de la boca… Eso me da la libertad que tanto ansío. Cuando me cortas el aire con
tus manos… respiro.
Porque no importa nada más.
Respiré y me atraganté cuando dejé de ser sumisa. Cuando
decidí por mí misma que ya estaba bien de esperar resultados que nunca
llegarían, cuando empecé a verme con otros hombres, con mis antiguos amantes,
con gente que no conocía absolutamente de nada.
Respiré porque mi psiquiatra quería que lo hiciera, pero el
aire estaba viciado con tu aroma, ese que no podía sacarme de debajo de la piel
aunque quisiera arrancármela a tiras. Follar en el coche de uno de mis amigos
no fue tan divertido, ni siquiera pensando en la posibilidad de grabarlo para
luego mostrarte el vídeo. Levantarle el novio a un par de conocidas no fue tan
gratificante, sobre todo porque tú no estabas allí para dar el beneplácito de
mis actos, mientras subía y bajaba por aquellas vergas tiesas que se
estrellaban contra el fondo de mi coño, dilatándome.
Respiré… pero no me sirvió de nada.
Sólo respiro cuando tu mano está posada sobre mi vulva
abierta y mojada, y no sé si lo siguiente que sentiré será una caricia o una
fuerte palmada. Si gemiré de placer o de dolor, si moriré de gusto bajo la
presión de tu mano, o me perderé en los interminables minutos que pasan mientras tus dedos deciden si me
van a follar con fuerza, como lo haría tu polla si tuvieras ganas…
No puedo respirar si no soy sumisa.
Me asfixié porque una especialista quería que tomara las
riendas de mi vida.
Y mi vida no tiene más sentido eligiendo degustar vino con
otra persona, yendo despacio, compartiendo atardeceres de la mano o
recolectando naranjas en el campo. Que otros hombres puedan hacerme la vida más
fácil es muy relativo. Probablemente lo único que hicieran, al final, es
llevarme al hastío. Que pueda decidir no esperar, sino actuar… ¿acaso es mejor?
Hay veces que la espera vale la pena.
No me va el sexo vainilla, y no estoy ya para jueguecitos,
enseñando a un tío cómo se folla a una mujer con mi apetito. Los niños que se
queden con las niñas. Yo juego en otra liga.
Yo soy sumisa.
Las opciones no me gustan… porque con lo que realmente me
divierto es rebatiendo las que me das. La putada es cuando no tenemos opciones,
pero mientras las haya, será divertido. Por eso, cada vez que te desafío me
brillan los ojos, y a ti se te levanta la polla. Porque los dos pensamos en tu
mano marcando mis nalgas.
La psiquiatra se equivoca. Soy dueña de mi vida porque nadie
me impone lo que no me agrada. Si no sabes lo que se siente siendo lo que soy
no puedes, siquiera, imaginar el regocijo que se obtiene.
Mi psiquiatra es Ama… no sumisa.
Si la palma de tu mano no me tiene caliente… no me gusta la
idea de asfixiarme respirando, simplemente para sobrevivir.
Al final… sí voy a saber por qué me gusta bucear…
Toda una declaración de intenciones!!!! Me ha encantado tu entrada, ánimo y hacia adelante.
ResponderEliminarBss